Los
mercados hunden a Europa, que ya se caracteriza por un escenario de distintas
velocidades. La presión es máxima y los avances ni se perciben. Sin embargo,
todo parece retroceso en este mundo turbio de la zona euro. Sólo se habla de la
recapitalización de los bancos, como si fueran el aire que la ciudadanía
necesita para respirar. Lo cierto es que hay una parte de Europa endeudada como
jamás, incapaz de dar trabajo, con una clase dirigente mediocre y corrupta a
más no poder. Sálvese el que pueda. Y, por consiguiente, sufrimos los efectos
de la irresponsabilidad, de las políticas partidistas, de la desunión de los
Estados, de la insolidaridad entre los países, del incumplimiento de las reglas
democráticas, de la mentira permanente y del juego sucio en las economías.
La
mentira se convierte en verdad y, permanentemente, se habla de relanzar la
actividad, sin saber cómo hacerlo, ni qué instrumentos utilizar. Seguimos
empeñados en dejarnos guiar por los mediocres, por esos listos disfrazados de
servidores, que han hecho de la política el mayor negocio de sus vidas. Está
visto que la dimensión ética de la economía y las finanzas es algo fundamental,
yo diría que esencial, y aquí es donde estamos fallando. Se precisan reglas
honestas y transparencia real, al igual que buenos gestores con horizonte
europeísta. De lo contrario, continuaremos retrocediendo hasta hacer
desaparecer el euro, la moneda más negociada en el mundo después del dólar de
los Estados Unidos. Somos así de cretinos.
Por
tanto, esta crisis que sufre la eurozona (o zona euro), tendrá consecuencias
nefastas para el mundo, sino se toma conciencia de la gravedad del asunto y no
se forja un gran pacto europeísta por el crecimiento y la estabilidad, donde se
consideren los Estados como un todo. El tema no es la unión bancaria, sino la
unión de los Estados en una causa común, la defensa del euro como moneda única
europea. Para ello, se precisan políticas integradoras capaces de armonizar las
políticas económicas de los Estados de
la Eurozona, lo que exige un estricto control de las finanzas europeas.
Evidentemente, es necesario reformar la arquitectura financiera internacional,
evitando toda especulación y garantizando la disponibilidad crediticia para el
servicio de la producción y del trabajo.
Si
en verdad queremos salvar la eurozona del peligro de muerte en la que se
encuentra, quizás tengamos que ayudar mucho más a la ciudadanía que a las
finanzas, y, a la vez, controlar más esas finanzas y el exceso de gasto público
interno, no sostenible con los gestores actuales. Por otra parte, quienes
asumimos nuestra condición de ser ciudadanos europeístas, no podemos entender
esquemas financieros excluyentes, en la que no se hable de deudas conjuntas o de
crecimientos conjuntos. Establezcamos todo el rigor presupuestario necesario,
pero Europa ha de caminar en su unidad, si realmente queremos evitar un
desastre en el continente, y seguir avasallando a los más pobres. En
consecuencia, les pediría a los poderosos mercados, al clan de los políticos
negociantes, que pensasen en lo que pregonan, en el respeto y en la igualdad, y
que tratasen con equidad a toda la ciudadanía, a la que deben servir con
espíritu democrático y nunca aprovecharse de ella.
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