MAQUINITAS QUE NO SON JUEGO DE NIÑOS




La necesidad de regular de algún modo los juegos de azar a través de las maquinitas que, fuera de los locales habilitados para ello, han proliferado en gran parte del territorio nacional (en especial en barrios y locales periféricos de la capital y en ciudades del interior del país) se hace cada vez más apremiante.



No me refiero exclusivamente al aspecto tributario de la regulación -que por cierto no resulta menor a la hora de estimar ingresos para las arcas públicas- sino a los que atañen a cuestiones socio-educativas que debieran considerarse muy especialmente, en atención al deterioro social que se advierte.



Observamos que, se encuentran enfrentados en este asunto intereses por cierto muy diferentes, y debiera ser el Estado el que, a través de sus órganos competentes, determine cuáles son las prioridades que habrán de prevalecer.



Pues no debemos olvidar que al derecho al trabajo de unos, el derecho al entretenimiento de otros y el interés de recaudar de las oficinas fiscales y la protección de la minoridad, debe tenerse en cuenta también, el drama cotidiano de las familias que lidian con ludópatas, que en el mejor de los casos, no retornan a sus hogares hasta ver vacíos sus bolsillos.



Estas cuestiones, hacen a la conformación de la sociedad en que vivimos y que estimamos cuando menos hipócrita, a la hora de tratar estos temas, pues no parece razonable que por un lado, se apueste al “país productivo” y por otro, no dejen de aumentarse los juegos de azar, habilitarse salas de juego de máquinas tragamonedas, inaugurarse casinos y en los últimos tiempos - como si fuera insuficiente lo anterior – la proliferación de estas maquinitas, ubicadas en cualquier sitio, sin tributar y en clara violación a las normas nacionales y departamentales.


Tal vez, este doble discurso tenga como contrapartida la voracidad fiscal que se traduce en recaudación, pero ésta no se obtiene en el caso que nos ocupa.



Y lo que por cierto llama la atención, es que tampoco se adopte una actitud clara con respecto a quienes padecen una enfermedad o patología derivada del impulso irrefrenable a jugar (que tantos perjuicios causa no sólo a quienes lo padecen sino a sus familias) que linda con la responsabilidad por omisión.



Se señala con preocupación que, el deterioro social que mencionamos, va de la mano de la perdida de valores, que se traduce en una sensación (nada saludable por cierto) de pretender que todo cambie, no por el esfuerzo personal, sino por voluntad de la errática rueda de la Fortuna.


Nuestras autoridades debieran tener en cuenta especialmente que, la instalación de salas de juego para esparcimiento de quienes pueden disfrutar de nuestros atractivos turísticos en todo el país, no tiene nada que ver con el problema que nos ocupa. Muy otra es la situación a la que apuntamos.



Por ello, como no alcanzamos a entender la instalación de dichas salas en ciudades netamente productivas -donde predomina una población de asalariados- tampoco y mucho menos, podemos aceptar el estímulo indiscriminado a los juegos de azar con este tipo de maquinitas, que no hace otra cosa que generar en definitiva, graves problemas sociales, que ocasionan a nuestro modesto entender, más pérdidas que beneficios.



Dr. Marcelo Gioscia Civitate

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