Walter OPPENHEIMER
Periodista Español
Blog: “OppenBlog”
El racismo ha acaparado gran parte del debate
político y ciudadano en este cambio de año británico. Y lo ha hecho desde
varios flancos. Uno, rozando la tragicomedia: la liga inglesa de fútbol. Otro,
en forma de esperanza: la condena, por fin, de los asesinos –o al menos de dos
de los asesinos– de Stephen Lawrence, un crimen racista que ocurrió en 1993 y
puso al descubierto el “racismo institucional” de Scotland Yard. Quizás sea el
tercer frente el más triste de todos, aunque sus connotaciones racistas no
están firmemente establecidas: la ejecución sin causa aparente de Anuj Bidve,
un joven indio que vino en septiembre a Inglaterra a estudiar un curso de
postgrado en microelectrónica y pasaba las navidades en Manchester con un grupo
de amigos. Le dispararon en la cabeza por no dar la hora. ¿O por tener la piel
demasiado oscura?
El racismo es un tema muy delicado en Reino
Unido. Desde lejos, los británicos pueden parecer muy racistas. Y muchos lo
son. Pero hay que tener en cuenta dos cuestiones antes de llegar a conclusiones
muy tajantes: una, que no hay que confundir clasismo con racismo; y, la otra,
que al menos los británicos son conscientes de que ese problema existe y llevan
años intentado combatirlo.
No está muy claro que se pueda decir lo mismo
de los españoles, que tienen una notable tendencia a condenar el racismo de
forma genérica pero quitar importancia a los actos racistas.
El fútbol es un buen ejemplo de ello. El entrenador de
Inglaterra jamás habría seguido en su cargo si un micrófono le hubiera pillado
diciendo “negro de mierda” al referirse a un jugador. Es lo que ocurrió en un
entrenamiento de la selección española en octubre de 2004, cuando Luis Aragonés
intentaba convencer a José Antonio Reyes de que era mejor jugador que el
francés Thierry Henry, en aquellos tiempos compañero suyo en el Arsenal de
Londres.
Es verdad que Luis pronunció esas palabras en
privado, pensando que nadie más les oía, y que eso modifica por completo el
racismo del mensaje. Llamar a Henry en público “negro de mierda” es
deliberadamente racista; hacerlo en privado puede ser racista o puede ser puro
mal gusto, equivalente a decir “hijo de puta” o “gordo de mierda”. Pero el
hecho de que el seleccionador nacional sea capaz de utilizar ese lenguaje, en
público o en privado, no sería tolerado hoy en Inglaterra. Habría dimitido o le
habrían despedido. En España no se ve así.
Hay ejemplos que avalan la diferencia. El ex
jugador y ex entrenador Ron Atkinson perdió su empleo como comentarista de los
partidos de ITV al referirse al jugador francés Marcel Desailly como “negro
holgazán”. Utilizó la frase “lazy nigger”: nigger es en si mismo despectivo. El
hecho de que lo hiciera a micrófono cerrado y de que su comentario no siquiera
se oyera en Gran Bretaña no le salvó. Hace ahora un año, en enero de 2011, el
también ex futbolista Andy Gray y el periodista Richard Keys, perdieron su
empleo en la cadena Sky por comentarios machistas.
Estos días se han planteado otros dos casos:
los de los futbolistas Luis Suárez y John Terry. El uruguayo Suárez, del
Liverpool, insiste en que en que no estaba siendo racista al llamar negro al
defensa francés Patrice Evra, del Manchester United. Mientras la palabra
inglesa “nigger” es siempre peyorativa, cualquier hispano hablante sabe que
“negro” puede ser o no despectivo, depende del contexto. El problema para
Suárez es que el contexto no le ayuda y si es cierta la transcripción de su
encendido diálogo con Evra difundida por
el comité que le impuso una sanción ejemplar, el racismo de sus palabras
parece difícil de cuestionar. “¿Por qué me pegas?”, le pregunta Evra. “Porque
eres negro”, le responde Suárez.
El caso de Terry, del Chelsea, es más
delicado: porque es el capitán de Inglaterra; porque quien le acusa es otro
jugador inglés, Anton Ferdinand, hermano de Rio Ferdinand, compañero de Terry
en el centro de la defensa inglesa y despojado de su capitanía para
devolvérsela a Terry después de que este la perdiera por un asunto de faldas; y
porque en esta ocasión ha intervenido la policía después de recibir una
denuncia de un miembro del público. Terry está acusado de tratar de “nigger” a Ferdinand. Él lo niega. El caso
sigue estando pendiente.
Mucha gente puede pensar que estos dos casos
tan llamativos no son más que una pantalla para tapar el hecho de que el
racismo sigue incrustado en el fútbol inglés, en el que la gran cantidad de
jugadores negros no tiene la misma correlación a la hora de ser entrenador,
árbitro o dueño de un club. Pero es innegable que hace ya años que el racismo
ha sido identificado como un problema y como algo a erradicar. Es imposible
acabar con los racistas, pero es posible impedir que impongan sus ideas.
La policía es un reflejo también de ese
problema. Y el caso de Stephen Lawrence así lo demuestra. El 22 de abril de
1993, Lawrence estaba esperando el autobús con un amigo en Eltham, sudeste de
Londres, cuando un grupo de quinceañeros se abalanzaron sobre ellos profiriendo
gritos racistas. Lawrence no pudo ponerse a salvo: le mataron a puñaladas.
Tenía 18 años.
La policía tardó cuatro días en hacer caso de
las denuncias anónimas que señalaban como autores del crimen a cinco jóvenes
que tenían aterrorizado el barrio. La desidia policial impidió encontrar
pruebas suficientes para procesar a los sospechosos y fue interpretada como una
consecuencia del racismo imperante en la Policía Metropolitana. En 1999, una
investigación pública encabezada por sir William Macphersons llegó a esa
conclusión al denunciar el “racismo institucional de Scotland Yard”.
Años después, los avances de la técnica han
permitido descubrir en las ropas que aquella noche vestían dos de los
sospechosos, Gary Dobson y David Norris, rastros de sangre y un cabello de
Lawrence: suficiente para declararles culpables de asesinato.
Estos días abundan las investigaciones
periodísticas sobre si las cosas han cambiado realmente en Scotland Yard. Los
resultados de esas investigaciones son mixtos: hay más policías de minorías
étnicas, pero los jóvenes negros y los de origen pakistaní se siguen sintiendo
perseguidos. Los disturbios de Tottenham de este verano tienen mucho que ver
con eso. El hecho de que se extendieran luego a otras zonas de Londres y a
otras ciudades inglesas tiene otras explicaciones.
Anuj Bidve, 23 años, no se sentía perseguido
cuando en septiembre llegó a la universidad de Lancaster para completar los
estudios de micro-informática que había cursado en Pune, en su India natal. No
se puede asegurar ahora mismo que el color de su piel le llevara a una muerte
prematura, pero en su comunidad creen que así fue y la policía mantiene
abiertas las puertas a esa posibilidad. En la noche del 25 de diciembre, ya en
la madrugada del 26, que es festivo en Inglaterra, Anuj caminaba junto a ocho
amigos desde su hotel en Salford hacia el centro de Manchester, para estar
entre los primeros cuando abrieran los comercios en el primer día de las
rebajas de invierno. Estaban allí de vacaciones y probablemente ignoraba que
estaban atravesando un complejo residencial bastante peligroso. Unos jóvenes
cruzaron la calle y uno de ellos le preguntó la hora al joven Anuj. Segundos
después le descerrajó un tiro en la cabeza. Dicen que el asesino cruzó la calle
con la determinación de volarle los sesos si no le daba la hora.
La policía actuó esta vez con rapidez y
detuvo a cinco jóvenes en cuestión de horas. Uno de ellos ha sido puesto en
libertad sin cargos. Otros tres, de 15 a 16 años de edad, han sido puestos en
libertad bajo fianza. Y otro, Kiaran Stapleton, ha sido presentado ante la
justicia acusado de la muerte de Bidve. El detenido se identificó como
"Psycho Stapleton" en su comparecencia ante el juez a través de una
conexión por vídeo desde la cárcel de Manchester, donde está encerrado.
¿Es la muerte de Anuj Bidve un nuevo caso
Stephen Lawrence? Hay puntos de conexión: el color oscuro de la víctima y la
blanca palidez de los jóvenes sospechosos; lo absurdo del asesinato, sin que
mediara provocación, eligiendo una víctima al azar, sin que víctima y verdugo
se hubieran cruzado antes. Están por ver los elementos más directamente
racistas. El racismo de los asesinos de Lawrence quedó acreditado de inmediato,
mucho antes de que se pudiera probar su culpabilidad. El impulso racista de
Stapleton, si se confirma que fue él el asesino, aún no está probado. Tampoco
hace falta: la muerte de Anuj ha sido tan absurda y tan injusta como la de
Stephen.
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