Narcotrafico, criminalidad y legitimación



El notorio incremento de los homicidios en nuestro país en los primeros tres meses del año no debe dejar de preocuparnos, y más aún conocer que, muchas de esas muertes obedecen a “ajustes de cuentas” y al uso de la violencia -como no era común observar en las crónicas policiales- pone de manifiesto que, mal que nos pese, se ha instalado entre nosotros una criminalidad particular. Criminalidad en la que, lamentablemente el narcotráfico ha logrado su lugar y tal vez, favorecido por el propio sistema (en que operan las fuerzas del orden, los establecimientos de detención, el proceso judicial penal, nuestras leyes y códigos y al fin, hasta nuestra idiosincrasia) apunta a “legitimarse” socialmente y a crecer en el volumen del “negocio”, sin consideración de ningún tipo, al momento de ejercer la violencia, tanto para marcar hegemonías territoriales, como para el logro de sus nefastos objetivos.
Tan es así que, advertimos, no solo no se respeta la vida humana, sino tampoco las reglas del hampa en que se desarrollan quienes compiten por ejercer la posición dominante dentro de las zonas de un barrio o de la ciudad, donde se establece el narcotraficante. Sin duda que lo permanente es el cambio, pero… ¿cuántos peldaños hemos descendido? ¿es posible combatir con eficacia y efectividad este tipo de criminalidad? ¿cómo recomponer los valores morales que otrora nos enorgullecieron y que sirvieron de base a nuestro entramado social? Pues hoy, parece que todo se derrumba.
Mucho se habla de “nuevos paradigmas” en una especie de impulso fundacional que no se alcanza a comprender por buena parte de la población y se dejan por el camino, prendas que no debieron perderse, en una suerte de permisividad social -como anestesiada- donde campea por igual el consumismo y la sensación de impotencia, frente a hechos que aparentemente nos superan, sin que las autoridades públicas acierten en aplicar políticas de prevención, reeducación, contención y represión eficaces.
Políticas que, logren devolver al mayor número de habitantes su seguridad y calidad de vida que, sienten perdida y amenazada en forma cotidiana.
Porque, dentro de los barrios o en las zonas donde funcionan las “bocas de pasta base”, que las autoridades tienen señaladas, se ha filtrado no solo una suerte de “protección” sino una notoria complicidad y encubrimiento de algunos vecinos que ven amenazadas su integridad y bienes. Conductas que por temor, “legitiman” a quien está detrás del “negocio” y pretenden lograr con ello, una seguridad que no les brindan quienes, legal y constitucionalmente estarían obligadas a ello. Tamaño problema. Cuya solución, no se logra exclusivamente con la aplicación de razzias, sino que exige a los responsables un alerta permanente, y aún más que eso. Se trata de enfrentar a una nueva generación de delincuentes, quienes no dudan de tirar a matar y a quienes les resulta rentable el riesgo que asumen al adquirir “merca” que, al comercializarla, o exportarla, les dejará una muy buena ganancia.
Preocupa toda esta situación y el propio reconocimiento de las más altas esferas de gobierno en cuanto a las fallas que se constatan. Se necesita implementar en forma urgente medidas que enfrenten y solucionen estos problemas. Apostar a la educación y formación de cuadros de elite dentro de las fuerzas del orden, con el apoyo de equipos técnicos multidisciplinarios que comprendan este especial universo, podría ser un aspecto a considerar.

   

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