¡Salida al mar para la Universidad!

Ope Pasquet
Hace algunos años, bromeando entre amigos acerca de la idea exagerada que la Universidad de la República tiene de lo que es la autonomía, decía yo que en cualquier momento comenzaría ella a reivindicar una salida al mar para su uso propio e independiente; algo así como una franja de “territorio liberado” que permitiese ir desde 18 de Julio y Eduardo Acevedo hasta la Rambla Sur, donde funcionaría “sin ingerencias del poder político”, el Puerto Libre Universitario...

Debo reconocer que me equivoqué y que nuestra querida Udelar, sensible a los problemas de todo tipo con los que debe lidiar el segundo gobierno progresista en esta fase de transición en la que vivimos, todavía no ha planteado tan legítima aspiración, dando así una prueba más de su moderación y sensatez.

Moderación, empero, no quiere decir entreguismo. Por eso la Udelar se ha plantado con firmeza en la defensa de su derecho a participar en la dirección de la Agencia para la Promoción y el Aseguramiento de la Calidad de la Educación Terciaria (Apacet), sin quedar sometida a sus evaluaciones, que tendrán por objeto a las instituciones privadas, exclusivamente.

Esto ya no es broma, lector. Según el proyecto de ley de creación de la Apacet remitido por el Poder Ejecutivo al Parlamento, la Udelar evaluará a sus competidoras, pero no será evaluada por ellas ni por nadie que no sea la propia Udelar. La Udelar será pues el juez de su propia causa. Sus 80.000 estudiantes (que equivalen, “grosso modo””, al 80% del estudiantado universitario uruguayo) no tendrán el beneficio de que una mirada exterior e imparcial evalúe críticamente sus fortalezas y sus debilidades; las familias de esos 80.000 estudiantes, tampoco; la sociedad uruguaya, que paga los impuestos que hacen que la Universidad pública exista y funcione, tampoco.

Todo ello, en nombre de la autonomía universitaria.

En el primer cuarto del siglo XX, la autonomía de los entes de enseñanza se pensó para protegerlos de las intromisiones indebidas de la política partidaria, entendiendo a ésta como la política hecha por los colorados y los blancos.

Desde finales de los años cincuenta se estableció firmemente el criterio de que la Universidad es territorio de la izquierda, que desde allí –pero no sólo desde allí- irradia las pautas culturales funcionales a su proyecto político.

Actualmente, con el Frente Amplio en el poder y blancos y colorados reducidos a la condición de minorías en el Parlamento, la autonomía que la Universidad reivindica pasó a ser autonomía frente a la sociedad que la nutre y a la que debiera servir. Si no fuera porque es laica, la Udelar podría decir, como los antiguos reyes que se creían tales por derecho divino, que sólo rinde cuenta de sus actos ante su conciencia y ante Dios.

La corporación universitaria, como cualquier corporación, busca ante todo su propio beneficio. Por eso es necesario contenerla con los “frenos y contrapesos” con los que, en las repúblicas liberales, se procura evitar la excesiva concentración del poder. Desde esta perspectiva, la Apacet podría ser un instrumento útil para que la Udelar hiciese más transparente –o menos opaco- su funcionamiento, su rendimiento y su eficiencia. Ello redundaría en beneficio de todos, incluida la propia Udelar. Pero no: se optó por defender a ultranza los antiguos privilegios.

Es obvio que llegará el día en que caigan los viejos muros medievales. En el siglo XXI no puede haber instituciones públicas que se resistan a la evaluación de su desempeño, hecha por expertos independientes. Este es un componente central de la idea de transparencia, con la cual se hacen tantas gárgaras en estos tiempos.

Lo que cabe lamentar desde ya, es lo mucho que perderemos esperando que ese día llegue. Habrá estudiantes frustrados, profesionales mal preparados y una sociedad que no recibirá el retorno que tiene derecho a esperar, de la inversión que hace en la educación superior.

¡Qué paradoja! La vida está demostrando que es más fácil hacer cambios importantes en las Fuerzas Armadas que en la Universidad de la República.

Da como para ponerse a pensar qué significa, actualmente, ser progresista y ser reaccionario.

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