Por las calles de Madrid, Barcelona o cualquier
ciudad española más o menos importante, se puede apreciar un sensible cambio en
los usos y costumbres marcados por los años del híperconsumo.
Años que no se vieron precedidos de un relajado
tiempo de reflexión sobre la desmedida proporción de crecimiento con relación a
la productividad, sino que como respuesta a centurias en que la población común
y corriente no conoció otra inversión de las pinches ganancias obtenidas en los
diferentes momentos históricos en que España ostentó poder en las colonias que
el enriquecimiento indecoroso de la aristocracia y el clero. El español pobre
había sido muy miserable y nunca contó con más ahorros que un montón de dichos
del refranero popular, hermosas canciones llenas de sabiduría y gracia y un
inmenso hastío y hartazgo del clero y del señorío.
Y poco más.
Por primera vez en los últimos cuarenta años, la
población pasó de tener una renta per cápita de 4.000 a 28.000 dólares
cuando dejó la presidencia Felipe González. Luego subió 6 mil dólares más,
hasta situarse en los 34 mil entre las dos legislaturas de José María Aznar y
la primera de José Luis Rodríguez Zapatero, punto máxime al que llegó la renta
per cápita española.
Era una gran fiesta: a los acostumbrados feriados
nacionales, se les agregaron puentes, festejos de cada pueblo de cada comarca,
de cada comunidad, parecía nunca comenzar la jornada laboral, con la excepción
de la construcción, la bolsa y los bancos donde se fraguaba el milagro español.
Las familias contaban tres automóviles en sus garages ( y en sus hipotecas), ya
no eran pocas las que contaban con dos o más viviendas. El español de a pie
comenzó a codearse en los sitios de descanso estival con turistas alemanes y
británicos, siempre con un área especial para los ibéricos, no por su menor
poder adquisitivo, sino por sus predilecciones acústicas a la hora de la
diversión. Se fraguaba el ideario romano, la lujuria y el hedonismo al poder,
cada ciudadano se convirtió en un sibarita de la buena mesa y los mejores
caldos. Es cierto que el repentino acceso a tanto poder adquisitivo no había
dado lugar a limar asperezas y educar a la plebe brindándole acceso real a la
cultura y enseñándole que incluso la adquisición de bienes artísticos
constituye un negocio, quedando relegados más bien al clásico inversor en
ladrillo y colesterol.
Se llenaron las calles de tiendas de chinos, no
demasiado apegados a las virtudes del charme, barrios enteros fueron apropiados
por diferentes nacionalidades de inmigrantes, quedando un mosaico cosmopolita
que poco se diferenciaba de las grandes urbes donde todo transcurre, donde el
progreso no está de visita vacacional sino que tiene dirección fijada. Había,
incluso, una sensación mucho más alegre en el gasto que el clásico "déme
dos" argentino de las épocas de las vacas gordas, porque el español común,
que no tenía tradición de manejo de un capital superior al que permite ir al
almacén cada día a por enseres de primera necesidad, de repente se vio
desbordado y su carácter festivo lo condujo al despilfarro. No obstante no
haberse percibido simpatía hacia el foráneo sí que hubo solidaridad. Muchos
ganaron dinero: los grandes capitales del mundo, más avezados en hallar gangas
y exprimirlas el máximo, en primera instancia, pero también los más pobres, los
menos preparados tenían acceso a un crédito con el que podían hacer realidad un
sueño oneroso, aunque de espíritu carente de grandes exigencias al mundo
onírico. El que más y el que menos participó de ese baile vistoso con música estridente,
con disfraces de brillos que refulgían. Nos lucramos.
Hoy, a un soplo en términos cronológicos, el
panorama ha cambiado sensiblemente, se
han quedado en España solo los chinos que poseen grandes cadenas de tiendas o
restaurantes, su actitud ahora es altiva, la sonrisa inicial de cara al púbico
ha dejado paso a una mueca hosca, que viene a significar "si le gusta
tómelo, si no, déjelo". Ya no se ven rumanos por las calles, desde luego
ya no hay casi polacos, búlgaros, eslovenos, eslovacos, que aunque en todos
esos países los vectores indicadores del nivel de vida tarden en alcanzar los
que aún se pueden dar en España, sin embargo los que indican el crecimiento, el
optimismo y las expectativas son infinitamente mayores. Los rusos siguen
viniendo en tropel pero ahora a comprar propiedades y productos de alto
standing.
Para colmo la política se ha convertido en un nicho
de personas sospechosas de todo menos de saber conducir los destinos de la Nación , de trabajar
concienzudamente a favor del votante. El último presidente del país da la
sensación de no existir, por dos razones: primero, porque deja todo en manos de
sus asesores que no tienen mucha idea tampoco de cómo desenvolverse para
anunciar una tras otra, noticias pésimas para la población. Segunda es porque
cada decisión parece venir precedida de
un vacío total de ideas, de la academia del voluntarismo y la improvisación. El
país está minado de vectores que lo identifican con naciones del mal llamado
Tercer Mundo, ya que aquel concluyó una vez que naufragó el "Segundo
Mundo"; hay policías excediéndose en su celo contra estudiantes, muchos
presos comunes por delitos menores, muchos exonerados por grandes delitos
económicos, impunidad estructural para la corrupción, jueces depuestos de sus
cargos por perseguir el fraude. A la espera de los recortes en dos pilares de la España social a saber:
educación y salud.
La semana pasada se suicidó un ex preso disidente
cubano de los que habían sido liberados por una gestión del gobierno anterior,
por negarse a atravesar la humillación de la indigencia y la mendicidad, y es
tal el abandono en el que se encuentra actualmente ese colectivo, luego de las
promesas del actual ejecutivo de profundizar en su atención, que están
desesperados.
La última ley perdonando el noventa por ciento a los
evasores de ingentes cantidades de dinero en impuestos, es mal percibida por la
población, que sufre de condiciones leoninas para los contrayentes de hipotecas que no pueden sufragar, con
desalojo y permanencia de la deuda de por vida, caso en que se encuentran unas
trescientas mil familias. Hasta el presidente francés Nicolas Sarkozy, que no
pasa por sospechoso de ser socialista, grava a los ricos sin que le tiemble el
pulso en una Francia alejada de la Égalité.
No contentos con este estado de las cosas, la
coqueta Barcelona y la atildada villa de Madrid se disputan públicamente sin
pruritos la instalación de una ciudad émulo de Las vegas, concediendo la
liquidación de todo ordenamiento legal al millonario que así lo exige para
traer su panacea de ludopatía. Superando la imaginación de Berlanga en la
película Bienvenido Mister Marshall de un pueblito como el imaginario Villar
del Río, para cristalizarse en la pelea pública e impúdica entre dos ciudades,
las más desarrolladas del país.
La única buena notica es la reflexión acerca de este gran fiasco de la patria rica, del
café para todos, y de los Audis en la puerta, la gente ha abandonado el cinismo
y la abulia que la caracterizaba y empiezan a sentir que por sus venas corre sangre
europea, que significa algo más que estar situado a un lado u otro del
estrecho, del Mediterráneo, de los Pirineos o de los Urales. Constituir un ser
cultivado y cívico.
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