Cuando
todavía perduran en nosotros las estupendas imágenes de la jornada inaugural de
los Juegos Olímpicos de Londres, que con excelencia y británica precisión,
exhibió un espectáculo inolvidable, duro es advertir que, nuestra pequeña
delegación en los juegos convencionales, tendrán pocas posibilidades de
alcanzar el podio de los ganadores y regresar a casa con alguna de las
preciadas medallas. Luego de la derrota sufrida por nuestro equipo de fútbol
frente a Senegal, nos resta ahora solo la esperanza de poder vencer al equipo
del país anfitrión para clasificarnos…¿estaremos técnicamente preparados para
tal victoria? ¿O nuevamente la mayoría de los uruguayos sufriremos a la
distancia y frente a nuestros televisores, a la espera que se produzca una
jugada providencial, los errores de los integrantes del equipo contrario o tal
vez una intervención divina, que eventualmente, nos permitan acceder al
triunfo?
Porque
además, no podemos desconocer un hecho histórico: la última medalla olímpica
Uruguay la obtuvo hace diez y seis años. ¿Qué políticas se aplicaron en esta
materia, desde entonces? ¿Qué recursos humanos y materiales se dispusieron para
poder contar con competidores de primer nivel? ¿Se destinó algo de la bonanza
económica financiera de los últimos diez años para descubrir y apoyar a quienes
desde su natural constitución o sin ella, pueden ver coronados sus esfuerzos
por un instante de gloria? ¿Pudo acaso impulsarse una actitud de sana
competencia para poder premiar a los mejores?
Porque
si advertimos carencias en la preparación de deportistas en los juegos
convencionales, más duro aún es conocer que, para los Juegos Paralímpicos (en
que participan deportistas con discapacidades y que comenzarán una vez que
finalicen aquellos) Uruguay tendrá un solo representante, mientras el Comité
Paralímpico Uruguayo entiende que, son treinta los deportistas discapacitados
que están en actividad en nuestro país. Y lo que resulta aún más incomprensible
es que, los recursos que destina el Estado para esta actividad, están muy lejos
de permitir se mejore el desempeño y el número de los representantes que porten
nuestra bandera. Ya que, según manifiestan los involucrados, se fomenta entre
los discapacitados el deporte más como recreación que como alta competencia.
¿Cuál es la razón de tal decisión? ¿Alguien puede explicarnos porqué a los
juegos paralímpicos concurrían más dirigentes que deportistas? ¿Cómo es posible
que en esta materia de especial sensibilidad, nos encontremos con denuncias de
“amiguismos”?
Mientras
que tienen lugar los enfrentamientos que se han constatado en las instituciones
vinculadas a estos torneos especiales, las familias de los más abnegados de los
deportistas con discapacidades, -cuando no ellos mismos- se esfuerzan
individualmente para permitirles a sus hijos encontrarse en condiciones de
participar y competir. Una muy noble actitud, alejada de los grandes titulares
de prensa, pero que sin lugar a dudas se compadece con lo mejor del espíritu
con que Pierre de Coubertin impulsó la realización de los Juegos Olímpicos.
Mientras no se diseñe una política de alta competencia y rendimiento, ni se
impulse ni destinen esfuerzos humanos y recursos materiales suficientes a
descubrir, preparar y estimular deportistas tanto convencionales como con
discapacidades, por cierto alejadas de toda discriminación y acomodo, los
uruguayos habremos de contentarnos con tener una presencia ante todo
testimonial en este tipo de convocatorias universales.
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