En el cruce de los tiempos

        Julio María Sanguinetti
Cuando estamos muy cerca de los cambios, no poseemos la perspectiva necesaria para advertirlos. Nuestra reapertura democrática ocurrió en 1985, en plena guerra fría aún, con América Central como escenario sangriento de esa puja entre los EE.UU. y el eje Moscú-La Habana. Caído el muro de Berlín en 1989, recién se advirtió que ya vivíamos una revolución científica y que las visiones de Mc Luhan eran las únicas profecías vigentes de aquel siglo XX empedrado de doctrinas fracasadas: éramos habitantes de una “aldea global”, intercomunicada, en que las fronteras se diluían y todos estábamos —nos gustara o no— instalados en el escenario mundial.

Ya entonces, se comenzó a mirar al país con esa óptica y de ahí nuestro revolucionario programa forestal que —junto a los planes lechero y arrocero— cambió la matriz productiva del país. Mirando hacia fuera, se modificaron estructuras arancelarias para abrir el comercio internacional, se instalaron zonas francas que recogieron inversiones en sectores de punta, se organizó el turismo y la frontera vio nacer la experiencia de los free-shops (paralela al nacimiento del primer shopping center en Montevideo). O sea que el agro y el comercio ya no fueron los mismos, porque incluso la competencia interna por la tierra llevó a que la ganadería y la agricultura se tecnificaran: porque mejoraban rendimientos o desaparecían.

Paralelamente, vinieron los cambios logísticos: los puertos de Nueva Palmira y Fray Bentos y, luego, la instalación de la nueva terminal de contenedores en Montevideo, durante el gobierno de Lacalle.

Nuestro segundo gobierno apuntó a dos temas básicos. El primero era el sistema de seguridad social. En el primer período, con una transición institucional en curso, no se podía abordar asunto tan polémico. Pero en ese momento se encaró esa reforma, que abarcaba prácticamente la mitad de los ingresos del Estado y se hacía o el sistema quebraba. Y se llevó a cabo, pese a todas las oposiciones, y felizmente allí permanece. Se salvó al BPS, se garantizó el ahorro de los trabajadores, se modernizaron los trámites jubilatorios, se establecieron la historia laboral y las cuentas individuales… Al mismo tiempo, se abrió el país al otro gran escenario: la educación. Se universalizó la educación pre-escolar, se instalaron las escuelas primarias de tiempo completo, se abrieron los Bachilleratos Tecnológicos, se formuló un programa experimental en Secundaria, se crearon los centros de formación docente en el interior del país. En medio de oposiciones irracionales, no sólo se mejoró: se abrió el camino.

Padecimos luego la crisis del 2002, con su secuela, que no fue solo económica: también le alfombró el camino a la llegada del Frente Amplio. Que recibió un país ya en crecimiento desde el 2003 y con un nuevo aeropuerto pronto para inaugurar. A partir de allí se vivieron los 8 mejores años del comercio internacional, desde que nacimos como región. Bajo esa bonanza, lo que marchó y anduvo —y anda— es lo que venia de atrás. Lo que recoge inversión es lo que se había instrumentado. La bonanza no sirvió para reducir deuda externa, como hizo Brasil; a la inversa, la ampliamos. Y mucho menos para seguir adelante con los cambios estructurales. El gobierno del Dr. Vázquez propició la nefasta Ley de Educación que nació luego de un vacío “Debate” y hoy se ha transformado en un corsé paralizante que impide todo cambio al regalarle el poder a gremios obsoletos, que pugnan contra el mundo global como si éste fuera una idea y no un hecho irreversible producto de la revolución científica. Los datos de las evaluaciones internacionales registran una catástrofe, pero ella se niega desde un insólito ideologismo.

No se ha emprendido un camino de cambio en la matriz energética del país; abundan conversaciones, comisiones y debates, pero continuamos dependiendo de la lluvia… La modernización en las telecomunicaciones, que venía a ritmo intenso, se fue lentamente apagando y hoy cualquiera está mejor.

Interín, en este período gubernamental, nos han atado del todo a los temas del pasado. Se sigue combatiendo una dictadura de la que nos despegamos hace 25 años y que nació por la iracundia de quienes quisieron hacer una revolución y sacaron a las FFAA de los cuarteles en que estaban desde 1904. El pueblo vota y vota pidiendo mirada hacia el futuro, pero nada importa. Como el Frente Amplio ha tenido que aceptar la economía de mercado, respetar al Fondo Monetario Internacional, pagar la deuda externa, asociar al Estado con la empresa privada en las obras públicas, equilibrar el presupuesto del Estado, todo aquello que antes era neoliberalismo, su viejo corazón fidelista se refugia en la amistad con Chávez y el desprecio a los plebiscitos, para seguir acoplando el país al carro de los odios de ayer.

Mientras tanto, China manda en el ritmo mundial, Chile se ha despegado del resto, EE.UU. les recuerda a todos que es el único capaz de luchar contra el terrorismo con eficacia, el mundo árabe vive una revolución lanzada desde las nuevas redes sociales… De todo esto no hablamos. Estamos enzarzados en los galimatías jurídicos que genera la absurda idea de juzgar lo ya juzgado y resuelto por el veredicto popular. Y tapados por una ola criminal que se desató luego de que en el gobierno del Dr. Vázquez unos inefables Ministros del Interior largaran presos a la calle y se negaran a construir cárceles modernas, porque todo se resolvería mágicamente. Mientras tanto, la capital del país paga los impuestos más altos del mundo, soporta sus calles bombardeadas y los contenedores de basura desbordados en las esquinas.

Hoy hasta el Estado de Derecho está en crisis. Cuando no se respetan plebiscitos y referendos, el problema ahora es la democracia misma.

No escribimos estas líneas con alegría. Pero cuando “Opinar” mira desde la perspectiva de un número redondo, no hay otro modo de asumir que el Bicentenario nos encuentra recibiendo una prosperidad que el mundo nos regala, mientras el Uruguay permanece anclado en discutir responsabilidades políticas y penales de hace 40 años. De ahí nace nuestro desafío de colorados y batllistas: volver a ofrecer una visión esperanzadora y responsable, que reconduzca al país al camino de los hechos y no de las palabras, de los avances reales que nos liberen de estos ideologismos retrógrados que nos tienen sumergidos en esta mediocridad aplastante.

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