Por Ruperto Longo
En el emblemático año de 1968, cuando el mundo era sacudido desde Paris a Praga y desde San Francisco a Ciudad México, por un clamor libertario, dos genios, Arthur C. Clarke y Stanley Kubrick, dieron vida a un filme que ha entrado en la historia: “2001, la Odisea del Espacio”.
Más allá de los fascinantes efectos visuales (impresionantes para la época) y de la belleza de la banda musical, las multitudes de mortales que asistimos a ver la película en todo el orbe tuvimos el privilegio de echar una mirada al futuro que se nos venía encima. La cuestión era si esa visión del futuro, con sus nuevos problemas y desafíos, iba a tener algo de cierto. Sólo el paso del tiempo podía dar la respuesta.
Muchas décadas después se considera que las visiones de Clarke y Kubrick han sido avaladas, en muchos aspectos, por hechos que efectivamente sucedieron. Mérito no menor, si recordamos que otro referente del siglo XX, Peter Drucker, había afirmado con acierto que el único futuro que podemos predecir es el que ya aconteció.
Comprender aquellos aspectos de la realidad actual que nos anuncian el futuro, es un factor clave para el desarrollo. En un mundo fuertemente competitivo, en el que no sólo es necesario progresar, sino que también hay que hacerlo más rápido que los demás, la capacidad de “leer el futuro” es decisiva. John Kasarda, cuando nos visitara en el LATU una década atrás, lo sintetizó de esta manera: aquellos países que alcancen a leer lo que está escrito en la pared, antes que otros siquiera hayan visto la pared, serán los países desarrollados del siglo XXI.
El otro factor decisivo es la capacidad y velocidad de respuesta.
Una vez que hemos podido anticipar al menos algunas de las tendencias que van a modelar los tiempos por venir, es necesario definir las políticas que nos permitirán obtener el mayor provecho. Es decir, definir el rumbo de la nave.
Hecho lo cual es necesario ejecutar, con rapidez, las acciones necesarias para poner la nave en marcha.
Aquí es donde enfrentamos nuestra mayor dificultad. Porque si a cualquier nación puede resultarle difícil “leer el futuro”, e incluso formular en clave de Políticas de Estado el norte al que hay que apuntar, cuando llega el momento de ejecutar, nuestra lentitud se torna difícil de superar.
Las discusiones –muchas veces sobre cuestiones de detalle- se vuelven interminables. Siempre hay alguien más a consultar, y siempre hay quien reclama su derecho inclaudicable a opinar, y así nos transformamos en tres millones de directores técnicos. Eso sí, nadie quiere hacer de jugador, y mucho menos de preparador físico, kinesiólogo o aguatero.
A tal punto esta forma de ser se ha adueñado de nuestra voluntad, que el Diccionario de Expresiones del español de Uruguay, de la Academia Nacional de Letras define “a la uruguaya” de este modo: “sin apuro, con la mayor tranquilidad posible; con más deliberación que ejecución”. Carlos Maggi, con su impar talento, ha dicho que vivimos una perpetua odisea, que bien podríamos llamar “La Odisea del Despacio”.
Sin embargo, nos contamos entre los que creemos que es posible cambiar este poco envidiable atributo de nuestra personalidad colectiva. No lo decimos por simple voluntarismo, sino porque existen demostraciones tangibles de que en algunas ocasiones hemos sido capaces de hacerlo.
Un par de ejemplos. A finales de la década del ochenta, basándose en estudios realizados con la cooperación japonesa que mostraban el potencial para desarrollar el sector forestal, desde la silvicultura hasta la celulosa y el papel, Uruguay aprobó con el apoyo de todos los partidos políticos una Ley Forestal con estímulos legales y económicos.
Veinte años después, este nuevo renglón productivo es una realidad. Algo similar había acontecido antes con los productos lácteos, y un poco después, con los sectores logístico e informático.
De modo que buenos ejemplos para emular existen, y de nuestra propia cosecha.
Pero son demasiado pocos para el potencial de que disponemos, y que es necesario liberar.
Recordemos: saber leer el futuro, construir Políticas de Estado y ejecutar las acciones concretas que estas requieren. No existen recetas para el éxito. Pero sobran las excusas para el fracaso.
Es tiempo de abandonar nuestra Odisea del Despacio.
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