“Tengo 90 años y me voy a morir” me contestó un viejo
amigo al preguntarle qué le estaba pasando al verlo postrado en la cama en un
medio día hermoso, de sol radiante y donde todo convoca a disfrutar de la vida.
Si bien la biología estaba perfecta a pesar de la edad, la depresión lo atrapó
en una vorágine espiritual suicida.
Algo similar le
ocurrió a otro amigo, tiempo atrás. En ambos casos, intelectuales eximios,
inteligentes y lúcidos, no podían sobreponerse a la soledad y la depresión.
Sorprendido, sin palabras, y sin saber qué hacer, atiné espontáneamente a un
fuerte abrazo, un beso y a decirles al oído, “no te vas a morir, porque tu
Vida, no es tuya, sino de todos y no la dejaremos partir”.
Aunque no se sabe con exactitud, recientemente el
observatorio del Ministerio del Interior, a propósito de la violencia e
inseguridad, señaló que el suicidio es una de las principales causas de
muertes violenta sen el país, situando
al Uruguay con uno de los mayores indicadores del mundo. Y el dato no es exacto, porque no toma en
cuenta los centenares de “suicidios encubiertos” ocurridos por ejemplo con aquellos camuflados
de accidentes o de personas, en particular los de edad avanzada, que se dejan
morir abandonando los tratamientos médicos o los cuidados imprescindibles
para sostener la vida. Aunque la crónica
policial lo ignora, son suicidio las muertes de los jóvenes que jugando con sus
motos a la gallina ciega o la ruleta rusa,
pierden la vida diariamente en las calles y rutas del país.
Muchos ancianos que viven solos se dejan morir no comiendo y abandonando los más
elementales hábitos de higiene. Se debilitan hasta el extremo de quedar
postrados intuyendo como descanso la muerte.
Son nuestros queridos viejos que ya no se sienten útiles, ni
necesitadas, ni queridos.
En todos los casos, nadie duda que el suicidio es
prevenible así lo confirman las ciencias médicas. Y es en la educación donde se
encuentran los principales instrumentos de prevención y de transformación
radical de este estilo de vida que desvaloriza la vida y los seres humanos.
El problema no es solamente de los uruguayos. La Organización Mundial
de la Salud
(OMS) alertó sobre el grave problema sanitario con un millón de suicidas en el
mundo. Cada hora, ciento veinticinco personas ponen fin a su vida, más de dos
personas por minuto, y sin considerar los millones de suicidios
encubiertos. Y solamente considerando
ese millón de suicidas del que habla la OMS tenemos que la
autoeliminación se sitúa entre las tres primeras causas mundiales de muerte en
personas de entre 15 y 44 años, destacándose los adolescentes como el sector de
mayor riesgo.
Por todo ello
habría que tomarse muy en serio la exhortación de la OMS de tratar el suicidio en
todas sus formas como corresponde. Con la atención, las técnicas y el arsenal
terapéutico disponible. Y, por supuesto cultivando con esmero y paciencia, la
comprensión generosa, esa que permite sumergirse en el drama del otro,
compartiendo la soledad y el dolor.
Es caso obvio que en la sociedad, urge la aproximación
psicológica, espiritual, emotiva, concreta y honesta entre todos de tal manera
de restablecer la interacción solidaria y fraterna sin otro propósito que
enriquecer la Vida
con mayúscula y crecer como seres humanos.
Sabemos que el suicidio no se puede difundir, por aquello de no estimular la imitación, lo que
ha llevado a que se convierta en tabú limitando su prevención y
tratamiento. Por eso la propia OMS recomienda mejorar la educación en el
tema. “Es necesario prevenir – aconseja la organización internacional - las
decisiones fatales que podrían evitarse mediante atención médica y psicológica,
comprensión y tratamiento, información adecuada y medios eficaces para enfermos
depresivos, alcoholismo, drogadicción y esquizofrenia. Adolescentes que no
asumen su cambiante realidad, o de ancianos sin medios para vivir con la
dignidad que la sociedad les debe:”
No hay comentarios:
Publicar un comentario