Pilar RAHOLA
Periodista española
¿Qué le ocurre a nuestras
Universidades? ¿Aún son el templo de la inteligencia, o se han convertido en un
conspicuo reducto de la imbecilidad ilustrada? Y perdonen el supuesto oxímoron
de estos dos substantivos, pero sabemos desde que el mundo es mundo que tener
un título universitario y haber leído cuatro libros, no significa tener una
cabeza bien amueblada.
Muy al contrario, la historia está
llena de grandes letrados que han construido edificios intelectuales que se
caían con el movimiento de un simple naipe. Este no es un artículo de historia,
pero si hacemos un breve repaso de algunos grandes nombres, cuya categoría
intelectual no les impidió tener una baja categoría ideológica (e incluso moral),
la lista da miedo. Premios Nobel que han defendido a brutales dictadores de
izquierdas, líderes de opinión que hace dos días daban la mano a Gadafi,
líderes sociales que se paseaban por Irán como si fuera el paraíso de la
libertad, y por el camino de la confusión de conceptos, intelectuales,
periodistas, escritores, políticos y el tutti quantti de la izquierda más
ruidosa aplaudiendo las locuras de Chávez.
Muchos de ellos, gentes de
universidad, cuyas lecturas no han sido aprovechadas para la claridad del
pensamiento. ¿Qué le ocurre a la
izquierda? Y, por ende, ¿qué le ocurre a esa izquierda enquistada en los
púlpitos universitarios, convertida en gurú de ideas caducas, cuyo romanticismo
revolucionario es tan kitsch como irresponsable? Profesores, catedráticos, líderes
estudiantiles contaminan cerebros juveniles ávidos de ideas románticas.
Por supuesto que la Universidad debe
ser el territorio natural del pensamiento crítico. Y por supuesto que debe
caminar vis a vis con las ideas de progreso. Pero no hablo de pensamiento
crítico, ni de progreso. Muy al contrario, hablo de lobos dogmáticos que venden
ideas reaccionarias, disfrazados de corderos progresistas. Hablo del
pensamiento inverso, de la izquierda lunática, de esa izquierda que algún día tendrá
que dar explicaciones a la historia por haber traicionado los valores de la
libertad.
El artículo parte, por supuesto, del
último ejemplo de esta inversión de valores: el premio que la Universidad de la
Plata ha otorgado recientemente a Hugo Chávez. Según el veredicto, premian a
Chávez por su defensa a favor de la libertad de expresión, y ante la noticia,
una no sabe si se trata de una broma al estilo de las que gastaba Hitchcock con
la invasión de los marcianos, si se tomaron unas copas y el veredicto fue al
final de la fiesta o si les gusta tomar el pelo al personal porque se aburren
en las aulas. ¡Premio libertad de expresión a este autarca que ha cerrado
medios de comunicación, persigue a disidentes, a opositores y a periodistas,
que ha pervertido las reglas de juego democráticas y que aspira a ser el
pequeño Napoleón de Latinoamérica! ¿Cómo se puede traicionar tan alegremente la
definición básica de la palabra "libertad"?
Se puede, y ahí está la Universidad
de la Plata para demostrarlo. Sugiero, para continuar la broma, que el año
próximo le den el mismo premio a Mahmoud Ahmadinejad. Es un buen amigo de
Chávez. La cuestión, sin embargo, deja
de ser una broma cuando la alucinante anécdota de este premio se convierte en
la categoría de una forma de hacer y pensar que, en nombre de las libertades,
el progresismo y la revolución, esconde un gran edificio de pensamiento
totalitario. Seamos claros. La extrema
izquierda es a la libertad lo mismo que la extrema derecha: su enemigo. Y la
diferencia entre militar en un grupo de skin heads con el cerebro lleno de
vacuidad intolerante, y hacerlo en un grupo de extrema izquierda lleno de
dogmas de fe que justifican atrocidades, abusos y dictaduras, es la misma
diferencia que hay entre una manzana y una poma, que en mi lengua, el catalán,
significa una manzana: es decir, ninguna.
Quizás hay que empezar a hablar claro.
Ni todos los que hablan de libertad,
aman la libertad, ni todos los que se erigen en líderes sociales presentan
valores éticos, ni todos los políticos que aseguran defender al pueblo, son de
fiar. A diferencia de la derecha, que
es estigmatizada cuando pisa los territorios perversos del extremismo y se
convierte en un monstruo, la izquierda goza de mucha más impunidad y atraviesa
y pisotea esa delicada frontera de valores sin que nadie la envíe al infierno.
Aún hoy los grandes dictadores de izquierdas son venerados en los pósters de
nuestros jóvenes gracias al buen hacer de los caducos revolucionarios de
antaño. Cuyas barbaridades, por cierto, sembraron de cadáveres las tierras del
mundo.
¿O solo mataron los Pinochet y los
Videla? ¿O no mataron los Castro y los Stalin? ¿O eran héroes los tipos que
tomaban una pistola, se paseaban por una calle de Buenos Aires y disparaban al
primer pobre policía que encontraban, quizás un joven emigrante de tierras
pobres, con un sueldo de nada y un miedo de todo, y lo mataban en nombre de su
causa impuesta a fuego?
Perdonen la insolencia pero entre un
dictador y un terrorista no encuentro otra diferencia que la propia de las dos
caras de la moneda. Eso lo aprendimos hace tiempo en España, con ETA. Pero
decirlo en Argentina es extraño, porque ustedes aún no han hecho los deberes
con la memoria trágica del terrorismo. Solo lloran a un lado de las víctimas.
Las otras, desgraciadamente, son ninguneadas, despreciadas y olvidadas. Como si
aquellos que tomaron pistolas, mataron personas y querían imponer una dictadura
comunista, fueran libertadores. Como si las víctimas fueran culpables de su
asesinato. ¡¡Qué inversión de valores, asesinar impunemente en nombre de la
libertad de los pueblos!
De eso hablamos, de eso, de una
civilización basada en la Carta de Derechos Humanos y que si ha sido violentada
y pisoteada en nombre del fascismo, también lo ha sido en nombre de la
izquierda reaccionaria. De ahí que el
premio de la Universidad de la Plata sea más trágico que cómico. Y no porque no
provoque una hilaridad cósmica, sino porque es la punta del iceberg del
pensamiento inverso. Ese que dice defender el progreso, y avala a los peores
reaccionarios de izquierdas. Ese que dice defender la opinión libre, y premia a
los que imponen dogmas, consignas y pensamiento único. Ese que dice amar la
libertad, y la traiciona con diurnidad y alevosía.
¿Quo vadis, Universidad? Hacia dónde
va no lo sé, pero desde luego a menudo no circula ni por los caminos del
compromiso moral, ni por los senderos de la inteligencia.
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