Este principio que, como -regla de juego- elemental desplegó Tarigo en su doctrina liberal, nos impone en esta nueva etapa que el Partido Colorado se ha dado en estricto apego a los principios y formas de la democracia, desplegar ideas reafirmadas en votaciones tan recientes como ejemplares que lo han sacado del desastre comicial de 2004.
Quizá la autocrítica, por aquel entonces tajantemente rechazada por las estructuras políticas del Partido, haya sido cosa razonable. No haber entrado en las causas de la debacle que nos condenó a una mínima expresión parlamentaria, de por sí admitía ya suficiente crítica; no obstante, la prudencia tomó por otros caminos y los liderazgos partidarios y sectoriales se fueron dando moldeados por los principios rectores del Partido: el batllismo como forma y como fondo del contenido ideológico no estuvo en tela de juicio por nadie, y ese ha sido, sin dudas, el estandarte principal para el inicio de la recuperación.
En la historia política del Partido Colorado muchas han sido las etapas en donde debieron discutirse formas y contenidos que muchas veces rozaron principios que por obvios no merecían reivindicación. Pero a la hora del inicio de una nueva legislatura hay que fomentar el debate por las ideas quizá tanto como Batlle y Ordóñez lo promovió en la primera década del siglo pasado.
Observando “el adentro” partidario en contraposición con “el afuera” político e ideológico, se nos ocurre la necesidad de al menos recordar que, cuando hablamos de cercar cárceles con el Ejército, o abrir el paso del guardiacivil para que lo reemplacen los militares, de los que estamos ciertamente hablando es, por un lado, de la doctrina ideológica del Partido de Gobierno y por el otro, de la doctrina esencial de los partidos políticos, en nuestro caso, el batllismo.
En mayo de 1917, mientras la derrota electoral del Colegiado de un año atrás seguía siendo asimilada, EL DÍA comenzó a publicar una polémica de tres meses que fue histórica, entre José Batlle y Ordóñez y el Secretario General del Partido Socialista del Uruguay, Celestino Mibelli. Los polemistas expresaban sus opiniones acerca de los sorprendentes acontecimientos políticos que habían culminado en ese mismo mes de mayo en un pacto Colorado-Blanco que produjo la Constitución de 1919. Pero lo que le da importancia histórica a la polémica, señala el historiador Milton I. Vanger, es el hecho que “por primera vez Batlle define sus ndiferencias con el Socialismo marxista. Los argumentos socialistas de Mibelli a tres meses escasos de la revolución bolchevique que dividió al Partido Socialista en el Uruguay, como al Socialismo en otros lugares del mundo, mtienen, a su vez, importancia en la trayectoria histórica del marxismo uruguayo. Y hoy en día el debate tiene importancia inmediata porque Mibelli y Batlle disputaban las opciones de suprimir o controlar al ejército…”, lo que venido a los tiempos que corren en este 2010, bien pueden servir de debate inicial para saber de dónde se viene y hacia dónde se quiere ir con el discurso militar que en forma subyacente el Gobierno pretende instalar.
Por un lado los cuarteles pasan a transformarse en cárceles, por otro se desatan duros cuestionamientos hacia la interna militar por el uso de recursos procedentes de las Naciones Unidas para las fuerzas de paz con visos de irregularidad, al tiempo que por otro lado el concepto del “ser militar” pasa a estar en tela de juicio a la hora de valorar las nuevas reglas del juego que conforman la base doctrinaria de las Fuerzas Armadas, por iniciativa del Gobierno
Y en medio de este debate singular, se observan muchos silencios partidarios no imputables a nadie en particular. Después de todo bastaría con que un Convencional lo planteara como iniciativa para que el Partido abriera las puertas al debate, pero no sucede. Quizá nos hemos acostumbrado a la criticada gestión vertical de las autoridades anteriores; quizás, y sin vacilar, puede que estén faltando instrumentos que desaten el análisis y la reflexión más que la adopción a pie juntillas de lo que piensan sólo algunos en la interna partidaria.
Es importante más que detenernos en el detalle y al fondo de las cosas.
Para eso, sin vacilar, Batlle y Ordóñez es un ejemplo insuperable. El caso Mibelli-Batlle vuelve a esta reflexión editorial con el ánimo puesto en la reflexión y en la razón.
Decía Vanger a propósito de Batlle:
“En 1913 batlle había combinado la campaña pro Cilegiado con otra campaña pro votos para el Colegiado, basándose en el argumento de que aquéllos que serían socialistas en otros países, debían ser colorados en el Uruguay, ya que los colorados podían realizar mejoras en la vida de los trabajadores que los socialistas sólo podían soñar.”
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