EL BATLLISMO DEBE SER IDEOLOGÍA


“Actualizar y dinamizar al Partido”

César GARCÍA ACOSTA


La historia sirve para “aggionar” ideas y para observar el contexto desde una mejor perspectiva. Nada más real que nuestros dilemas del pasado, proyectados en el tiempo, para entender cuál debería ser el rumbo más adecuado para llegar a lo que vendrá.
Batllistizar nuestra interna colorada sería, en esa perspectiva, un hecho repetido ya vivido y que sólo podría ofrecer la misma sensación que a fines de los 60 y principios de los 70, cuando la historia fue construyendo un partido en medio de una crisis existencial que devastó hasta al Gobierno que sostenía.
Mientras escribía esta columna, el periódico “La Diaria” del lunes 21 de febrero, publicaba una nota sobre la actualidad del batllismo, basada en una entrevista a José Amorín, en la que se anunció y aseguró cambios, e idas y venidas de dirigentes en medio de una posible candidatura para el final de 2012, con los ojos puestos en las internas partidarias.
Y aquí es donde prefiero abrir un paréntesis para reflexionar: ¿no estaremos con esta diferenciación de matices batllistas, desestabilizando nuestras ideas y alejando a muchos para incorporar a unos pocos, a base de una identificación electoral que la gente desconoce?
Parte del tronco colorado ya está definido: optó por Pedro Bordaberry y por su estilo. Ante esto parece sensato pensar que hay que modernizarse para librar una batalla conceptual con Vamos Uruguay, aunque lo más lógico sería hacerlo, primero, en la propia interna de PROBA. Esta parece la oportunidad para definir ideas, contrastarlas y concretarlas en un programa diseñado con intención de sector, con el fin de que pasadas las elecciones internas de los partidos políticos, al menos haya servido para ir delineando una estrategia de grupo.
Resulta claro que “batllistizar” la política como sucedió en los años 60 y 70, sólo encamina a tomar decisiones que afectarían al votante imponiéndole decisiones hacia adentro o hacia afuera del partido.
No cometamos el mismo error que hace 40 años.
Y para no hacerlo convengamos que quienes estamos coyunturalmente juntos, deberíamos hablar mucho más de lo que lo hacemos para saber hacia dónde y con quién vamos a sumar. Y esto no es sólo una cuestión de votos, sino de construir de criterios y pautas filosóficas.

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Tomando como base la historia, vayamos a algunas de las actitudes de los momentos previos al Gobierno de 1967 y a su variopinto periplo gubernamental, donde las “derechas” y las “izquierdas”, sin necesitar de más opositores que los de su propio partido, armaron y desarmaron hasta a la conducción gubernamental.
La vieja democracia, que terminó entre febrero y junio de 1973, tuvo una antesala de país en crisis que no debemos desconocer. En el seno del Partido Colorado se debatió, como casi siempre, la búsqueda de una salida, invariablemente enfrentando a la doctrina batllista con la del personalismo del liderazgo. Así transcurrieron los debates internos entre 1964 y 1967, e incluso durante la primera etapa del Gobierno de Oscar Gestido.
Cierto es que analizar el pasado obliga a reflexionar sobre quién escribe la historia, al menos para valorarla en su real dimensión. Pero hay hechos incontrovertibles y razones incuestionables, más allá o más acá del eje del debate, tanto para el País como para el Partido, que permiten concluir que hubo un tránsito de ahí en más sin retorno para ideas y personas, con riesgos asumidos para todas las partes.
Recordemos el contexto País: a mediados de 1965 la crisis económica y social que vivía Uruguay se sentía en todos sus ámbitos. Los cambios propuestos en 1959 por el Gobierno Blanco se hundían en un abismo de tensiones insuperables: crisis bancaria, desempleo, especulación, devaluaciones, contrabando de ganado, rumores de golpes militares y hasta una posible invasión brasilera se acentuaban en el pensamiento de una sociedad sin colores, apenas matizada por grises tenues que no desentonaban con la sensación térmica de su gente.
Coherentes con ese estado anímico depresivo y cercanas ya las elecciones, un sector de la lista 15, dirigido por Jorge Batlle, planteó una reforma constitucional con el objetivo de “unidad para triunfar, reforma para gobernar”.
En esta columna no pretendo ir más allá del Partido, por lo que simplemente delinearé años y vicisitudes a modo de referencias. Vale decir, entonces, que lista 99 liderada por Zelmar Michelini no quedó al margen del coloradismo; es más, se instaló en ese proceso reformista desde y por el Partido Colorado. La esencia de la 99, recordemos, tenía su antecedente en las listas 15 y 14: dirigentes como Michelini, Renán Rodríguez, Enrique Martínez Moreno, Julio da Rosa, Aquiles Lanza y Hugo Batalla, consignaban aquella intención que parece perdurar en el tiempo: “actualizar y dinamizar al batllismo”.
Y la cuestión “batllista” llegó más lejos todavía, se instaló en el propio Gobierno alcanzado en 1967 por Oscar Gestido, quien apoyado en la reforma presidencialista, a base de una gran expectativa social, buscaba como objetivo “certidumbre y nacionalismo”. Sostener lo contrario es hacerse trampa jugando al “solitario”. Cuando hoy recrudecen debates por el rol del ministerio de Economía y la OPP, parecemos instalados en las críticas sesentistas de Carlos Végh Garzón (ministro de Economía quincista de 1967), con Luis Faroppa (titular de la OPP alineado a la lista 99). Aquél debate entre fondomonetaristas (lista 15) y batllistas dirigistas (lista 99), terminó con el cese en el cargo de varios dirigentes de la lista 15, abriéndose así el espacio a favor de un rumbo “batllista” de parte de Gestido.
Y cambió el gabinete del Presidente; pero lo más importante fue que, filosóficamente, tal como consignaba el diario El Día por aquéllos años, Gestido había optado por “… una economía social batllista, con medidas que interpretaran las ideas más progresistas del partido en el campo social y económico.” Aquél intento de Gestido de encaminarse al batllismo esencial duró apenas 100 días. La interna colorada fue gravitante, y no hay un solo historiador que no ubique la crisis regional externa al país, como la causa de los males del país, pero tampoco hay quien sostenga que esos tres meses de “batllismo social” no se llevaron consigo no sólo a dirigentes de relevancia, como Faroppa y Micheini, sino también a una filosofía.

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Convengamos que estos datos históricos se parecen en mucho a debates que vienen dándose en la actualidad. Las bases de esta discusión tienen su origen en heridas no curadas que siguen abiertas y que ponen en riesgo a nuestro micromundo político 40 años después.
Al no buscarse el debate en ámbitos como la Convención y las Asambleas Sectoriales para saber qué piensa realmente el adherente, las decisiones a puertas cerradas pueden encaminar el futuro hacia un proceso de rupturas como en los 60 y 70, que se repetirían en forma y en sustancia.
El agravante será, no se tenga le menor duda, no que unos se vayan mientras otros vuelven, sino quién será el que apagará la luz del enorme recinto batllista.

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