En la televisión, las parejas en la cama hacen una
o más de las siguientes cosas: hacen el amor, riñen o discuten por qué uno de
ellos tiene dolor de cabeza. En ocasiones, simplemente se dan la espalda sin
escucharse. Lo que nunca parecen hacer es leer libros. Consumimos ansiosamente
estos programas y luego nos quejamos de que, en el mundo real, la gente nunca
lee – ya que se comportan de acuerdo con los modelos presentados en la
televisión. Entonces, ¿qué más estamos aprendiendo inconscientemente de la
televisión?
¿Qué sucedería si un agente de policía llegara a su
puerta y le empezara a hacer preguntas? Si usted fuera un criminal endurecido
–un mafioso con un historial o un asesino serial sicótico, por ejemplo–
respondería con insultos y una risa desdeñosa, o se tiraría en el piso y
crearía una distracción fingiendo un ataque epiléptico. Pero suponiendo, más
bien, que es usted una persona común con un historial limpio, probablemente
invitaría al agente a entrar, se pararía cortésmente frente a él y respondería
a sus preguntas con calma, aunque con un toque de preocupación. Así es como las
conversaciones tienden a darse en el mundo real.
¿Pero qué pasa con los programas policíacos? (Los
cuales, no vaya a creer que soy un moralista aristocrático, sí veo;
particularmente ciertos programas franceses y alemanes que no incluyen
violencia excesiva ni explosiones exageradamente dramáticas). Cuando el policía
hace preguntas, el ciudadano siempre continúa con lo que está haciendo. Mira
por la ventana, termina de prepararse el desayuno, lava platos, se cepilla los
dientes y responde al teléfono, saltando de un lado a otro de una manera que
para nada parece natural. Después de un rato, finalmente le pide al policía que
se vaya porque tiene muchas cosas que hacer.
¿Por qué los directores insisten en proyectar esta
idea de que los agentes de policía deberían ser tratados como irritantes
vendedores de aspiradoras puerta a puerta? Es cierto que un sospechoso con
malos modales desencadena el deseo de venganza en el público: hace que los
televidentes ansíen el momento al final en que triunfe el humillado detective.
¿Pero qué tal si eso no es lo único con lo que se quedan? ¿Qué tal si algunos
televidentes menos inteligentes toman esto como parámetro de que deberían
tratar a los agentes de policía con desdén, creyendo que ésta es sencillamente
la forma en que se hace? …( Quizá las cadenas que comisionan y difunden series
televisivas no se preocupan por esas cosas; después de todo, si los dramas de
procedimientos policiales y tribunales nos han enseñado algo, es que no siempre
hay consecuencias para quienes están arriba).
Luego, por supuesto, está la cuestión del período
de atención. Los directores de televisión parecen haber decidido colectivamente
que si una escena de interrogatorio dura más de un minuto, tiene que haber algo
de movimiento; algo de interés visual: no pueden sacar solamente a dos actores
hablando cara a cara. Así que hacen que el sospechoso se mueva de un lado a
otro. ¿Pero, por qué un director no puede sostener – y conceder a los
televidentes el beneficio de la duda de que ellos, también, pueden permanecer
sentados durante su transcurso – una escena donde dos personas se miren a los
ojos por unos minutos, especialmente si están discutiendo asuntos de gran
interés dramático? Porque para hacerlo bien, el director tendría que tener,
cuando menos, la competencia de Orson Welles, y los actores tendrían que estar
al nivel de Emil Jannings en The Blue Angel o Jack Nicholson en The
Shining,personas que pueden manejar un acercamiento y expresar su estado mental
con una sola mirada o una sutil curva de la boca.
En Casablanca, Ingrid Bergman y Humphrey Bogart
podían hablar durante muchos minutos sin que el director Michael Curtiz (que no
era exactamente Sergei Eisenstein) se permitiera apenas una toma de
acercamiento medio. Pero en estos días, cuando un equipo de producción se ve
obligado a filmar un episodio (y en ocasiones más) cada semana, los productores
de televisión probablemente no pueden permitirse ni siquiera un director del
calibre de Curtiz. En cuanto a la calidad de los actores, si se las ingenian
para dar lo mejor de sí mismos mientras comen hot dogs entre golpazos sobre un
teclado de computadora de utilería –como sucede a menudo en los programas
policíacos alemanes-, entonces el programa lleva las de ganar.
Evitaré moralizar. Estos programas tienen valor
como diversión ligera o placeres culpables. Mi preocupación es simplemente que
quienes sólo ven la televisión y nunca se molestan en abrir un libro olvidarán
– o nunca descubrirán en primer lugar – que en algunas historias, y en el mundo
real en el que se basan, las personas realmente se sientan quietas y se miran una
a la otra a los ojos.
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