Recordar el pasado como lección
Todo es recordar. Caminar es recordar. Vivir es recordar.
Amar es recordar. Escribir es recordar. Leer es recordar…Al fin, con la muerte,
ya nada se puede recordar. En el fondo somos la memoria del tiempo, el perenne
deseo de lo que recordamos, el recuerdo de lo que quisiéramos olvidar y el
olvido que quisiéramos retener. Precisamente, gracias a esta retentiva que
poseemos somos gente con experiencia. Todo va a depender de lo vivido y
convivido, del modo de pensar y de vivir, de la manera de ser y de actuar. Sin
duda, la lucha del ser humano es un afán y un desvelo, el combate del
pensamiento contra el abandono, la revuelta y la vuelta al recordatorio, puesto
que aunque la lucha esté perdida, no debe disuadirnos de apoyar una causa
justa.
Ciertamente, el recuerdo forma parte de nosotros, de nuestras
vidas. Por eso, acordarse de que en la noche del 22 al 23 de agosto de 1791, se
produjo en Santo Domingo (actualmente Haití y la República Dominicana) el
comienzo de una sublevación que sería de decisiva importancia para la abolición
del comercio de esclavos, es como ejercitar la memoria en la reflexión,
teniendo en cuenta que recapacitar por lo pronto nos va hacer más humanos.
Desde luego, es bueno para el mundo que, en la memoria de los pueblos
permanezca los efectos de este tipo de atrocidades, para que con esta
conmemoración del día Internacional del Recuerdo de la Trata de Esclavos y de
su Abolición -23 de agosto-, podamos hacer una pausa en el camino y meditar
sobre el sufrimiento de estas tragedias que tanto nos deshumanizan.
Recordar el pasado como lección para impedir que este tipo de
hechos se produzcan, es tan justo como preciso. Las cosas, ya se sabe, se
descubren a través de los recuerdos que de ellos se tienen, y aunque esté
abolido el comercio de esclavos, han surgido nuevas formas de esclavitud, como
puede ser el tráfico de seres humanos, la coacción y el abuso de autoridad, el
comercio del sexo, la explotación de personas que malviven en la exclusión y
con trabajos forzados. Multitud de víctimas son engañadas con falsas ofertas de
trabajo. Lo más cruel es que no se persiguen de modo adecuado a los individuos
responsables de tantos desconsuelos.
El mundo no se puede mover sólo por intereses económicos.
Somos personas con derechos y obligaciones, con dignidad y decencia. No
mercancía de uso y desecho. Pensábamos que el comercio transatlántico de
esclavos nos había servido de lección. Por entonces, millones de africanos
fueron arrancados de sus hogares, deportados hacia el continente americano y
vendidos como cautivos. Ahora vuelve a suceder lo mismo, la criminalización del
migrante, el confinamiento de personas refugiadas privadas de libertad, jóvenes
y mujeres destinadas al negocio del sexo en contra de su voluntad. Por eso,
considero muy saludable recordar aquellos hechos ante el nuevo auge de este
indigno comercio humano, que afecta a todos los pueblos y a la mayoría de los
países del mundo. Con razón, este tipo
de hechos, han de considerarse como crímenes contra la humanidad.
La ciudadanía tiene que unirse ante estos tratantes de vidas
que no les pertenecen. Hay que hundir sus redes opresoras. Es una pena que las
víctimas de la trata sean consideradas delincuentes por las autoridades de
muchos países, mientras los comerciantes siguen con sus acciones de violencia e
intimidación, como si fueran unos salvavidas. Es hora de plantarse y de no
permitir que cada día sean más las personas que sufren engaños, que son
vendidas, y, lo que es peor, que no pueden escapar del calvario.
Lo que sucede es que mueven millones de dólares estos grupos
de delincuentes que operan con total impunidad ante el aumento de las
dificultades económicas. Es una pena que hechos así se produzcan y vayan en
aumento. La ignorancia, los obstáculos de lenguaje, la ausencia de mecanismos
de apoyo, otras culturas y otros cultivos que imprimen miedo, impiden que las
personas víctimas de este abominable comercio puedan denunciar libremente la
penuria en la que malviven. No olvidemos que la pobreza hace vulnerable a la
persona y siempre hay indeseables que se aprovechan de las personas que sueñan
con una vida mejor.
Lamentablemente, nos estamos acostumbrando a convivir con
estos golfos que trafican con personas inocentes. Antaño, los primeros
abolicionistas de la esclavitud fueron los propios esclavos, que adoptaron
diversas maneras de resistencia desde su captura en África hasta su venta y
explotación en las plantaciones de las Américas y del Caribe. Muchas veces
utilizaron rebeliones y hasta llegaron al suicidio como formas de resistencia. Por
desgracia, el legado de la esclavitud persiste en el tiempo y es una
responsabilidad de todos trabajar para dar asistencia y protección a tantas
víctimas y, por otra parte, asegurar que quienes son los cerebros de esta
esclavitud no queden libres.
En todo caso, estos días, como éste del Recuerdo de la Trata
de Esclavos y de su Abolición, deben servirnos para no olvidar el pasado y
honrar así la memoria de tantas mártires. Ya está bien de servidumbres a nadie,
de venta de niños, de trata de mujeres y niñas con fines de explotación sexual.
La esclavitud es detestable, no invencible. Me parece que ha llegado el momento
de denunciar estos abusos institucionalizados y de plantar coraje a sus
promotores. Naciones Unidas tiene que estar en primera línea de defensa. Y los
ciudadanos, con principios éticos en su ruta existencial, en la siguiente línea
de acción. Sin empeño en la lucha, no hay gloria en la victoria y tampoco en el
recuerdo.
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