Salvar la unión y la unidad, con el euro como abanderado
Los contrarios de Europa están dentro de la misma franja
europeísta. Esto es grave, gravísimo, puesto que la desunión no ayuda a seguir
avanzando. Abandonar la moneda única a nadie beneficia, lo diga quien lo diga,
puesto que su misma razón de ser es la Unión Económica y Monetaria, lo que
implica la coordinación de las políticas económicas y fiscales, una política
monetaria común y una moneda común. Desde luego, el euro en el ámbito mundial
da mayor proyección a esta diversidad de nacionalidades y regiones, que
conforman la Unión Europea. Por tanto, que se descuelgue algún país es la peor
noticia que puede darse, para un continente que aspira a ser un referente democrático
y social. La cuestión no es que los países se preparen para abandonar la moneda
que les une, sino de ayudar a los que atraviesan momentos de dificultad, para
que este vínculo no se quede en un sueño imposible. Ahí reside la solidaridad
entre los Estados, en la integración como algo verdaderamente real, con una
única voz, para que la estabilidad no se ponga en entredicho continuamente.
No se puede vivir en el lio de la desunión. El Euro está
visto que es bueno para Europa, entonces a todos nos toca salvarlo. Hay que
huir de la indecisión. Lo que debe primar es la solvencia europeísta, y, en
este sentido, el Banco Central Europeo, como organismo independiente
responsable de las cuestiones monetarias en la Unión Europea, debe actuar con
eficacia y rigor, para que pueda mantenerse el poder adquisitivo de la moneda
común y, con ello, la estabilidad en la zona del euro. La salida forzada de un
país de la eurozona va a generar efectos contrarios a esta unidad, y, más
pronto que tarde, acabarán saliendo otros, puesto que el efecto contagio va a
producir un desenlace fatal para todo el continente. Evidentemente, si fracasa
la moneda común fracasa el continente en su conjunto, por mucha unión política
y fiscal que nos inventemos. Ahora bien, pienso que los riesgos deben ser
compartidos para que la unión monetaria no acabe desintegrándose en lo que pudo
haber sido y uno fue.
El grupo de la eurozona tiene que hacer piña ante los nuevos
tiempos, sin duda difíciles, pero no por ello imposibles. Hay que pensar más en
Europa, con mente europeísta, activando los valores del Estado de Derecho y
respeto a los derechos humanos. Europa ha de pactar, desde la unidad, nuevas
vías que ilusionen. Sus instituciones tienen que adquirir nuevas atribuciones,
como puede ser la de supervisar los presupuestos nacionales de los países
miembros, sus ingresos y gastos. Naturalmente, debe exigirse responsabilidad
por no cumplir con los criterios de déficit marcados por ejemplo. Y en todo
caso, creo que los países adheridos a la Unión Europea han de tener mayor
transparencia política y financiera con las instituciones europeas para poder
proveer y prevenir cualquier desajuste.
De seguir con una Unión Europea que no es tal, recargada de instituciones que no sirven para
nada, y de políticos incapaces de poner orden en este galimatías de intereses
nacionales, en lugar de potenciar un verdadero interés general europeo, no es
de sorprender que se produzca una caída como jamás se ha conocido, de
consecuencias catastróficas para toda la humanidad. Al mundo también le
interesa que el euro se salve, puesto que las condiciones de vida se han
globalizado. A mi juicio, debemos poner en valor la capacidad de todos los
países, el fortalecimiento de la autoestima social europeísta me parece básico.
La Unión tiene el deber de ofrecer a su ciudadanía un espacio de desarrollo, de
seguridad y de justicia, en la que esté garantizada la transparencia de sus
finanzas, así como la libre circulación de las personas.
Ha llegado, pues, el momento de avanzar hacia una unión
económica más fuerte. Ciertamente, la crisis de deuda soberana viene amenazando
la estabilidad de la Eurozona desde mayo de 2010, afectando en mayor o menor
medida a todos los países. La persistencia de la crisis de confianza que
continúa minando la estabilidad del euro, y la necesidad de transmitir
confianza a los mercados, debe hacernos reflexionar sobre la importancia de
luchar en una misma dirección europeísta, haciéndolo con sensatez y tesón,
mediante un miscelánea de normas destinadas a promover la disciplina
presupuestaria, la coordinación de las políticas económicas y la gobernanza de
la zona euro. Al fin y al cabo, esto es lo que precisan los miembros del grupo
de la moneda común, credibilidad en todas sus acciones políticas. De lo contrario,
aumentará la extendida fragilidad del sector financiero, los altos índices de
desempleo, y la economía mundial seguirá amenazada ante la presión de la
elevada deuda pública.
En cualquier caso, tengamos presente que los enemigos de
Europa son también enemigos del mundo. No olvidemos que la Unión Europea y
Estados Unidos constituyen las dos economías más grandes del orbe y sus
actividades económicas están íntimamente encadenadas. Sus problemas actuales
redundan en ambos territorios, al estar todo interconectado, con el tremendo
potencial de ocasionar otra recesión global. Es verdad que la ciudadanía
europea está indignada y decepcionada de sus dirigentes. A sus andanzas me
remito. La torpeza de los políticos europeos para hacer frente a la crisis del
empleo, junto a la ineptitud por evitar que los problemas de deuda pública se
acrecienten, están destruyendo lo que hace unos años fue una esperanza en toda
regla, la ilusión europeísta de la moneda común del euro. Tal vez era una
ilusión óptica como las damas de ensueño. No me lo puedo creer.
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