Cuando las grandes cosas deslumbran y las pequeñas
emocionan
Mario PIRIZ
Ha comenzado el 2012 y como en muchas cosas de la
vida, es, una vez más, un volver a empezar tras las expectativas e ilusiones
que no fueron alcanzadas. La frase del título, es un lugar común, pero expresa
con fuerza, lo que a todos ha ocurrido, aún en contados momentos de la vida. Al
finalizar el 2011, y al hacer un breve repaso, descubrimos sin mucho esfuerzo y
con asombro haber sido testigos de grandes y deslumbrantes cosas para el mundo,
aunque minúsculas para cada pequeño
rincón de nuestra contaminada Tierra. Asimismo, cómo no recordar aquellas
imperceptibles e innumerables pequeñas grandes cosas que nos arrancaron
lágrimas de emoción?
En este presente abrumador, merced al torrente
informativo con el que las nuevas tecnologías bombardean el cerebro, aún es
posible asombrarnos y emocionarnos, no solo ante los grandes acontecimiento
sino por esas cosas del cotidiano, pequeñas pero de profundidad insoldable. Y
eso ha sucedido y lo sigue haciendo. Alimentan sin cesar la esperanza en la
vida y en el ser humano, aunque, es justo reconocer, sigue siendo un náufrago
en el mar excitado de la sociedad de consumo, cada vez más materialista y
hedonista.
Entre esas grandes cosas del mundo contemporáneo,
quién no ha dejado de deslumbrarse ante el derrumbe del todopoderoso modelo
económico, social y político capitalista, en sus buques insignia de EE.UU y
Europa? El drama de la desocupación y la pobreza renació en esas playas,
consideradas hasta ahora impolutas, y
definitivamente ajenas al mayor drama de la humanidad, aún después de milenios
de historia.
Es cierto asimismo que para una pequeña minoría
privilegiada, que mira la vida desde sus balcones financieros, la crisis como
la actual, es a los sumo nuevas oportunidades de ganar más dinero,
considerando, por ejemplo que el trabajo genuino y el techo propio son cosas
minúsculas, manteniéndose casi indiferentes, aún cuando el drama asume
proyección catastrófica para las grandes mayorías, marcando la retina del
mundo.
Para bien o para mal,
son, de las grandes cosas que deslumbran y deberían convocar a la
reflexión, al menos para intentar despojarnos del manto de insensibilidad con
el que se pretende que se diga, “aquí no sucede nada”; o que todo es cuestión
de mala o buena onda. Esa misma línea de insensibilidad y frialdad, también se
impone, muchas veces hasta sin darnos cuenta, en las pequeñas cosas domésticas
o familiares, cuando por ejemplo, se pierde la capacidad de emocionarse cuando
el vecino o el compañero, rompiendo “la mala racha” consigue el trabajo
necesario, o accede a la dignidad de un techo propio. Insensibilidad que
termina matando retazos de un humanismo imprescindible para sentir esas
pequeñas cosas esenciales que emocionan y redoblan la apuesta por la vida.
Los hay también, y son muchos, aquellos hermanos de la aldea, que al repasar
un año como el pasado 2011, ven desfilar
la felicidad de la mano de otras pequeñas cosas, como el amor a la vida, el
retorno de la persona ausente, las nuevas amistades, la salud recuperada, los
reencuentros e incluso algo tan simple como renovar una pieza del ropero. Sin
necesidad de apelar a una cultura consumista, es justo agradecer o sentirse
feliz, sencillamente ante lo que tenemos, unos mas, otros menos, pero fruto de
los esfuerzos propios, modestos pero honestos y legítimos.
Sin embargo, hay que reconocer la existencia de los
supuestos “malas ondas”, que dicen que
el año pasado, fue sin pena ni gloria y como los demás. Se equivocan. Cada persona tiene su “propio”
año. Lo que para algunos sería traumático, no lo es tanto para otros. Asimismo
asombra las coincidencias en señalar que este tiempo, ha sido y es de los más
calientes de la historia, con una problemática medioambiental dramática, para
mencionar tal sólo uno de sus perfiles.
Hay grandes cosas por alcanzar, aunque muchos se preguntarán “para qué” preocuparse
si cada uno tiene su inventario propio de las cosas que hizo, o no hizo en el
2011, y seguro que entre lo hecho están las innumerables pequeñas cosas, cargadas de emocionada
alegría y felicidad. Aquel viaje corto, la nueva amistad, el modesto regalo o
aquella sonrisa de quien menos la esperaba, son patrimonio espiritual impuesto
por su hondo contenido humanista; enriquecen y realizan a nivel individual y
colectivo el milagro de la multiplicación, una y otra vez a pesar de todo y de
todos aquellos que en el día a día, pretendiendo asombrar y emocionar a los
demás hacen del autobombo un ritual perverso.
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