Cualquier avance, por ínfimo que nos parezca, en materia de
educación para todos, debemos celebrarlo y extender dicha ovación por todo el
mundo. Ahora bien, educar es uno de los términos que más se ha prostituido. Por
desgracia, en muchos países se adoctrina más que se educa, se propone el
sometimiento a una clase dirigente que no siempre tiene actitudes ejemplares.
No olvidemos que la mejor manera de transmitir valores humanos es predicar con
el ejemplo, y el modelo ha de ser un buen ciudadano. Cada uno tiene que
desarrollar su propia vida, alfabetizándola acorde con su desarrollo, de manera
que pueda vivir conviviendo y vivir desviviéndose por su misma estirpe. ¡Qué
menos!
En otras naciones, el objetivo es generar obediencia al
poder, como si la educación fuese una doma a la persona, cuando de lo que se
trata, es de ahondar en el aprendizaje de los somos para luego poder discernir,
y, así, poder luego ser gobernados por nosotros mismos. Aprender a reflexionar
es una sana virtud, uno tiene que labrarse su futuro y conocerse meditando
sobre su propio sentido existencial. Únicamente, de este modo, se puede
entender el mundo. Por lo pronto, urge que retornen a sus moradores tantas
dignidades perdidas en los últimos tiempos.
También, en otros lugares del planeta, aún no ha llegado la
alfabetización, algo que resulta esencial para erradicar la pobreza y recobrar
la libertad del ser humano como tal. Ciertamente, la realidad es la que es, y
son muy pocas las culturas que transmiten una educación por y para la
ciudadanía, libre de ataduras, capaz de obtener del educando lo mejor de sí
mismo. La cuestión no radica en saber muchas cosas, sino en saber utilizar esas
cosas, en beneficio de la colectividad. Ahí reside la auténtica alfabetización,
en la manera de ayudarse las personas entre sí ante tanta diversidad, en
comprender lo que es la vida a través de las más amplias ventanas y en dejar
vivirla, en poder ascender, en definitiva, a la autonomía y no vivir en la
continua sumisión.
Es verdad que, desde hace más de cuarenta años, la
Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura
(UNESCO), nos viene recordando a todos que la educación es un derecho humano
imprescindible para la convivencia. Precisamente, el 8 de septiembre se viene
conmemorando el día internacional de la alfabetización, este año bajo el
sugerente lema de cultivar la paz. Desde luego, un pueblo que sabe recapacitar
está preparado para comprender a cada ciudadano según su individualidad, mucho
más que otro que no entiende de razonamientos. Ya lo dijo, en su tiempo,
Descartes: “La razón o el juicio es la única cosa que nos hace hombres y nos
distingue de los animales”. Está visto que todo cuanto hemos madurado, nos
lleva a una comprensión más verdadera. Quien no entiende un abrazo tampoco
entenderá una larga explicación. Así de claro.
Además, se cumple este año, el decenio de las Naciones Unidas
para la alfabetización (2003-2012), con el propósito de una educación para
todos. En consecuencia, resulta primordial trabajar, para que todas las gentes
puedan alcanzar sus metas socializadoras, a través de acciones inclusivas y
universalistas. Puede haber más niños escolarizados que antaño, pero también
son muchos más los que fracasan y abandonan los estudios. ¿Qué es lo que falla?
A mi juicio, lo que ha quebrado es el término educación como valor de valores.
Pueden enseñarnos a leer, y de hecho nos enseñan a leer, pero no se avanza
hacia esa lectura comprensiva, y así, se es incapaz de enseñar a digerir lo
leído, para después saber discernir lo que vale la pena ver en profundidad.
¿Qué otro libro se puede estudiar mejor que el de la observación de la vida
humana? Realmente hay cosas que no se pueden enseñar, uno las descubre por sí
mismo, a base de releerse en los labios de la humanidad y en los de la vida.
Por tanto, el bien de esa humanidad no está en hacer carrera,
sino en que cada individuo pueda aprender a buscarse la vida, sin disminuir la
vida de los otros. Pero, cuidado, para hallar esa vida antes hay que estar bien
formados. A menudo nos encontramos con personas que no han tenido acceso a la
escuela y, si lo han tenido, la abandonan. Suelen vivir una vida de miseria,
totalmente excluidos, en poblados de marginalidad, en parte porque este sistema
productivo no integra, más bien separa a los humanos entre sí. No es de recibo
moral que sigamos así, descartando vidas. ¿Quiénes somos nosotros para hacerlo?
Pienso que debemos cuanto antes recuperar al ciudadano que vive en desventaja
con otros, analizar el problema, mantener el gasto social en derechos
inherentes al ser humano como lo es la educación y luchar para que las
desigualdades no se acrecienten. Algo que muchos gobiernos no toman en
consideración, sabiendo que la desigualdad y la ignorancia matan vidas tanto
como no tener un trozo de pan.
Al fin y al cabo, el objetivo no es llegar a los marginados,
sino que salgan de la marginación. Que puedan vivir de manera autónoma, sin
servidumbres que les trate como esclavos. Si en verdad queremos transformar la
sociedad y configurar una cultura más integradora, es preciso injertar el alma
humana en aquello a transmitir. Sepamos que cada exclusión es una destrucción
del espíritu solidario. En conclusión, todas las culturas tienen la esencial
responsabilidad de asegurar la creación de entornos que cautiven y cultiven. Y
con la desigualdad lo que hay que hacer es justicia, mejor hoy que no mañana.
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