La dimensión humana de la calle

Editorial
Según los modernos filósofos del urbanismo, la cultura, la democracia, “es y está en la calle”, es decir, en ese espacio público de 16 metros de ancho, cruzada cada 100 metros por otro espacio similar configurando el cada vez más complejo entramado nervioso de ciudades y pueblos.

Sin duda, la calle es un espacio vivo y colectivo, de dimensión humana, concepto intangible y profundo que construyen y conquistan, cotidianamente, las personas, el pueblo. Es la más grande habitación colectiva con el firmamento como techo, a veces solitaria pero de puertas abiertas, otras bulliciosa y fraterna. Habitación de todos y para todos, cuidada y, mal o bien, amueblada por la Intendencia con aquel equipamiento mínimo que la hagan segura, iluminada, limpia, saludable, habitable. Es el lugar del alma colectiva, que si bien hasta defecan los perros, todas las mañanas, tardes y noches desfila la vida.

Pero no siempre definir la calle como emblema de cultura urbana y democracia, es correcto. Hay que reconocer que la dimensión humana de la calle, de cada arteria es diferente, incluso, dentro de las mismas, la de ciertas cuadras en particular. Las diferencias son tan obvias y frecuentes que habitualmente son el principal tema de preocupación de los vecinos menos favorecidos.

No es lo mismo una calle con pavimento asfáltico, veredas, jardines y árboles en sus bordes, buena iluminación, señalizada, con recipientes para residuos, desagües pluviales, con bancos o lugares para el descanso que otra calle, como las que abundan en los alrededores de la ciudad, donde el polvo en tiempos secos o el barro en días de lluvias las hace inhabitables, representando incluso altos riesgos para la salud y la vida de los más vulnerables como niños y ancianos.

Reconocemos asimismo que en las ciudades, una calle donde nadie vive, donde nadie la transita, carente de niños jugando y perros “viralatas”, es en definitiva una tapera, una antesala de cementerio, un mero campo simétrico olvidado de la vida. Quien hace la calle son las personas, la vida, donde cada ángulo o rincón se carga de aquellas sensaciones humanas más profundas. Con cuánto cariño y nostalgia se recuerda la calle del barrio, donde se ha disfrutado momentos de fraternidad alegre y felicidad compartida.

Como lo decía un connotado periodista cubano, la vida en la calle se recrea de la misma manera que lo hace en la vivienda. La vida pasa a veces por el pasillo y se detiene en el cuarto de estar, se convierte en “saudade” en la habitación de los hijos, se hace culta en la biblioteca, se cepilla los dientes y se refresca la cara en el baño, vuela la imaginación y la creatividad en la cocina, y se hace paz y silencio reparador en el dormitorio.

Pero es en la calle donde se recrea la vida a sus anchas, quizás porque es en ese enorme espacio a cielo abierto donde puede compartir y recrear su esencia ácrata, libertaria y solidaria. Por eso a los hijos hay que criarlos con amor, responsabilidad y valores sólidos para poder echarlos a la calle en el momento oportuno y no tener que lamentar después, que al tomar la calle como suya en su justo derecho la conviertan en una jungla donde impera la ley de la selva.

Cuando la vida ha sido encadenada a un sistema rígido de principios individualistas, materiales e inhumanos, la calle sin duda adopta una cultura, con códigos y filosofía cruel e inhumana, que la hace casi el estercolero de la sociedad. "Ser de la calle", o “ser un callejero o callejera”, o ser “echado a la calle”, son algunas de las tantas expresiones que revelan el estigma que sufre la calle. De ahí a ensuciarla, romperla, destrozar luminarias, espacio verde y demás equipamiento es un paso, convertida ya en la pasarela de las más variadas expresiones de la estupidez.

La responsabilidad cívica de devolver a la calle su dimensión humana, es individual y colectiva. Pero más que de las instituciones públicas, del amor humanitario de las madres y padres que han asumido libremente el honorable rol de procrear y construir la vida de los seres humanos. De nosotros depende que la democracia y la cultura de la solidaridad, la justicia y la libertad, sea y esté en nuestras calles.

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