Por Ope Pasquet
Escribo el sábado 17, por la mañana. Acabo de leer El Observador. Informa que en el marco de las celebraciones del bicentenario del comienzo del proceso emancipador, en el Subte Municipal se ofrece al público una exposición de obras de arte, una de las cuales muestra al sol de la bandera uruguaya con un ojo morado, como si le hubiesen dado una trompada. La autora de la obra es una chica de 22 años, llamada Anaclara Talento. Ella dice que el moretón que le puso al sol “es una metáfora que tiene que ver con cómo somos”. Según ella, Uruguay es “un estado sin nación”. “Desde su perspectiva –dice la nota periodística- “recién este 2010 se logró obtener una unidad como pueblo, que se logró gracias al desempeño de la selección uruguaya de fútbol en el Mundial de Sudáfrica. El día que llegó la selección, lo dijo el presidente, fue cuando nos unimos”.
¿Serán muchos los jóvenes que piensan así, o que creen algo parecido aunque no lo expresen? Me temo que sí. Por eso siento el deber de explicar porqué, en mi opinión, esa visión del sol con moretones es profundamente equivocada e injusta con el Uruguay, con su gente y con su historia.
Ante todo, lo más obvio: si la alegría colectiva producida por los éxitos deportivos fuese el único dato revelador de que los uruguayos hemos logrado obtener “una unidad como pueblo”, el fervor popular suscitado por los triunfos de nuestro fútbol en las Olimpíadas de Colombes (1924) y Ámsterdam (1928), así como los campeonatos mundiales de 1930 (Montevideo) y 1950 (¡Maracaná!) ya estaría demostrando que los uruguayos encontramos “la unidad como pueblo” mucho antes de este año 2010...
Pero sin negar la importancia y el valor del fútbol en la formación de la conciencia nacional uruguaya, urge decir que somos mucho más que una hinchada entusiasta. No es preciso remontarse a Artigas y al siglo XIX (¡vaya si el Éxodo fue una expresión de unidad del pueblo oriental!). Tampoco es indispensable retrotraerse al magnífico “Uruguay batllista” de las tres primeras décadas del siglo XX, conocido y respetado en lo que entonces era “el mundo” para nosotros (en sustancia, las Américas y Europa Occidental). Tenemos una linda “historia reciente” para contar, que es la historia de los 25 años de democracia que –tras doce años de dictadura- estrenamos en 1985.
En rigor, todo empezó antes, en 1980. En el plebiscito de 1980 la dictadura fue derrotada por la ciudadanía uruguaya, que simplemente votó NO cuando le propusieron renegar de los principios y valores en la adhesión a los cuales se condensa lo mejor de la identidad nacional. Al recordar el último domingo de noviembre de aquel año augural, es imposible no mencionar al Dr. Enrique Tarigo; él tuvo el coraje de ser la voz del NO, y habló por todos nosotros.
Tres años más tarde, al pie del Obelisco y frente a una multitud que formaba “un río de libertad”, fue la voz inolvidable del actor Alberto Candeau la que leyó la proclama redactada por Gonzalo Aguirre y Enrique Tarigo, reclamando libertad y democracia para todos.
En 1984 fue posible pasar de la protesta contra la dictadura, a la apertura del camino a la democracia. Eso se logró mediante el Pacto del Club Naval. Allí el Partido Colorado, el Frente Amplio y la Unión Cívica acordaron con las Fuerzas Armadas los términos y condiciones para la realización de elecciones y la entrega del poder. El Partido Nacional se opuso a ese pacto, porque Wilson Ferreira estaba preso y a él no se le permitió participar de las elecciones. La controversia entre partidarios y adversarios del Pacto del Club Naval fue el eje de la campaña electoral. La ciudadanía otorgó una amplísima mayoría a los partidos “pactistas”, refrendando así lo actuado por ellos. El Partido Colorado ganó las elecciones con más del 40% de los votos y Julio María Sanguinetti –el artífice de la transición- fue elegido presidente por primera vez.
Rápidamente la democracia recobrada restableció la vigencia de todas las libertades, derechos y garantías; puso en libertad a todos los presos políticos, restituyó a los funcionarios públicos destituidos por la dictadura y comenzó lo que sería un largo y complejo proceso de reparación de los daños materiales y morales causados por ella.
Sin duda, lo más difícil de todo eso que se llamó “el cambio en paz”, fue la amnistía para los delitos cometidos por militares y policías durante la dictadura. Con el acuerdo del Partido Colorado y el Partido Nacional, el Parlamento la votó en 1986. El Frente Amplio se opuso a la “Ley de Caducidad” y promovió un referéndum en su contra. En 1989 se celebró el referéndum y la ciudadanía ratificó la ley; el año pasado, en otro plebiscito, se negó a anularla como algunos proponían. Otros países también amnistiaron los delitos cometidos por los dictadores y sus esbirros (así España, Brasil y Chile, entre otros); pero sólo Uruguay sometió la decisión del asunto al voto popular, y no en una sino en dos ocasiones.
Desde 1985 se han alternado en el gobierno el Partido Colorado, el Partido Nacional y el Frente Amplio. Los tupamaros llegaron al gobierno por la vía del sufragio y se han comprometido a respetar y defender la Constitución de la República (¡qué triunfo de la democracia!). Los militares están pacíficamente en los cuarteles, la prensa es libre, los jueces dictan fallos que en algunas ocasiones irritan a la oposición y en otras al oficialismo, los sindicatos ponen en jaque tanto a los empresarios como al gobierno que ellos mismos votaron y, en fin, el país enfrenta sus problemas (que los tiene y graves) en un clima de libertad y vigencia de la ley.
No se trata de pintarlo todo de color de rosa, sino de saber distinguir lo principal de lo accesorio. Los últimos veinticinco años han sido años de consolidación democrática para el Uruguay. Y todo se hizo sin muertos, sin sangre, sin violencia. “El cambio en paz” dejó de ser un eslogan para transformarse en la descripción breve de 25 años de historia, de historia uruguaya, de historia celeste.
Yo no soy artista, pero si lo fuera, no le pintaría moretones al sol de nuestra bandera.
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