El debate político está repleto de subjetividades.
Por eso, muchas veces, ante la imposibilidad de acordar ideas, cada uno
prefiere quedarse con su percepción de la realidad. Así es que frente a una
misma situación actual, algunos la describen como extraordinaria y otros como
una catástrofe, con todos los matices intermedios que puedan imaginarse.
Lo que resulta más difícil pasar por alto, son
ciertos síntomas, aunque siempre cabe la posibilidad de que uno haga caso
omiso, simplemente porque no le agrada su existencia o porque prefiera
minimizar su efecto.
El progreso es parte esencial de la especie humana.
La búsqueda de la felicidad, sus ganas de crecer e ir por más, subyace en cada
acción. Los emprendedores, los más entusiastas e inquietos, se convierten en
las locomotoras del desarrollo, porque ellos impulsan con sus sueños, convirtiendo lo difícil en fácil. A ellos les
sobran fuerzas, fervor, tenacidad y su elevada autoestima les aporta la
confianza y el optimismo que cualquier desafío propone.
Cuando esos hombres y mujeres, en vez de intentar
prosperar, sienten que no vale la pena avanzar, que es preferible cuidar lo que
se tiene, proteger sus ahorros y que seguir mejorando es antieconómico, porque
no solo no ganaran mas sino que además perderán, pues entonces estamos frente a
una gran contradicción, un verdadero despropósito.
Un sistema que en vez de estimular e incentivar,
propone reglas de juego, que invitan a no crecer, a detenerse, a cuidar las
reservas y alientan a no invertir, es un perverso modelo que debe ser revisado
desde su raíz.
Algunos dirán, que nadie quiere eso, que ninguna
persona inteligente generaría adrede condiciones para ello. Pero es probable
que solo se trate de un efecto indeseado, que lograron quienes aun no entienden
cómo funciona el mercado ni el lenguaje de los que deben invertir sus recursos.
Los que gobiernan suelen hablarle a los
emprendedores con el idioma de los saqueadores y pretenden que los que
trabajan, se esfuerzan y arriesgan su capital diariamente, acepten el saqueo y
que sean funcionales a sus retorcidos objetivos electorales, propios de la
demagogia y el populismo.
Para los que siguen creyendo en el modelo, bueno
sería que tomen nota de lo que está pasando, ya no solo con los grandes
inversores, sino con cada pequeño emprendedor, con los profesionales, con los
que tienen oficios y todos los que trabajan por cuenta propia. La matriz es la
misma para todos.
Ellos quieren seguir progresando, crecer, pero el
sistema les envía señales en sentido inverso, que los desestimulan claramente,
y eso ya no es subjetivo, paso a se una evidencia indiscutible.
Solo hay que hablar con los que están en el ruedo,
con esos que son el motor de la economía, y también del empleo. Cuando un
emprendedor no avanza y está más preocupado por preservar su capital, sus
ahorros, su dinero, que en invertir, es porque el sistema no funciona
correctamente.
Cuando el emprendedor pierde el entusiasmo,
significa que muchos empleos no se crearán, y que los que lo tienen no
dispondrán de más oportunidades ni posibilidades de mejorar sus ingresos.
La excesiva presión impositiva, la persistente
actitud policial de un estado saqueador y de gobiernos que fomentan la conducta
parasitaria de los más, lo que incluye a funcionarios y agentes estatales,
muestran lo que piensa y hace el sistema en lo cotidiano, bajo la luz de su
visión ideológica.
Muchos refutarán estas afirmaciones y tratarán de
demostrar lo contrario. Apelarán para ello al recurso de construir una caricatura
del presente y a mostrar las múltiples historias de inversores locales, que
avanzan en base a privilegios, concesiones y ventajas paraestatales propias de
los mercados regulados y protegidos.
Las actividades económicas favorecidas, las
bendecidas por los gobiernos de turno, las que gozan del privilegio de estar
bajo el amparo del calor estatal, seguramente pueden mostrar muchos proyectos,
inversiones y despliegues, las más de las veces, poco transparentes.
Este perverso sistema, avala esta modalidad, idolatra
esta dinámica, por la que unos pocos iluminados, en pleno ejercicio de sus
facultades discrecionales, pretenden decidir que producir, como, cuanto y
cuando.
Los indicios son claros. Se puede tomar nota de lo
que sucede, registrar los hechos, entender la mecánica y comprender la
sociología de los emprendedores, entendiendo que son ellos quienes cambian la
historia cuando crecen y progresan, o se puede hacer de cuenta que nada ocurre.
El debate político seguirá su curso. Los
emprendedores, solo tomarán las señales concretas que el sistema les propone y
actuarán en consecuencia. La política, la sociedad toda, pueden enfadarse,
hacer de cuenta de que esto no está sucediendo, minimizar estos hechos cada vez
más frecuentes, inclusive. Lo que no podrán es evitar las consecuencias
esperables de este accionar. A los emprendedores no se los conquista con
retórica, discursos patrióticos, ni sensibleras conductas. Ellos hablan otro
idioma, el de todos los días, el que solo comprende las señales contundentes,
esas que surgen de la evidencia indiscutible.
Los gobernantes deberían escuchar a los
emprendedores, conocer su mirada e intentar aprender de economía, lo suficiente
como para entender que las reglas del mercado siguen vigentes, pese a la
persistente y caprichosa actitud de los saqueadores y su infantil pasión
intervencionista.
La política tiene dos alternativas frente a esto.
Insistir con su visión y hacer caso omiso a la evidencia o tomar nota de lo que
está pasando, para que éste presente deje de ser un síntoma ignorado.
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