¿CUANTO TIENE EL PRESIDENTE MUJICA DE “GALEANO” EN SU DISCURSO?

Washington Abdala
Eduardo Galeano es un personaje que posee un pensamiento ideológico que los humanistas y liberales rechazamos. Sentimos que encarna una visión bipolar en donde los “malos” somos todos los que no coincidimos con su visión del mundo y los “buenos” son todos los que lo acompañan. Por eso lo rechazamos, por el infantilismo de su planteo y por el maniqueísmo en la construcción de una visión autoritaria que no permite hurgar sobre la verdad con madurez y de manera compartida. La verdad, según el, es como el la visualiza, o de lo contrario, no es verdad. El pensamiento político de Galeano representa para muchos de nosotros una visión dogmática, en blanco y negro, con aroma a los años sesenta y con un encare nostálgico de revoluciones que terminaron en fracasos evidentes cuando no en golpes de Estado obscenos. Por eso también nos resultan escritos refractarios, porque sentimos que aún hoy nos mienten.

Eduardo Galeano parece incomprender todavía la complejidad del mundo, los matices y las ambigüedades de los conflictos sociales. Todos nuestros males -según el- todavía siguen siendo responsabilidad del imperialismo, de la explotación y del malévolo plan conspirativo del mundo occidental que quiere depredar a los pobres americanos. Es curioso, nunca ha revisado sus postulados, luego de décadas de pruebas elocuentes de que el mundo es mucho más heterodoxo, más contradictorio y más difícil de entender que lo que ese manual elemental de difícil categorización intelectual presentó hace ya unas cuantas décadas. Nada de esto me permite negar el talento literario del personaje. Estoy objetando al pensador confrontacional -que aún hoy- desde su tacita de café construyó una interpretación ideológica del mundo superada para mi gusto. Ese es el punto.

El presidente Mujica tiene el estilo opuesto al de Galeano aunque coincida, quizás, en algunas cosas con él. Mujica ha sido un revolucionario que desde sus utopías se jugó la vida y hoy actúa con una humildad casi fransiscana. Galeano, entre pompas y oropeles, tiene una vida de excelente calidad, con aromas pequeños burgueses, vive arriba de un avión y comparte tertulias en diversas capitales del mundo, en las que aún hoy sueña con cambiar el destino de la humanidad con alguna revolución que ya ni sabemos como sería. (Ni él debe saber como sería.)

Mujica es “grande” en el país porque hizo ese monumental viaje hacia la institucionalidad, pero por sobre todo porque transpira y vive la construcción de un sentimiento de concordia y entendimiento nacional. Galeano nunca hizo ese esfuerzo actitudinal por entender el aporte de todos en la síntesis del Uruguay actual. Para el, los partidos históricos, son solo un grupo de penosos dirigentes corruptos, asesinos y fascistas. Así de simple entiende el mundo Galeano, por eso no es de extrañar que medio país lo mire con recelo.

Cuando Mujica, delante de la colectividad judía del Uruguay, reflexiona en voz alta, diciendo que hay que buscar la paz, cuando reconoce que de joven andaba con el arma en el cinturón (con un gesto autocritico que lo dijo todo) y cuando ya es obvio que estamos ante un hombre ahora, por suerte, “convencidamente” pacifista, reconozcamos que no se puede estar más satisfecho por tener un presidente con ese tono y con ese talante. Es muy difícil -excepto para algunos necios que siempre los hay- no entender que ese enfoque nos hace bien a todos. Solo los que pueden ser magnánimos y generosos están destinados a grandes logros. Cuando a los individuos con poder les gana la miseria, inevitablemente esos personajes terminan enroscados en su propio veneno. Y, al final, los arrastra el peor de los olvidos.

Mujica está empecinado en buscar las coincidencias adentro del sistema político y quiere que lo “confrontacional” sea solo por temas accesorios y no centrales, porque como todo individuo inteligente sabe que la luna de miel de su gobierno empieza a decolorarse dentro de poco tiempo. Por eso, no va a ser extraño verlo insistir, militar, e incomodarse cuando no se alcancen los entendimientos básicos que entiende que el país requiere para seguir adelante con aciertos en los nuevos tiempos que se avecinan.

El presidente sabe que de todos los protagonistas de primer nivel del sistema político uruguayo (los del pasado y los que insinúa el futuro), el único que tiene el margen de maniobra real para impulsar un cambio revolucionario en paz, desde la matriz del Estado, es él. No hay otro. Lo sabe porque no tiene un pelo de tonto; lo sabe porque es el único que puede -en el final del camino- convencer a los sindicatos que es la única pista de aterrizaje real que tienen si es que quieren tener futuro en un país con un gasto público tremendo; lo sabe porque el Frente Amplio si no lo acompaña se desploma porque Mujica juega al todo o nada; lo sabe porque es el único con la popularidad y la fuerza para achicar el poder burocrático del Estado en su jerarcas achanchados y en sus elites de siempre ; y sabe además, que esa batalla, en manos de los partidos fundacionales, era imposible librarla por las consecuencias reflejo que generan esos adversarios de clase en el movimiento sindical. O esa lucha, por el cambio de pisada la hace Mujica, con la aquiescencia mayoritaria de los actores del sistema, o nadie podrá librarla y estaremos décadas para que otra circunstancia como ésta se presente para un cambio cualitativo de esta naturaleza. De verdad que es ahora o nunca el tiempo de cambios.

El lío es que hay muchos Galeanos por allí que todavía no entienden que el Uruguay necesita esos cambios con el apoyo de todos y con un concurso patriótico colectivo. Los Galeanos que todavía perviven en el país, no quieren este formato en donde Mujica convence e integra a los otros en sus hazañas. Querrían verlo librando solo las batallas a capa y espada, aplanando por destrozo, con sangre y humillación a sus adversarios, y sosteniendo ese discurso enojado, demodé y retrógrado que todavía resuena vibrante en algunas partes de América. Por suerte Mujica se quiere parecer a Lula. Eso asegura flexibilidad y cintura ante la vida. Los dogmatismos son un cáncer siempre, ya lo tendríamos que saber. Y Mujica es además el hijo dilecto de los tupamaros. Y si algo han hecho toda la vida estos ciudadanos –en el acierto y en el error vamos a decir todo- es ser pragmáticos. Y el pragmatismo, hoy es una gran cosa. Hay esperanzas todavía, habrá que estar a la altura de las circunstancias, pero hay esperanzas todavía de que haya grandes cambios en este país si el estilo presidencial sigue siendo inclusivo, integrador y flexible. Quien nos diga que dejamos de ser mediocres y pasamos a jugar en primera dentro de algún tiempo…

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