El "odio" hacia Estados Unidos

Washington Abdala
La victoria del capitalismo no tiene fecha de cumpleaños. Es una victoria curiosamente vergonzante para muchos en el mundo, que no se festeja públicamente pero que se vive en la intimidad del alma de millones de seres humanos que sienten que ese modelo, aunque imperfecto, es el socio de la libertad que lo hace vivir, de la tolerancia que lo sostiene y de la movilidad social que lo encolumna.

Es que la victoria del capitalismo se asemeja a algo que no se quiere reconocer en la América Hispana por prejuicios y valores. Lo curioso, es que muchos de los que refieren a valores solidarios, fraternales y justicieros lo hacen de la boca para afuera pero en sus “modus vivendi” asumen una postura pro-capitalista hasta la médula.

En el Mercosur buena parte de los intelectuales de izquierda que asumen el discurso moralizante de la sociedad y la asunción teórica de los valores socialistas como un imperativo categórico de vida, sin embargo, aman los buenos relojes suizos, les gustan las corbatas italianas, los autos alemanes (si son BMW o Mercedes Benz mejor), se deleitan al vivir en zonas residenciales lejos del pueblo trabajador, aman la ropa de marca, de muy buena marca y otros tantos placeres que ofrece el mercado. Se podría decir hasta que las remeras “Ralph Laurent o Lacoste” -para estos pequeños burgueses posmodernos- son algo ya no apetecible dada su extrema popularidad. Es delicioso verlos compartir tertulias en excelentes restaurantes de primer nivel en las capitales latinoamericanas, y entre sorbo y sorbo de vinos californianos, oírlos hablar de lo injusto del sistema de distribución de riqueza y de la pobreza lamentable del continente. Es un cinismo rampante que, curiosamente, creen que no es tal. Ante la incoherencia entre sus discursos y sus acciones, entienden que es lógico pensar con cabeza de izquierda pero vivir soñando con los pecaminosos estilos de vida de la derecha.

Esa monumental mentira que viven estos personajes -que abundan en nuestra región latinoamericana, en la literatura, en la política, en el periodismo- no les genera el menor complejo. Es que el capitalismo y la democracia tienen la ventaja que hasta sus detractores pueden cobijarse en sus beneficios y seguir conspirando contra el sistema sin drama alguno. Y hasta llegar a ser apóstoles de la verdad, dar lecciones de moral en cuanto micrófono se les pasa por delante, y ser serviles a todo lo que venga desde un determinado ángulo ideológico, porque en la batalla de ideas si hay que asociarse hasta con un delincuente para derribar a los reaccionarios de turno, en fin, todo está permitido. Ellos manejan los umbrales de la moral pública a gusto y placer.

Es impresionante, aún hoy, advertir el odio y el fastidio hacia todo aquello que proviene de Estados Unidos en las izquierdas populistas latinoamericanas. Impresiona lo colérico del enfoque y lo enardecido del discurso. Es una mirada en clave de ira. Y no tiene grandes defensores el modelo liberal porque ser “pro yanqui” en la América hispana, después de décadas de ideologismo de izquierda, es casi un pecado. Es que las izquierdas populistas instalan un proceso de autocensura descomunal con una militancia del rumor boca a boca que todavía tiene enorme potencial destructor. Sin embargo, buena parte de la victoria cultural de los valores norteamericanos ha ganado la cabeza de las nuevas generaciones sin discusión: los jeans, el rock, los refrescos, el cine de Hollywood, las modas, Disney, Wall Street, el encare de las relaciones afectivas, el nuevo erotismo, las energías alternativas y hasta el éxito de los estudios de posgrado, todo tiene su meca en los Estados Unidos. Y muchos de sus detractores no se les pasa por la cabeza hacer una maestría en Cuba (menos ir de vacaciones allí, prefieren New York o Miami) sino que saben que para aprender, para aprender algo en serio, las universidades norteamericanas son un sello relevante. Y así, más de algún joven de izquierda luego de su pasaje por los Estados Unidos vuelve a sus tierras nativas con una lectura más horizontal, menos pequeña y más inteligente sobre el mercado y el capitalismo. Muchos de aquellos izquierdistas de probeta del ayer, hoy son cuadros cooptados en los gobiernos latinoamericanos de presente porque al final terminan entendiendo como funcionan las cosas sin demasiado prejuicio.

No se trata de afirmar que Estados Unidos es el sumun de lo perfecto. Todos sabemos que no es así. Pero es el espacio de libertad donde -con contradicciones por cierto y acciones no siempre compartibles en el plano internacional- se sigue empujando en la construcción de una sociedad abierta, donde el esfuerzo paga, donde el avance hacia la no discriminación de unos sobre otros gana terreno día a día, y donde el éxito está basado en un multiculturalismo que termina aceptando el aporte de todos para hacer nacer un proyecto colectivo superador de las sumas individuales. Estados Unidos terminó teniendo tolerancia activa hacia esa diversidad y así se hizo enorme, con la suma de las colectividades que le fueron dando cada una su sello. Esa es la síntesis de la potencia americana: su diversidad.

Algún día llegará la hora en que para ser de izquierda en América Latina no haya que recitar el rosario del anti-imperialismo, no haya que hacer una justificación absurda al eterno golpe de Estado que se vive en Cuba y se pueda producir una aceptación de valores que se comulgan (valores capitalistas) pero que se niegan públicamente. Esa será la hora de una izquierda madura que aún parece todavía lejana en el horizonte.

Aquellos hombres y mujeres de izquierda que disfrutan de sus éxitos materiales, de sus riquezas y de sus logros empresariales, frutos de una “plus valía” injusta que le extrajeron a trabajadores dependientes que -según ellos- era incorrecto acometer ese accionar, si creyeran de verdad lo que profesan, tendrían que estar repartiendo y devolviendo esos dineros para cumplir con esa solidaridad que declaman y así alterar la asimetría del capitalismo con la que se beneficiaron, y no disfrutar de los placeres del individuo hijo del modelo político económico que -según ellos- estaba viciado de legitimidad. Hasta ahora, no conozco ningún de estos acaudalados hombres de izquierda, con sus poses intelectuales, que se les pase por la cabeza poner algún dólar en nada o devolverle a algún trabajador algo. Siguen la jacarandosa fiesta de la vida capitalista mientras que continúan con sus discursos panfletarios y demodé. No son pocos los líderes políticos de la izquierda latinoamericana que tienen un peculio económico forjado bajo estas reglas y, sin embargo, hablan ante sus pueblos como si fueran humildes servidores de zapatillas y camisa única.

Me temo que la nueva izquierda latinoamericana en sus elites calificadas se comienza a parecer cada vez más a la “gauche-caviar” europea. En el fondo, sobre estas posturas, las masas las terminan conociendo y por ello generan fuertes niveles de frustración en los electorados que día a día se sienten cada vez más lejos del político inauténtico.

Si algo se le pide al personaje político de la posmodernidad es sinceridad y franqueza, a veces hasta se aceptan sus errores, pero ya no es admisible el doble discurso, la mentira y la falsedad entre su vida y lo que declama. Sin duda estamos en el albor de un nuevo tiempo. Pareciera no ser poca cosa.



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