La
mayoría de la niñez viven exluídos en cantegriles y barrios pobres
Recientemente,
y a propósito de UNICEF presentar el
informe el Estado mundial de la Infancia
2012, su Director Ejecutivo Anthony Lake
manifestó: "Pero hoy en día, un número cada vez mayor de niños y niñas que
viven en tugurios y barrios marginales se cuentan entre los más vulnerables y
desfavorecidos del mundo; en efecto, no tienen acceso a los servicios más
básicos ni gozan del derecho a prosperar".
Asimismo
el representante en nuestro país, Egidio Crotti
señaló que “en la zonas urbanas marginales, los niños se ven involucrados
en episodios de violencia como participantes, como testigos, como víctimas, y
vivir en esos entornos tiene repercusiones en los logros de aprendizaje en la
escuela, la agresividad, el autocontrol, la depresión”.
En
Uruguay, y por ejemplo en el departamento de Rivera, con más del 85% de la
población residiendo en áreas urbanas, las advertencias del alto organismo de
naciones unidas parecen ser obvias. La gran mayoría de niñas y niños riverenses o “fronterizos” son pobres,
residentes en “asentamientos irregulares” (cantegriles y rancheríos) y barrios
pobres periféricos o marginales, tanto de la ciudad capital como de ciudades
como Tranqueras, o el resto de villas y poblados del departamento.
El
informe sostiene que “en todo el mundo, las ciudades permiten que muchos niños
disfruten de las ventajas de las escuelas, los terrenos de juego y las clínicas
del medio urbano. Sin embargo, esas mismas ciudades también son escenario de
algunas de las mayores inequidades en materia de salud, educación y
oportunidades para la infancia”. La descripción recuerda el antiguo argumento
empleado en Uruguay para justificar la endémica migración del campo a la
ciudad. Miles de familia rurales pobres, cansadas de ser el furgón de cola del
reino animal y vegetal, siguen la saga de sus antecesoras, desde hace un siglo,
detrás de ese sueño de una ciudad protectora
que les ofrezca los servicios que nunca han tenido, un trabajo digno y
un nivel de vida propia de seres humanos.
Para
el 90% de esos hogares, al poco tiempo de arribar a la ciudad, se “les cae la
estantería” al decir la voz popular. Los recursos con los cuales se vinieron,
rápidamente se agotan, y sin lo mismo, todo resulta difícil. El núcleo central
de la ciudad los excluye. El trabajo y los ingresos son esquivos. La casita
soñada, cuando la encuentran, es en algún barrio periférico o directamente en
un asentamiento.
Y
en Uruguay, como en gran parte del mundo, “las privaciones que afrontan los
niños y las niñas en las comunidades urbanas pobres con frecuencia quedan
ocultas por los promedios estadísticos que no distinguen entre los residentes
ricos y los residentes pobres de las ciudades”. No solo los fríos promedios
estadísticos, no revelan la pobreza en que viven miles de niños y niñas
uruguayas, sino que se adoptan criterios para determinar los umbrales de la
pobreza y la indigencia tan elásticos que permiten a los gobernantes de turno,
y de acuerdo a las circunstancias electorales, pasar de la noche a la mañana,
miles de indigentes a pobres, y a otros tantos miles de pobre a clase media.
Sin
embargo, las Estadísticas, si bien sirven como golpes mediático a favor de los
intereses políticos electorales del momento,
son vanos intentos de tapar el sol con la mano. Y como dice el informe
de Unicef, “cuando promedios como estos se utilizan en la formulación de
políticas urbanas y en la asignación de recursos, las necesidades de los más
pobres pueden pasarse por alto”. El negro pozo sociológico de la indignidad
humana sigue presente. En un país empobrecido sistemáticamente, la infancia de
los seres humanos que por razones biológicas es de por sí la más débil y
vulnerable, es la que más sufre la exclusión, la marginación, y todos los
extremos físico, culturales y espirituales de la pobreza.
Por
lo expuesto, es de recibo la exhortación de UNICEF a los gobiernos “a otorgar a
los niños un lugar central en los procesos de planificación urbana”. Sosteniendo asimismo que “hay cada vez más
niños y niñas que crecen en las zonas urbanas, (y que) es imprescindible proporcionarles los servicios
y las oportunidades que necesitan para ejercer sus derechos y desarrollar sus
capacidades”.
Para
lo cual, “se deben tomar medidas
urgentes para: 1) Comprender mejor la magnitud y la naturaleza de la pobreza y
la exclusión que afectan a los niños y las niñas en las zonas urbanas. 2)
Definir y eliminar los obstáculos que atentan contra la inclusión de las
personas menos favorecidas. 3) Garantizar que la planificación urbana, el
desarrollo de la infraestructura, la prestación de los servicios y las iniciativas
de amplio alcance tendientes a reducir la pobreza y las desigualdades
satisfagan las necesidades particulares y las prioridades de la niñez. 4)
Promover la creación de asociaciones entre todos los niveles del gobierno y los
habitantes pobres de las zonas urbanas, especialmente los niños y los jóvenes.
Y 5) Aunar los recursos y las energías de los actores internacionales,
nacionales, municipales y comunitarios en procura de que los niños pobres y
marginados puedan disfrutar plenamente de sus derechos.”
Unicef
reitera: “Estos no son objetivos, sino medios para llegar a un fin: hacer que
las ciudades y las sociedades sean más justas y acogedoras para todos,
empezando por los niños y las niñas”.
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