La
“mala educación” y el sin sentido de la vida
“Baila, como si nadie te estuviera mirando /
Ama, como si nunca te hubieran herido,/ Canta, como si nadie te hubiera oído, /
Trabaja, como si no necesitases dinero, / Vive, como si el cielo estuviese en
la tierra”. Rumi
Los
“mal educados” o mal aprendidos, de la excepción han pasado a ser moneda
corriente en el comportamiento social.
El último conflicto de las cajas en el único banco público es elocuente; el
atender bien y pronto a la gente es “estresante” y sin decir agua va, cerraron
las cajas. El mal trato verbal, físico y psicológico recorre todo el espectro
social, incluso esgrimiendo la fatídica guadaña contra la vida.
Y
ese “andar mal con la vida” es frecuente en los mostradores públicos y
privados, y de ambos lados del mismo. El estrés y la depresión en todas sus
manifestaciones, erigidos en árbitros absolutos, fracturan y lesionan el tejido
social y las relaciones humanas .
Con ceño fruncido, ansiedad patológica y esgrimiendo la tal mentada “falta de
tiempo” la gente corre persiguiendo algo que no sabe qué, quizás su propio Ser.
Ese no tener tiempo, hasta ahora patrimonio de los políticos, se extiende a
todos aquellos que apenas acceden a un cargo o rol de responsabilidad. En el
fondo, es la moderna arma empleada para explotar y oprimir a los demás, en
particular, los más débiles. La falta de tiempo es el argumento para encerrarse
en sí mismo y construir sus propias torres de cristal individualistas. Y se
enferman de tanto enfermar a los demás al darse cuenta que su “maravilloso Yo”,
lo han edificado sobre cimientos de barro.
El
sabio e inspirador poema de Rumi fue recordado por una médica cubana,
psiquiatra y docente universitaria a propósito de ese fenómeno social
comentado, y que amenaza, a escala universal, transformarse en uno de los
flajelos del siglo. Ese “andar mal con la vida”, según la profesional se
debe a algo muy sencillo de entender,
pero que más cuesta ver en la vida: saber para qué vive uno. Encontrar la
respuesta a esa pregunta clave es encontrar el sentido de la propia vida, y
ello, más allá de lo que quieran imponernos los demás sobre como tenemos que
vivir, o la sociedad, o la publicidad, o la moda.
Ese
“andar mal con la vida”, con la piel erizada y maltratando a los demás, no es
evidentemente solo cuestión de buena o mala educación. En lo profundo del ser,
es cuestión de liberarse de las cadenas del individualismo, la soledad, el
consumismo; de transformarnos de masa alienada en persona, en seres humanos
cabales. Descubrir el sentido de la propia vida, es conseguir un soporte liberador
para amar la vida en general y la existencia propia en particular. Es que el
amar la vida nos hace más felices, precisamente porque caemos en la cuenta que
el ser felices depende más de nuestra actitud, y porque al amar la vida, amamos
nuestro destino, creemos más en nosotros mismo y se elige con más libertad lo
que realmente se quiere hacer.
En
esta realidad preocupante de los miles y miles (adultos y jóvenes) que “Ni
estudian, Ni trabajan"; que viven sin ton ni son, como parásitos, de las
migajas que caen de la mesa pública, llegar a descubrir el sentido de la propia
vida, requiere algo más que de buenas intenciones. En primer lugar, pararse en la cancha de la
vida y preguntarse honestamente: “¿quién soy? ¿para qué vivir? ¿qué quiero?
¿qué puedo aportar a otros?”.
Las
ciencias ratifican que amar la vida implica darse cuenta de que el amor se vive
desde el interior, hacia otros. Incluye ser consciente de que somos más que
entes aislados y de que hay más dimensiones que lo estrictamente material e
individual.
Amar
la vida, es darle sentido y dejar el rumeo misántropo, el enjuiciar, el poner
condiciones y liberarnos de los "programas de felicidad" propio,
especialmente aquellos que hacen
depender la felicidad, de algo exterior como tener un coche, una casa, una
pareja, un buen sueldo, etc. Amar lo suficiente, para no responder a las
expectativas ajenas, al manipuleo, chantaje o desorientación.
El
buen trato, la cortesía, la buena onda, es producto del encontrarse a sí mismo
y de abrazar la única causa legítima, el amor a la vida. Servir a los demás.
Individual y colectivamente. No olvidar la identidad, lo que somos ni dejar de
preguntarnos, día a día, lo que se puede hacer por los demás. Funcionario
público o privado, lo esencial es el servicio a los demás. Sin esa premisa; sin
ese objetivo preciso, todo esfuerzo por un mundo mejor, por la paz, la dignidad
y una existencia fraterna y justa, es, honestamente, un esfuerzo vano. La
hipocresía jugando al solitario. En el mejor de los casos, un compendio de buenas
intenciones, de esas que según Dante, está empedrado el camino del infierno.
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