Ciudad humana un paradigma permanente

Mario Píriz
El desarrollo integral, el mantenimiento y la calidad de vida de las ciudades y plantas urbanas, como espacio o la casa grande de la comunidad humana, así en Rivera como en el resto del país, es el principal objeto y responsabilidad del gobierno municipal (llámese Intendencia o Alcaldía). Hacerla saludable, habitable, educada, segura, limpia y hermosa, requiere la convergencia todas las esferas del Estado, bajo la responsabilidad directriz del gobierno local. Pensar y definir la cuestión en términos inversos es reaccionario y anti histórico, propios de políticas autocráticas carentes de piso democrático.

En tiempo de debate de la ley de presupuesto quinquenal, es interesante tener presente el bosque en forma simultánea al tratamiento del árbol, del problema puntual. Hay que observar, en el contexto general, que el desarrollo de la comunidad humana, de la ciudad, la urbe ha ido cambiando de rol, en forma paralela a los cambios experimentados en las propias relaciones sociales de producción de la vida, características de por lo menos los doscientos últimos años de la historia de la humanidad.

El siglo XX fue testigo de los cambios más espectaculares que llevaron a la transformación radical de la ecuación ciudad – campo. La migración del campo a la ciudad se ha consolidado como una constante del movimiento poblacional. Habitualmente, el campo, fuente de riqueza y de alimentación de toda la sociedad, ha sido estigmatizado como símbolo de atraso, en tanto la ciudad, erigida en símbolo de civilización, progreso y modernidad.

Las ciudades en general, así como Rivera y Livramento en particular recrean antiguas contradicciones, que las dividen, las fraccionan y las debilitan cayendo, históricamente, en manos de toda clase especuladores, de mercaderes del alma, de políticos sin ética, transformando sus rincones en tremendas y temibles guaridas, convertidas en el despeñadero de la especie humana.

Los puntos de venta y consumo de drogas, “camelogromos”, los eufemísticos “cantegriles o “asentamientos irregulares”, los arrabales amargos, la pobreza degradante son bofetadas permanente al rostro de la dignidad y el alma de los seres humanos; y no es admisible la convivencia fraterna y racional cuando en el otro extremo, la sociedad de los “bundiñas” se regocija egoístamente dilapidando la riqueza, orgullosos de protagonizar el mercado de consumo, buque insigne del capitalismo inhumano del siglo XXI.

El desafío también es siempre permanente. Es una esperanza y un anhelo sustancial de la existencia, perseguir sin tregua una ciudad hogar público, ámbito de la belleza, de puertas abiertas a la diversidad de los talentos, el multiculturalismo y el plurilingüismo. Ciudad, ancho mapa humanista, donde relacionarnos fraternalmente y producir la vida solidaria, libre como el cauce de los ríos.

Esperanza sustancial que crece y se fortalece cuando ocurren hechos como los protagonizados en los últimos años en Rivera, humanizando barrios postergados y segregados del avance de la civilización. Los barrios de la zona sur de la ciudad sintieron en carne propia el significado de la denomina “revolución urbanística” que extendió a prácticamente toda la urbe la pavimentación de sus calles, el desarrollo de los desagües pluviales y de saneamiento, la iluminación pública, los espacios de recreación, la jardinería, etc. Sin duda, un gran salto hacia una ciudad saludable, limpia, ordenada, segura, donde la vida comienza a mostrar los colores y el ritmo que le es propia.

Pero la historia sigue. Sin duda que esa esperanza profunda tiene los pies sobre la tierra, a veces sobre el fango de nuestras miserias. La ciudad es reflejo de la existencia de los seres humanos que la habitan. Sin embargo, no se puede negar ni dejarnos ganar por la opacidad, los estertores de la violencia, la guerra de todos contra todos, los grises de la agonía que salpican como gotas de hiel nuestras ciudades.

Más que discutir números y presupuestos, es tiempo de bajar la pelota al piso, y apuntar, no sólo a ciudades productivas o inteligentes, sino sustancialmente a una ciudad humana, “armónicamente integrada y estéticamente integradora”, con gobernantes éticos, donde todos se sientan seguros y todos, sin excepción, puedan ser receptores de servicios urbanos básicos. En definitiva, con la mira puesta en la ciudad de los sueños, de los grandes anhelos, al territorio de la esperanza y la fraternidad, la que tiende, todos los días, nuevos puentes humanos para la integración y la vida. Si lo queremos, podemos.

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