Mario PIRIZ
Periodista
“El problema del hambre mundial no es, por
consiguiente, un problema de limitación de la producción por coerción de las
fuerzas naturales; es, ante todo, un problema de distribución” Josué de Castro,
Geopolítica del Hambre, 1951.
Desde los años 20 del siglo pasado, la humanidad,
- por lo menos en “occidente” -
representada primero por la Liga de las Naciones, luego por Naciones Unidas,
año a año levanta la voz de alarma sobre el problema del hambre en el mundo, en
particular en los países pobres (o empobrecidos), víctima de un sistema
capitalista, creado y desarrollado a escala planetaria, con el expreso
propósito de abatir las cadenas que oprimen al ser humano, entre
ellas, quizás la más importante, la de asegurar a todos el alimento mínimo
necesario para la vida.
Según Josué de Castro, - médico brasileño,
antropólogo, economista y presidente de la FAO en la década del 50 del pasado
siglo - “La historia de la humanidad ha sido desde el principio la historia de
su lucha por la obtención del pan nuestro de cada día. Parece, pues, difícil
explicar y aún más difícil comprender el hecho singular de que el hombre —ese
animal presuntuosamente superior, que venció tantas batallas contra las fuerzas
de la naturaleza, que acabó por proclamarse su maestro y señor— no haya aún
obtenido una victoria decisiva en la lucha por su subsistencia”.
Y los hambrientos no son solo los que no pueden llevar
a sus estómagos un pedazo de pan durante
el día, sino los millones que aún comiendo, padecen desnutrición crónica por
falta de algunos de los alimentos esenciales para la vida; y los millones de
malnutridos que sobreviven con alimentos basura. Distintas calidades de hambre, todas
creaciones del propio ser humano y todas guadañas dolorosas, opresivas,
humillantes, y ofensivas que siembran la muerte minuto a minuto en el planeta.
Dolor, humillación y muerte que se multiplican al saber que son totalmente
evitable.
En este 2011, nuevamente el mensaje de Naciones Unidas
a través de la FAO, nos viene a decir que casi mil millones de seres humanos
padecen estoicamente el flagelo del hambre en el mundo. Y que de ellos, más 50
millones son latinoamericanos, el 9% de la población total del continente; y
que varias centenas de miles son uruguayos, y algunas decenas de miles,
hermanos riverenses y fronterizos. Dura realidad que opaca todo lo que se pueda
decir del progreso, la civilización y la modernidad. Realidad que sorprende,
indigna, avergüenza y convoca desde las
entrañas a la rebelión humanitaria.
Y la cuestión no es por falta de recursos
naturales. El propio Josué de Castro
señaló, hace más de medio siglo atrás, que de “2.000,000 el número de especies
animales conocidas, apenas 50 especies fueron domesticadas por el hombre y
contribuyen para los recursos de subsistencia. Además, de las 350,000 especies
vegetales del mundo, apenas 600 son cultivadas”. Comparando aquellos datos con
la dieta de nuestros antepasados indígenas, afirma: “El hombre civilizado
restringió de esta manera las bases de su dieta a un reducido número de
productos, a un insignificante porcentaje de las variedades naturales existentes
en la superficie de la tierra… Los procesos técnicos de purificación del arroz,
de refinamiento del azúcar, de fabricación de harina de tipo blanco —eliminadas
las envolturas de las semillas alimenticias o las supuestas impurezas
existentes— son factores de empobrecimiento de la alimentación, en vitaminas y
sales minerales que condicionan, de este modo, las hambres específicas de sus
consumidores”.
Y tampoco la cuestión es de insuficiente producción de
alimentos. Por el contrario, nunca en la historia de la humanidad se ha
producido tantos alimentos. La actual
crisis universal es una crisis de superproducción en todos los órdenes del
quehacer humano. A tal punto es así que el capitalismo en su loca carrera tras
el lucro, y para mantener la rentabilidad, creo sofisticados productos
financieros como los comoditis , bonos de todo tipo, hipotecas, en fin, globos
inflados de aire y puestos a bailar en esas nubes extrañas llamados mercado
financieros, con total indiferencia de los pobres del mundo, quienes se les impone
el ajustar más aún el cinto de sus estómagos famélicos.
Y en Uruguay las cosas no son distintas. El ministro
de Ganadería, Agricultura y Pesca, Tabaré Aguerre, realizó una presentación del
país ante empresarios alemanes en Hamburgo expresando que “Uruguay puede multiplicar la producción
de alimentos para una población 15 veces superior a la propia” es decir para
más 45 millones de personas. El anuncio confirma que el problema del hambre no
es por falta de recursos naturales ni baja producción. Obviamente, el mensaje
no está destinado a satisfacer el hambre de esos 50 millones de
latinoamericanos ni de los miles y miles de compatriotas. El mensaje iba
dirigido a empresarios inversionistas que tienen como punto de mayor interés,
las altas y bajas de precio a futuro de los comodities (carne, soja, trigo,
maíz, arroz, etc.), en el casino de Chicago o Nueva York.
Aguerre describió las virtudes y problemas de los
recursos naturales que Uruguay tiene en sus más 177 mil kilómetros de
territorio, olvidando, -quizás deliberadamente - de describir las virtudes y problemas de los
recursos humanos (la mayor riqueza), de la calidad de vida de sus pocos más de
tres millones de personas, de los cuales, más dos millones son pobres sin
eufemismos técnicos ( centenares de miles sufriendo hambre oculta o
desnutrición); menos de un millón son la pequeña burguesía (clase media)
satisfecha de hacerle los mandados y servir de colchón a las 500 familias
burguesas asociadas al capitalismo
inversionista extranjero, que dicho sea de paso, viven uno de esos momento de
gloria, lucrando indiferente al dolor de las grandes mayoría de humillados y
oprimidos.
Sobre los recursos naturales manifestó la aspiración a
mantener “la biodiversidad y la competitividad de sus pasturas naturales;
utilizar de manera eficiente la lluvia que no se almacena actualmente y
conservar sus suelos. Destacó la intensificación progresiva de los cultivos
desde la década del 50 cuando, se producía uno por año. Actualmente ese número
se incrementó a 1,6 y esta intensificación del uso de la tierra pone en riesgo
la degradación de los suelos (…) Con el régimen intenso de lluvias del Uruguay
dicha transformación es la principal herramienta tecnológica para controlar la
erosión (…) Los principales cultivos en Uruguay son la soja y el trigo y falta
incorporar gramíneas de verano que mantengan una relación carbono nitrógeno
alta, (…) que se promueve el cultivo de sorgo destinado a la suplementar
pasturas naturales para alimentar al ganado. (…) que el Gobierno promueve la
sustentabilidad, o sea que cada suelo
sea utilizado en función de la capacidad que tiene de seguir produciendo. “No
lesionar la capacidad de producir que tengan las futuras generaciones”,
expresó.
Es que aquí como en todo el universo se sigue,
hipócritamente, mirando para otro lado y presumiendo de innovadores se creen
los “inventores de la pólvora”. Soberbios, izquierda o derecha, al menos
nacional, siguen operando a la sombra de aquel proverbial principio político
moderno enunciado por Giuseppe Tomasi
conde de Lampedusa, en su novela El Gatopardo (1958): “Si queremos que todo siga como está,
es preciso que todo cambie. Una de esas batallas en las que se lucha hasta que
todo queda como estuvo. No queréis destruirnos a nosotros, vuestros padres.
Queréis sólo ocupar nuestro puesto. Para que todo quede tal cual. Tal cual, en
el fondo: tan sólo una imperceptible sustitución de castas".
Aun que la FAO, en la celebración del día de la
alimentación en éste 2011 pregonó en todo el mundo que el hambre de 800 millones
de seres humanos es debido a la suba de los precios de los alimentos, la
realidad de las cosas es otra. El flagelo del hambre y la desnutrición,
definitivamente es un problema de distribución equitativa de los alimentos y de
uso racional y fraterno de los recursos naturales.
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