Bertha SANSEVERINO
Diputada (Frente Amplio)
América Latina aparece en el pensamiento emergente como ejemplo claro de una región donde, como afirma el Premio Nobel de Economía Stiglitz (2002) los modos convencionales de enfocar el desarrollo y medirlo han sido desmentidos por la realidad. Reflexiona basándose en su caso: “Yo argumentaría que debemos reexaminar, rehacer y ampliar los conocimientos acerca de la economía de desarrollo que se toman como verdad, mientras planificamos la próxima serie de reformas”.
La nueva visión que comienza a tener fuerza creciente amplía totalmente las dimensiones que deberían tenerse en cuenta para saber si una sociedad progresa e incluye, junto a indicadores económicos usuales, aspectos que tienen que ver con el desarrollo social, el desarrollo medioambiental, el acceso a la cultura, las libertades y la construcción de ciudadanía. Sabemos si hay progreso si en definitiva crecen lo que Amartya Sen ha llamado “los grados de libertad”, las opciones efectivas para que cada ser humano pueda desenvolver su potencial.
Esta visión revaloriza plenamente el papel de la salud pública. El modo en que una sociedad trata a sus integrantes en ese campo esencial es un “indicador de choque”, crucial, de la medida en que realmente avanza. La salud es una meta prioritaria en sí misma y al mismo tiempo un pilar estratégico para que exista una libertad real.
Como indicara Sen “ninguna concepción de justicia social que acepte la necesidad de distribución equitativa y de una formación eficiente de las posibilidades humanas puede ignorar el papel de la salud en la vida humana y en las oportunidades de las personas para alcanzar una vida sana sin enfermedades y sufrimientos evitables ni mortalidad prematura”.
En la democratización de los determinantes de la salud pública se halla una de las principales vías para encarar los inaceptables y regresivos umbrales de desigualdad de la región. Están en curso en América Latina cambios de envergadura en cuanto a la percepción de los caminos para el desarrollo y los contenidos del mismo, que abren un nuevo entorno a las luchas por la salud pública.
Hay un crecimiento democrático de gran significación. Las sociedades civiles participan cada vez más activamente y exigen pasar de una democracia pasiva a una democracia activa. Crecen las presiones públicas por un Estado más transparente, descentralizado, abierto.
Comienza a haber una movilización en ascenso del capital social de la sociedad. Hay una nueva expectativa sobre el rol mismo de las políticas públicas. Las visiones marginadoras de las mismas perdieron credibilidad por sus pobres resultados, y se espera una nueva rearticulación entre políticas públicas activas, fuerzas productivas y sociedad civil. La dimensión más difundida de la desigualdad latinoamericana es la que se da en la distribución de los ingresos, pero no es la única, ni la más grave.
La desigualdad se halla presente en todas las dimensiones centrales de la vida cotidiana de la región. Todas las desigualdades interactúan a diario, reforzándose entre sí. Trazan destinos marcados. Si se nace en una familia desarticulada por la pobreza, las posibilidades de buena salud y educación se verán mas limitadas. Al analizar América Latina se menciona con frecuencia que hay pobreza y que hay desigualdad. En realidad, las investigaciones evidencian una situación diferente.
Hay pobreza porque hay desigualdad. Ésta es un factor clave para entender por qué un continente con una dotación de recursos naturales privilegiada y amplias posibilidades en todos los campos tiene tan importantes porcentajes de pobreza. Un campo clave de desigualdades con impactos de primer orden en salud es el de los niveles de educación. La acumulación de capital educativo tiene incidencia directa de acuerdo a numerosas investigaciones, entre otros aspectos, en las tasas de mortalidad infantil, el manejo de la alimentación del bebé, el peso de los niños, las discapacidades y la esperanza de vida. Las gruesas brechas que América Latina tiene en el campo de la educación actúan restando o ampliando oportunidades de salud y juegan un rol en que los estratos más desfavorecidos no puedan aprovechar las “ganancias” en salud resultantes de los avances médicos.
La salud es, por otra parte, un área donde las inequidades pueden reducirse significativamente con costes más bajos y en períodos de tiempo más cortos que en otras áreas. Así lo indican los contundentes resultados alcanzados en períodos reducidos por programas, como el de lucha contra el sida en Brasil, y el acceso universal a medicamentos esenciales en Argentina.
Una estrategia que logre trasmitir a la población que la maraña de las inequidades tiene uno de sus puntos de ruptura más accesibles y claves en pelear contra la inequidad en salud, puede ayudar a formar una extensa base social de apoyo a acciones de envergadura en este campo. La opinión pública latinoamericana está clamando a través de las encuestas, los mandatos electorales y muy diversas expresiones que la ética vuelva a presidir y orientar la economía, y que se mejore la equidad en la región más desigual de todas.
El tema de la salud pública debe ser tratado en el siglo XXI en el continente como un tema que debe figurar entre los rimeros lugares de una revisión ética de las prioridades, debe tener preponderancia efectiva en las asignaciones de recursos y no admite más postergaciones, porque hay una ética de la urgencia que está exigiendo cuentas todos los días por las innumerables muertes y sufrimientos evitables.
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