Cecilia AVERSA
Politóloga y profesora en la UCA (Universidad
Católica Argentina)
A sólo nueve meses de las próximas
elecciones, el primer mandatario paraguayo fue formalmente destituido en tiempo
récord. La precipitación de la resolución de la crisis del gobierno de Lugo
cuestionó la legitimidad del proceso y reavivó, una vez más, el debate en torno
a la inestabilidad política de los presidencialismos latinoamericanos.
Hace poco más de tres décadas América Latina
experimentó la ola de democratización más duradera de su historia. Mientras que
los autoritarismos eran la norma en las décadas del sesenta y setenta, a partir
de los años ochenta se instauraron gradualmente gobiernos popularmente electos.
Estas democracias gozaron de un elevado consenso en torno a las instituciones
competitivas básicas, y la incorporación de los sectores excluidos a la esfera
de participación política auspició una prometedora (aunque potencial)
convivencia entre libertades civiles, progreso material y paz doméstica.
El golpe de gracia al optimismo inicial que
acompañó la transición fue la aparición de lo que el politólogo argentino
Aníbal Pérez Liñán identificó como "nuevo patrón de inestabilidad",
un patrón que no amenazó la sustentabilidad de los regímenes democráticos
aunque sí la supervivencia de los gobiernos electos. Este nuevo escenario ha
permitido distinguir dos clases de Ejecutivos: los de "bajo riesgo" y
los de "alto riesgo" (de no concluir su mandato). Considerando la
improbabilidad de la solución militar y el carácter excepcional de ciertos
casos "híbridos" -el "serranazo" en Guatemala, el
levantamiento de Lucio Gutiérrez en Ecuador, el golpe de Chávez en Venezuela,
la insurrección militar en Honduras o la crisis de Correa en Ecuador-, pueden
concebirse dos modalidades de resolución de las crisis presidenciales: un
camino no legislativo (la renuncia anticipada del presidente) y un camino
legislativo o "controlado" (el juicio político o la declaración de
incapacidad física o mental dictaminada por el Congreso).
¿Cómo explicar el desenlace legislativo que
puso fin al gobierno de Fernando Lugo? El caso paraguayo constituye un episodio
más en el que el Congreso adoptó un rol proactivo para deponer a un presidente
popularmente electo. Pero a diferencia de los sucesos de Fernando Collor de
Mello en Brasil o Carlos Andrés Pérez en Venezuela, no se verificó previamente
una irrupción de escándalos de corrupción que involucraran al primer
mandatario, a su familia o a su círculo. Al igual que en el caso de Gonzalo
Sánchez de Lozada en Bolivia o Fernando De la Rúa y Eduardo Duhalde en
Argentina, fueron las situaciones de violencia las que aceleraron la caída del
gobierno. En efecto, los sucesos de Curuguaty que dejaron un saldo de 17
muertos se constituyeron en el motor del accionar del Congreso que activó, con
76 votos a favor, 1 en contra y 3 ausencias, el enjuiciamiento de Fernando Lugo
acusándolo de mal desempeño. A diferencia del citado caso brasileño, no se
verificaron grandes protestas populares contra el presidente, así como tampoco
un repudio generalizado hacia toda la clase política como sí lo evidenció el "que se vayan todos" evocado
durante la crisis argentina de 2001. Por el contrario, los movimientos
simpatizantes del líder se articularon cuatro días después de su salida para
intentar revertir la medida y, en su defecto, anticipar las elecciones presidenciales
previstas para abril del año próximo.
Los factores en definitiva presentaron
similitudes con otros casos latinoamericanos fueron los que determinaron la
modalidad de resolución de la crisis paraguaya.
Al igual que en los restantes episodios de
destitución, la activación del proceso obedeció a la relación
Ejecutivo-Legislativo que dependió del apoyo parlamentario del primer
mandatario y de los costos que para la elite política implicaba sostener al
primer mandatario en el poder. Desde que llegó a la presidencia en el año 2008
de la mano de la Alianza Patriótica para el Cambio (APC), Lugo encontró serias
dificultades para conformar un apoyo legislativo mayoritario en el Congreso,
aunque fue el distanciamiento repentino de su principal socio, el
vicepresidente Federico Franco, lo que sentenció el quiebre de la frágil
coalición de gobierno. Por otro lado, la cercanía de las elecciones
presidenciales aceleró la ruptura del Partido Liberal que aspiraba presentarse
como oposición fortalecida frente al Partido Colorado que, durante seis
décadas, había ocupado el poder ininterrumpidamente. Mantener la alianza con el
primer mandatario era, simplemente, demasiado costoso para las perspectivas de
éxito en las elecciones futuras. El voto
afirmativo de 39 de los 43 senadores presentes para despojar al Ejecutivo
paraguayo de sus funciones convirtió a Lugo en un nuevo ejemplo de lo que el
politólogo estadounidense Javier Corrales ha denominado "presidentes sin
partido".
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