Liderazgo, caudillismo, candidatos y gestión
El sistema político departamental y nacional ha
comenzado el 2012 con una fuerte preocupación por las precandidaturas, aunque
se tenga la sensación contradictoria de acabar de salir de un largo proceso
electoral. Y con este comienzo de pugna electoral, para muchos prematuro, se
inicia la danza de los nombres, donde cada uno exhibirá, de acuerdo a su
entender, los mejores dotes para ejercer la función pública, desde el cargo que
aspira.
Mostrar atributos e intenciones para así convencer al
electorado es un procedimiento legítimo, republicano aunque complejo y extenso
en el actual marco normativo. Juego electoral al fin, donde no siempre se puede
evitar confundir los requisitos de la función pública con los deseos o
inclinaciones de los candidatos.
Los tiempos cambian y gobernar dejó de ser atributo de
grandes caudillos que arrastraban las masas ciudadanas con espíritu
autoritario, individualista y mesiánico. Hoy gobernar es gestionar el Estado
con equipos conducidos por líderes democráticos, pragmáticos, fraternos y
humildes, y que cultiven con esmero y responsabilidad el conocimiento, la
capacitación, y la idoneidad acorde con las funciones públicas que preside.
Y en este siglo XXI, “gestión” y “liderazgo” son dos
conceptos claves, empleados cada vez con mayor frecuencia para explicar el
éxito o el fracaso de toda acción o emprendimiento, tanto en lo público como en
lo privado. Reservados habitualmente para referirse a las actividades
empresariales, hoy son empleados en la acción política y de gobierno. Y de
ambos, es el liderazgo, el concepto más controversial, en particular por
existir cierto pudor intelectual que dificulta su análisis crítico y la consiguiente
comprensión del rol que desempeña, para bien o para mal, en toda actividad
pública colectiva. Pero también porque es muy delgada la línea que separa la
personalidad del líder del tradicional caudillo, esa particular versión
rioplatense del despótico “coronel” civil brasileño, dueño de vidas, o “almas”
al decir Gogol que con mano maestra,
describió el feudalismo decimonónico en la sociedad rusa.
Siglo XXI, con presunción de avanzado, que en los
hechos ha declara perimido el tradicional caudillismo y erigido como paradigma
de la acción de gobierno, el concepto de líder,
conductor, o en el mejor de los casos, el de estadista. Conceptos que en
el área de gobierno se construyen y son
pieza angular y herramienta idónea para ejercer con “eficiencia y
eficacia” la acción de gobierno, de trabajo público colectiva, o como es ahora habitual, la gestión de los
asuntos de todos los ciudadanos, la administración de la “res pública”. El
caudillo se impone arbitrariamente; ordena y manda. El líder es producto
colectivo, libremente aceptado; coordina, sugiere e impulsa la dirección
colectiva tanto como la responsabilidad individual en la ejecución de las
determinaciones. El concepto de líder, en política, va más allá de los
tradicionales de dirigente, caudillo o estadista; si bien puede y debe
incorporar los aspectos salientes y positivos de aquellos, el líder los conjuga
con otros de orden racional y técnico, propio de la proyección del método
científico al campo de las relaciones humanas.
En síntesis, liderazgo, tanto en los asuntos públicos
como privado, es siempre sinónimo de ejecutividad, responsabilidad y más que
nada compromiso honesto con los demás (familia, amigos, vecinos, funcionarios,
ciudadanos, etc.). Como lideres necesitan saber que necesitan sus equipos de
gobierno y la ciudadanía en general, y por supuesto estar dispuestos a
brindarlo con transparencia y coherencia. Obviamente, el líder no pide ni
espera nada de las personas que el mismo no esta dispuestos a dar. Sin duda
liderazgo es sinónimo de responsabilidad y compromiso hacia los demás.
Y como en todo proceso histórico, donde nada es blanco
o negro, el caudillismo decimonónico, tirano e individualista, persiste,
mientras se extiende el concepto racional de dirección colectiva y
responsabilidad individual, y la gestión
de equipo presidido por el líder. Y en
esa sutil confrontación dialéctica menudean las críticas, como ocurre en los
últimos tiempos con la educación, la salud y la seguridad.
Con estos comienzos de nominaciones de candidatos y
precandidatos, sería interesante,
convocar a la reflexión colectiva y preguntarse hacia dónde vamos y qué
necesitamos para alcanzar la satisfacción de los mejores intereses de la gente,
especialmente aquellos en que están en juego la convivencia fraterna, la
libertad y la justicia.
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