El trabajo infantil legítimo y el delictivo

Por Mario Píriz
Domingo a la noche. Lluvia delgada. Frío. El barrio era un desierto. Al cruzar el barro de las calles aledañas, las cubiertas del viejo auto no pudieron impedir que en una de ellas se introdujera un clavo. Anduvo cien metros sobre el asfalto de la calle principal y dijo ¡basta!

Como sabiendo, se detuvo justo donde recientemente se ha instalado, precariamente, una gomería. Sin esperar encontrar a alguien golpeamos las manos. Desde un cubo de material que oficiaba de vivienda situado al fondo del pequeño taller, un adolescente dice ¡sí!, que reparan cubiertas.

Acompañado de otro adolescente casi un niño, separa los “costaneros” que hacían de puerta del taller y se disponen al trabajo, con la mejor de las voluntades, como si fuera una tarde primaveral y de sol.

Juan y su hermanito concurren al liceo número uno. El primero cursa segundo año y su hermano comenzó el primero. Su hermano mayor, un joven de no más de 18 años – mecánico de motos – les instaló la gomería. Además de colaborar en la modesta economía de la familia, es un medio sustancial de formación y autoeducación.

La vida es necesaria y el trabajo el camino. Y cuando aún se es casi un niño el caminar imprescindible. Decenas y decenas de hogares pobres, en nuestro barrio como en la universal geografía de la sociedad actual, el trabajo infantil contribuye a compensar el trabajo mal pago, precario o basura de sus padres. Pero cuando no se abandona el aprendizaje y el entretenimiento, el trabajo es el principal e imprescindible camino para la educación no formal.

Porque el trabajo fue y seguirá siendo el crisol donde se cincela la personalidad. En vez de combatirlo en nombre de supuestos derechos inalienables, el trabajo debe recuperar su auténtico sitial como única forma de expresión de la vida y realización de la persona humana. Y constructor de civilización fraterna, comunitaria, auténtica.

Obviamente se debe empezar por considerar un delito de lesa humanidad la reducción del trabajo, de única fuente de riqueza, a una simple mercancía, que se compra y se vende, equiparándolo al capital o al instrumento de su creación. Y porque detrás de la mercantilización del trabajo, se hace de los seres humanos mercancías, en continuo proceso de devaluación, frente al resto de las cosas.

Cuando el trabajo infantil es tomado como una mercancía barata al servicio del capital, estamos frente a un doble delito. Por se atenta contra la propia persona humana, y por otro, se atenta directamente contra el hogar, la familia, sirviéndose para ello de las debilidades propias de las víctimas de la injusticia institucionalizada.

Un ejemplo de ello ha sido denunciado recientemente en el congreso de la Unión Nacional de Trabajadores Rurales (UNATRA). Con gobiernos de derecha, centro o izquierda, los hogares de los trabajadores rurales sigue siendo un trabajo marginal e informal, y totalmente dependiente del dueño del alambrado. De los 120.000 trabajadores rurales registrados en el BPS apenas 5.000 estén afiliados a la UNATRA.

A las malas condiciones de trabajo en muchos establecimientos y chacras se suma la explotación del trabajo infantil. Shirley trabaja hace seis años en viñas del litoral. En uno de los viñedos donde se empleó hay trabajo infantil y no se respeta la ley de ocho horas. “Hay maltrato de menores, no estamos de acuerdo con eso”, manifestó, agregando “Hay madres que llevan a sus hijos a trabajar, los hacen trabajar como once horas al día (…) Donde estuve la última vez tenés que sacar los cajones de 20 kilos. Imaginate un nene de 13 años, con un cajón de 20 kilos, sacándolo unas dos cuadras. Es horrible”.

Rebollo, del Sindicato de Trabajadores del Arándano, detectó trabajo infantil en una empresa del sector. “Hay mucha gente en negro, los patrones salen los domingos a juntar gente en la calle, llevan niños. Por ejemplo una empresa grande de Paysandú es una de las que junta menores, sobre todo en las cosechas cuando apremia (el tiempo). Esta es una fruta que viene y de un día para el otro madura y hay que sacarla. Ellos evaden al Ministerio de Trabajo y el BPS. Exponen a toda esa gurisada chica, de 11 a 12 años, a trabajar. Por ejemplo, los domingos que es doble le dan 500 pesos. Los botijas se van locos de contentos. Pero quién asegura si alguno se llega a lastimar. Ellos se lavan las manos”.

Reiteramos, el trabajo infantil es un camino imprescindible en la formación de los seres humanos, siempre que el mismo se haga como parte y complemento práctico y no formal del sistema educativo. Pero cuando el trabajo infantil es explotado por individuos y empresas que solo tienen afán de lucro, el mismo se constituye en un delito penal. Callarse la boca es complicidad.

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