Democracia y unidad nacional

Por Ope Pasquet

El buen desempeño de la selección uruguaya en Sudáfrica nos deparó, a todos, momentos inolvidables de alegría y entusiasmo colectivos. La magia de la celeste nos emocionó, nos hizo vibrar y logró el milagro de mantenernos, mientras duró el campeonato, en un raro clima de armonía y comunión en el sentimiento dulce de la unidad nacional.
Algo parecido, aunque no igual, sucedió con la celebración de los 25 años del restablecimiento de la democracia. El lunes pasado estaban, en el Salón de los Pasos Perdidos del Palacio Legislativo, todos los presidentes uruguayos desde 1985 hasta hoy, rodeados y aplaudidos por un público tan plural como entusiasta. En esa ocasión también pudo sentirse y palparse casi, por encima de los partidos, el sentimiento de pertenencia a una comunidad nacional orgullosa de lo hecho en común.
Tras vivir estas  experiencias tan gratificantes, algunos ciudadanos las comparan con lo que es la vida política de todos los días y extraen, equivocadamente, conclusiones amargas y pesimistas.
“Sólo el fútbol nos une”, dicen algunos; “los partidos políticos nos dividen”.
“Ahora están todos juntos pero mañana ya se están peleando de nuevo”, era otro comentario que podía escucharse a propósito del acto en el Palacio Legislativo.
Algunas de estas frases y otras de contenido similar, son simplemente ingenuas; otras, en cambio, despiden un desagradable tufillo autoritario. Es que todavía hay quienes confunden –como suele decir Pedro Bordaberry- unidad con unanimidad. Son los que, acaso sin saberlo, coinciden con Fidel Castro en que “el pluralismo es la pluriporquería”; o pueden ser también, en el otro extremo del arco ideológico, los  nostálgicos de la dictadura y el patriotismo impuesto “a prepo”.
Los demócratas sabemos que no hay democracia sin libertad, ni libertad sin pluralismo. Donde  no hay partidos distintos, ideas en pugna, choques de intereses y debates en todos los tonos, no hay democracia.
¿Habrá que entender, entonces, que el régimen democrático perjudica la unidad nacional?
No, de ninguna manera. La democracia fomenta la unidad nacional, entendida no como unanimidad, sino como vigencia del Derecho y sentimiento de pertenencia a un orden jurídico que a todos ampara y obliga. Los uruguayos estamos unidos no porque pensemos igual, sino porque nos hemos  puesto de acuerdo acerca del modo de convivir, siendo diferentes. Pensamos y actuamos libremente, y a la hora de decidir el rumbo colectivo, votamos con todas las garantías. La mayoría gobierna, las minorías controlan, y a plazo fijo volvemos a encontrarnos al pie de las  urnas, para “barajar y dar de nuevo”. Ese es el pacto que constituye la unidad nacional; eso es –en esencia- la Constitución.
La unidad de la democracia no es pues unanimidad de pareceres u opiniones, sino el respeto espontáneo –no forzado- de  la ciudadanía, a las reglas del procedimiento político. Podemos discrepar con el gobierno de turno, pero lo reconocemos como tal en cuanto haya sido electo por el pueblo y gobierne de acuerdo con la ley.
Cuando el régimen democrático ha madurado en el seno de una sociedad, cuyos integrantes son concientes de lo que valen las instituciones que garantizan la convivencia en libertad, florece la tolerancia, que no acalla las  discrepancias pero suaviza sus asperezas. La tolerancia, como actitud que es, no puede imponerse por ley. Sin embargo, los líderes de una sociedad pueden cultivarla y difundirla, tratando con respeto a los demás y midiendo sus palabras y sus gestos.
En el Uruguay de estos días, democrático y futbolero, disfrutamos juntos de lo que nos es común sin ocultar nuestras discrepancias.
En esta libre armonía de lo diverso se apoya la unidad nacional bien entendida.

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