Cierto análisis excesivamente elemental desde lo
intelectual, pretende instalar aquello de que las ideologías son parte del
pasado, para imponer la moderna lógica del pragmatismo, aquella visión que
intenta reemplazar a las ideas, para justificar eso de no tener convicciones, a
fuerza de hacer lo conveniente y sin construir consistencia entre unas acciones
y otras.
Lo concreto es que las ideologías no solo no están
en extinción, sino que a fuerza de negarlas, solo se las puede esconder bajo la
alfombra durante algún tiempo, mas nunca hacer de cuenta que no existen.
Cada individuo tiene derecho a tener su mirada
sobre los hechos, la vida o la política. Ejerce su libertad plena cuando
selecciona seguir estas ideas y no otras, inclusive cuando elige tener una
visión claramente contradictoria, cuando para algunos temas piensa con una
matriz y en otros usa la exactamente opuesta. Después de todo, hasta tiene
derecho a ser incoherente, equivocarse y creer en las concepciones que desee.
Preocupante es caer en la trampa de no elegir, sino
solo de descartar sin conocer. Se puede
ser anticapitalista o anticomunista, o lo que se quiera ser. Pero es bueno
saber que es lo que hemos dejado de lado, porque decidimos no acompañar la
interpretación de una mirada y si la de otra.
Algunos por una cómoda tradición, parecen haber
decidido prescindir de tener criterio propio y elegir lo que la corriente
histórica familiar les impuso.
Sus padres pensaban así, pues ellos piensan lo mismo.
Jamás han revisado nada, ni hurgado entre sus pensadores o intentado siquiera
entender porque están en contra de tal o cual visión. Solo han preferido honrar
cierta continuidad tradicional.
Otro caso frecuente es el de los que terminan
comulgando con lo primero que se ha cruzado ante sus ojos, a fuerza de una
absoluta pereza intelectual. Han tenido acceso a algún libro, que los ha
marcado de tal modo que lo han adoptado como su biblia. Lo leyeron, y
decidieron que ese sería su dogma, y que ignorarán a partir de ese momento a
cualquiera que intente mostrarle otra cosa.
Pero en medio de esta elección personal e
intransferible subyace esa maraña de slogans, frases hechas y lugares comunes
que sirven para estereotipar ideologías, cuando no personas. La caricaturización,
ayuda a enceguecer la mente, negar la inteligencia como motor de la humanidad,
y reemplazarla por una ignorancia seleccionada, esa que surge de la indolencia
para pensar, de la linealidad que ahorra esfuerzos intelectuales.
Los sistemas de ideas son como planos, orientan,
muestran cartográficamente los parámetros, los limites, la topografía del
pensamiento, pero en sí mismos no nos llevan a ninguna parte si no se los usa
para transitar el camino. No son un medio de transporte si no son utilizados
adecuadamente, son solo un mapa, una guía, una referencia.
Seguramente, a la mirada subjetiva de cada uno de
nosotros, los hay mejores y peores sistemas de ideas, pero lo que nos permite
discernir entre unos y otros, no es el capricho, la ignorancia o la tozudez,
sino nuestra capacidad de contrastarlas entre sí. Para eso, es preciso
adentrarnos en su estructura, conocer profundamente sus pilares y valores.
Imposible es saber si un mapa debe ser tenido en
cuenta si ni siquiera puedo darle una hojeada. La negación a mirarlo,
entenderlo y hasta intentar que alguien más familiarizado con él lo explique,
es claramente un sinónimo de torpeza que denota escasa inteligencia. Cuando
presenciamos debates, de los pocos que se ven en medios de comunicación o redes
sociales, se pone en evidencia esa postura tan habitual, de holgazanería
mental.
Como en todos los órdenes de la vida, se pueden
tomar decisiones desde la superficialidad y la intrascendencia, adoptando
parámetros muy básicos. Cuando se trata de decisiones de poca significación,
bien puede justificarse, esto de no preocuparse demasiado, pero para elegir el
mapa con el que nos vamos a conducir en nuestras vidas personales, ciudadanas y
políticas, bien vale que profundicemos y que consideremos algunos recaudos
adicionales, ya que supone una decisión más trascendental que merece dedicarle
cierta atención, y sobre todo utilizar algunos criterios un poco más profundos.
En ese esquema, es saludable estudiar los sistemas
de ideas, leerlos a todos, seguir a los clásicos, a esos que dieron nacimiento
a esas ideas para dejar de considerar como referencia intelectual a los
panfletos, frases vacías y simplificaciones sin estatura intelectual suficiente
para tenerlas en cuenta.
Cuando la observación nos muestra que el debate
entre dos sistemas de ideas, pasa por aspectos secundarios, reduccionismos
lineales, argumentaciones infantiles, es tiempo de dudar de la supuesta solidez
de los interlocutores.
Para debatir primero hay que instruirse, al menos
para hacerlo con solvencia. Si no se tiene la honestidad intelectual, de haber
leído algo, de conocer el mapa en el que se cree, y también los otros con los
que no se comparte la mirada, entendiendo su esencia argumental, estamos frente
a la farsa de un pseudo erudito, repleto de soberbia, que intenta estafarnos y
que falta el respeto a nuestra inteligencia y libertad, proponiéndonos un
embuste intelectual para ocultar su profundo analfabetismo ideológico.
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