Es el mundo al revés. Si Ángel
Carromero, sobrio y sereno, como estaba, hubiera sufrido en España o en Estados
Unidos un accidente semejante al que tuvo en Cuba, en lugar de ser acusado de
homicidio culposo, él y los familiares de Oswaldo Payá y de Harold Cepero, los
dos demócratas cubanos fallecidos, estarían demandando al gobierno por la
pésima señalización de las carreteras, y a la agencia estatal que les alquiló
un coche en el que, presumiblemente, o no había o no funcionaron adecuadamente
los air bags.
La familia de Cepero, además, le
exigiría una compensación extra al sistema sanitario, porque su muerte pudo
haberse evitado si los servicios médicos hubieran actuado con rapidez y
capacidad profesional. Cepero no murió instantáneamente, como Payá, por un
fuerte golpe, sino por un coágulo en una pierna que no le detectaron a tiempo,
algo que puede ser calificado como negligencia médica.
La razón directa que provocó el
siniestro fue la falta de pavimentación, la presencia de una gravilla
resbalosa, y la ausencia de letreros que advirtieran claramente esta
circunstancia.
En las carreteras cubanas,
pésimamente mantenidas, hay un déficit crónico de señalizaciones (exceptuadas
las vallas propagandísticas que exaltan las maravillas de la revolución), y,
según Oscar Suárez, exreportero de la televisión cubana, que conoce bien la
región del accidente, Ángel Carromero asegura que no vio letrero alguno, porque,
sencillamente, no existía.
Sentido común
Esa señal que escuetamente ponía la
palabra “Bache”, que nada claro previene, fue colocada con posterioridad para
armar un escenario con el cual condenarlo y exculpar a las autoridades cubanas.
El signo universal de tráfico que advierte sobre la posibilidad de resbalar son
dos líneas onduladas paralelas. No hay el menor rastro de esos letreros en el
camino.
Lo que quieren que creamos del
accidente de Carromero es que iba con exceso de velocidad y por ello, y por frenar,
su coche derrapó e impactó a un árbol lateralmente. Eso fue lo que públicamente
se vio obligado a declarar el joven líder español. Pero es muy difícil correr a
gran velocidad por esos endiablados caminos, marchaban en un pequeño Accent de
una mínima cilindrada, y no hay nada raro en aplicar los frenos cuando
súbitamente cambia la superficie sobre la que transitamos, a no ser que
previamente estemos advertidos por las señales de tránsito.
Lo que sabemos, con toda certeza, es
que la mayor parte de las personas, sometidas a la presión de la policía
política cubana -recuérdese “el caso Padilla”-, declara cualquier cosa. El ex
coronel Álvaro Prendes, héroe de la revolución que acabó en una cárcel
castrista y luego murió en el exilio, solía explicarlo con una frase
melancólica: “Superman, a la semana de estar en manos de la Seguridad del
Estado cubano, se echa a llorar y se limpia los mocos con la capa”.
El accidente le viene como anillo al
dedo a la dictadura para tratar de poner fin a la solidaridad internacional con
los demócratas cubanos. Ya Carromero y Jens Aron Modig, el líder juvenil
democristiano sueco que viajaba con él, se han excusado por prestarle ayuda a
la oposición pacífica de la isla.
Ése es el propósito del régimen de
Raúl Castro: invocar la supuesta soberanía cubana vulnerada por unos
extranjeros que les llevaban a los disidentes algo de dinero, memorias flash,
información y, sobre todo, respaldo político. Más o menos lo que los demócratas
de Europa les llevaban a sus correligionarios españoles durante la dictadura de
Franco.
Doble estándar
Algo no muy distinto, por cierto,
pero mucho más honorable, limitado y ajustado a las normas internacionales, que
lo que hacen los comunistas de diversas partes del mundo cuando acarrean
recursos en sus países para sostener a la dictadura de partido único de Raúl
Castro, ofrecen constantemente su solidaridad, y hasta llevan a La Habana el
producto de sus fechorías, como los 60 millones de dólares que le aportaron a
Fidel los montoneros argentinos tras el secuestro de los acaudalados hermanos
Born, y transfirieron el rescate a la Isla.
El gobierno cubano, en suma,
proclama y ejerce su derecho a ejercer el “internacionalismo revolucionario”,
que le costó la vida al Che Guevara, pero no reconoce el derecho al
“internacionalismo democrático” que deben practicar quienes creen que la
libertad es un don universal.
Mientras Cuba se queja de la
intervención de los populares españoles y los democristianos suecos en la
política cubana, sus agentes y simpatizantes intentan influir en la política
norteamericana. Se ha sabido que algunos de los organizadores de vuelos charter
USA-Cuba han donado hasta 250.000 dólares a la campaña de Obama a la espera de
que ese dinero se transforme en un cambio de política hacia Cuba en su segundo
periodo. Eso se llama hipocresía.
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