Cuando
parecía superada la doctrina Zeballos que pretendía -para asombro de todos
quienes habitaban este suelo- que las aguas del Río de la Plata, que bañaban
nuestras costas no nos pertenecían (doctrina de la costa seca) y por ende, que
la jurisdicción aplicable sería de la República Argentina, nuevamente nuestros
hermanos, pretenden incidir en la política exterior de nuestro país.
Nuestro
puerto natural que siempre generara la envidia de muchas potencias, sigue
siendo una pieza de significación a la hora de hablar de “llaves de acceso” de
mercaderías -no sólo a los países del Mercosur sino de toda América Latina- y
las utilidades que deja la prestación de los servicios de nuestro puerto
capitalino, no son nada despreciables al momento de realizar las cuentas y
comparar resultados financieros. ¿Qué está ocurriendo?
Ahora
parece que Argentina, sigue teniendo resabios de los enfrentamientos y
rivalidades portuarias que nos enfrentaran durante tantos años (prueba de ello
lo constituye el Tratado del Río de la Plata que suscribieran Perón y
Bordaberry recién en 1973) al presionar para que no se permita el acceso a
Montevideo de buques “con bandera de las Malvinas” y tampoco de buques de otras
banderas que mantengan negocios con las disputadas islas del Atlántico Sur,
cuya administración detenta el Reino Unido -con mayor celo- desde su victoria
en la guerra de 1982. De la que se cumplen treinta años sin haberse logrado una
solución a este diferendo que resulte satisfactoria a ambas partes.
Esta
suerte de bloqueo, pone en juego el ejercicio de nuestra soberanía, afiliándose
a la posición argentina, a cambio de nada.
Esta
posición, simpática con nuestros vecinos, es afín a la superada política de
“amigos comunes o permanentes” olvida que, en cuestiones de derecho
internacional, lo que debieran prevalecer son los “intereses permanentes”, que
en definitiva, son los que hacen al crecimiento y bienestar de cada una de las
poblaciones involucradas. Fin último y razón de ser de las políticas públicas.
Pero
además, influye negativamente en los ingresos de divisas que por prestaciones
de servicios de amarre, aprovisionamiento, reparaciones y mantenimiento de
estos buques, las empresas y el propio Estado Uruguayo dejan de percibir en su
perjuicio, pues se ha comprobado que muchos de estos servicios se están
prestando en alta mar, lejos de nuestro puerto.
Llama la
atención la actitud adoptada por nuestro Primer Mandatario, quien en su
momento, soslayó la conducta de una nave argentina que intentó abordar una nave
de bandera española en aguas de uso común del río “ancho como mar”, (debiendo
internarse en aguas uruguayas para evitar ser abordada por los argentinos)
todo, para complacer los deseos de una Presidente que a su tiempo, nada hizo
para evitar el bloqueo por cuatro años del puente internacional que nos une y
por el cual, dejaron de pasar personas y bienes, en claro perjuicio de nuestros
intereses. Y cuya política no acierta en destrabar el ingreso de nuestros productos
a su mercado.
Sin
pretender justificar la posesión de estos territorios (desde 1833) por parte de
esta potencia europea, advertimos que la decisión adoptada desde nuestro
gobierno, -que en los hechos, supone colaborar con una suerte de bloqueo
económico que se pretende ejercer sobre la población que los ocupan- supone en
definitiva desconocer la libre determinación de la población isleña, que sigue
apostando a su desarrollo y crecimiento, encantada de pertenecer al Reino
Unido, por más alejada que se encuentre de su metrópoli.
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