La democracia electoral, así como se
la conoce, muestra gente “optando” de tanto en tanto, seleccionando a quien
delegará la responsabilidad de administrar la cosa pública. En ese acto
comicial, la sociedad toda tiene la alternativa de elegir a sus representantes.
Pese a que quienes triunfan, se
llenan la boca, hablando, con escasa humildad de su legitimidad y de ufanarse
de que han sido elegidos por sus talentos e inteligencia, la realidad es un
bastante más compleja.
Existe una matriz, que no deja mucho
lugar a dudas. Los más, sienten indiferencia en el sentido amplio, mientras que
pocos se movilizan por pasión. Esta afirmación no surge de suposiciones sino de
lo que muestran los estudios sociológicos más serios y los mismos procesos
eleccionarios. No se trata solo del presente sino de lo que muestra la
historia.
Mucha gente, pese a la
obligatoriedad legal de votar, desiste de hacerlo. Reina en ellos el
descreimiento, la falta de interés y cierto rechazo a sistema expresado de ese
modo.
Algunos otros por temor a las
eventuales represalias formales eligen participar pero expresan su visión
negativa mediante el voto en blanco como un modo distinto de manifestar su
desagrado con todos.
Pero ninguno de esos grupos son
necesariamente los más numerosos. En realidad, la mayoría de la sociedad
termina concurriendo a la convocatoria de la democracia, participando del acto
electoral.
Sin embargo allí no se destacan en
cuantía los partidarios, esos que se encuentran enrolados en las filas de la
política, ni tampoco los que tienen intereses concretos vinculados al poder por
los beneficios que perciben de él, o por los que eventualmente empezaran a
recibir en el futuro a partir de promesas de campaña. Del lado de los que
pretenden llegar al poder pasa algo parecido. Estarán los que aspiran a
recibir. Esos son los menos.
Los más son los que en las encuestas
aparecen apoyando a unos u otros, pero sin convicción, los que contestan sobre
la imagen de los candidatos en el casillero “regular”.
Se trata de ciudadanos
independientes desde lo partidario, preocupados por los problemas reales. No
los moviliza un interés directo con la política. Sus ingresos económicos no se
derivan de ello en forma lineal, ni tampoco dependen de la continuidad de un
partido o la llegada de otro.
Ellos “optan” no eligen. No están
convencidos de casi nada. Ningún candidato los entusiasma ni seduce. Solo se
ven encerrados en la disyuntiva de elegir el mal menor. Ni siquiera adhieren a
sus ideas o proyectos, y terminan votándolo solo porque al otro rechazan de
plano.
Pero hay que entender que esto es
una consecuencia y no una causa, que sucede por un sinfín de hechos que los
enfrentan a ese falso dilema.
El sistema electoral encierra con
sus trampas, que han sido construidas justamente por quienes pretenden ser
elegidos. Saben que no podrían triunfar en un sistema transparente, donde ganen
los mejores, los más honestos y con mejores ideas, por eso ponen restricciones
para impedir que nuevos partidos o personas en forma individual puedan
postularse.
Como todo sistema que pretende
convertirse en monopólico la estrategia está en entorpecer el acceso a los
competidores. Para eso existen barreras legales, desde la que fija requisitos
para constituir partidos a esa que dice que solo los partidos políticos pueden
postular personas, y que ningún ciudadano a título personal puede hacerlo. De
ese modo, solo los que tienen estructuras partidarias, aunque estos no sean
tales sino solo licencias, “sellos” como se dice en la jerga política, pueden
proponer candidatos.
Claro está que es el mismo Estado,
la misma corporación política la que establece el régimen de autorización de
partidos y también los que establecen requisitos cada vez más complejos de
cumplimentar. La idea es que los que están juegan y los que no están no deben
ingresar, para poder repartir el poder entre los cómplices que forman parte del
presente.
Los que gobiernan, de un lado y de
otro, manejan las reglas y son los encargados de que nadie las vulnere. Si algún
personaje extra sistema les interesa para recolectar votos, lo convocan, pero
siempre son ellos los que mantienen el control, desde el partido, el sello
legal, la herramienta política.
Ellos especulan con la abulia
ciudadana, saben que lo difícil espanta, que lo que parece complejo invita a no
dar la batalla, siempre bajo la esperanza de que en el próximo turno electoral,
tan próximo en términos relativos surgirá mágicamente alguien que permita
aferrarse a la esperanza. Eso no sucederá. La corporación propondrá mediocres,
de eso se trata. De un lado y otro solo piensan en repartirse los bienes de la
sociedad y administrar su patrimonio económico y moral.
Pero no todo es negativo. La
descripción es dura, probablemente muy cercana a la realidad. Solo no hay que
engañarse y dar paso a una decisión importante. Es tiempo de establecer si se
está realmente dispuesto a jugar con sus reglas, con alto riesgo de ser
derrotados bajo la maraña jurídica que ellos conocen mejor que nadie, o aportar
lo mejor, desde cada lugar para cambiar la inercia social que nos trajo hasta
acá. Es un camino intrincado, esforzado con un horizonte de pocas certezas y
probablemente bajas chances de ganar. Pero a la luz de los acontecimientos, tal
vez sea bueno analizar concretamente esta exigua posibilidad.
Ellos solo triunfan porque manipulan
las reglas, aprovechan la apatía ciudadana y disponen de los recursos del
Estado para impedir cualquier reacción cívica electoral.
Conociendo sus fortalezas, asumiendo
las debilidades y aceptando lo difícil del desafío, tal vez se deba intentar,
siempre sabiendo que ellos no enamoran a muchos más que los que sacan tajada
del resultado y que millones de ciudadanos solo optan por ellos por falta de
alternativas y no porque se vean liderados por esos personajes o les
entusiasmen sus ideas. Allí existe una oportunidad.
Para los que entienden que no vale
la pena, tal vez haya que tomar nota que en este sendero, vamos camino a
perderlo todo, hoy los recursos económicos, luego la dignidad, y de a poco la libertad.
Es el resultado esperable de asumir cada acto comicial con más indiferencia que
pasión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario