¿El mundo de los ciudadanos o el mundo de los
ejércitos?
La pregunta no es baladí. ¿El mundo de los ciudadanos o
el mundo de los ejércitos? Al fin y al cabo todos somos miembros de una
comunidad, que se conoce como ciudadanía, lo que conlleva una serie de deberes
y una serie de derechos que todos debemos respetar. Por otra parte, el ejército
es una institución que está encargada de la protección militar de un territorio
específico. Este se caracteriza por ser una de las instituciones más
tradicionales de la sociedad, con una fuerte jerarquización vertical que rara
vez se modifica, con un lenguaje explícito e implícito que sin duda marca el
comportamiento de sus miembros. Sin embargo, la ciudadanía es un término
reciente, globalizador (engloba a ciudadanos y ciudadanas), que imprime el
derecho de participar en una comunidad, a través de la acción democrática,
inclusiva y responsable, con el objetivo de mejorar el bien común, o sea, el
bienestar público. Ser ciudadano es tener desarrollado el sentido de
pertenencia e identidad a un hábitat, donde se desenvuelven los individuos con
responsabilidad democrática, con derechos y obligaciones sociales e
innatas. Por contra, ser ejército no
tiene otro sentido más que sumar armas militares, aéreas y terrestres,
verdaderamente adoctrinadas por el país de turno para la defensa o el ataque.
En consecuencia, y teniendo presente que las leyes suelen callar cuando las
armas hablan, prefiero el mundo de la ciudadanía, que no se calla, porque no
tiene otras armas que puedan hablar. O si quieren, el mundo de los ejércitos en
favor de toda la ciudadanía.
La realidad es la que es y sería absurdo omitirla. Hoy
parece como si los países midieran su poder por el volumen de su ejército. A
pesar de la crisis, por ejemplo, el presupuesto militar de Pekín sigue
creciendo, lo que ya está originando cierta desconfianza entre rivales
estratégicos como Estados Unidos y Japón. El que se sigan fortaleciendo las
fuerzas militares en el mundo, y no se reflexione cívicamente como ciudadanos
del mundo sobre la política armamentística mundial, es un grave riesgo para
toda la humanidad. Frenemos el negocio de las armas, porque más pronto que
tarde, serán utilizadas contra la ciudadanía. Se nos vende por parte de todos
los Estados que todos quieren la paz, y para asegurarla, no cierra ninguna
fábrica de armas, porque se producen más armas que nunca. La justicia y la
libertad se defiende con el raciocinio de la ciudadanía, no con las armas de
los ejércitos. Hay que apostar mucho más por la ciudadanía que establece
diálogo, que se sustenta en una sólida conciencia crítica, que busca la
solución de los conflictos y favorece el respeto a la dignidad de toda persona,
de toda vida humana. Por ello, el recurso de los ejércitos para dirimir las
controversias representa una vuelta atrás y una derrota a la ciudadanía que no
ha sabido injertar una convivencia en armonía.
Se trata, por consiguiente, de que prevalezca el mundo de los ciudadanos
que viven y conviven sin armas, porque ciertamente si dependemos de ellas no
tendremos jamás paz.
El día que nuestra arma mayor sea la plegaria
ciudadana, la opción militar no tendrá sentido que cohabite entre nosotros.
Necesitamos avances de retroceso en la carrera de los ejércitos armados como
jamás, para lograr que el esfuerzo ciudadano pueda calmar tensiones. Hay muchas
más posibilidades de crear un ambiente seguro por medios no militares, como
puede ser el avance de una ciudadanía comprometida con la creación de una
educación y sanidad universal, con el desarrollo de instituciones democráticas
y la creación de un Estado de derecho que proteja a los pueblos contra el
crimen y la corrupción. El ejercito de una ciudadanía integral, que no militar
como se concibe ahora en el mundo, debe ser valorada con criterios de igualdad,
en un planeta que es de todos y de nadie. En cualquier caso, pienso que el
mundo tiene que democratizarse mucho más, en lugar de militarizarse como viene
sucediendo en los últimos tiempos.
Así, la democracia es una manera de organizar los
poderes en la sociedad con el objetivo de ampliar la voz de la ciudadanía, que
ha de ser el verdadero actor del sistema democrático. No cabe, pues, la
exclusión del ciudadano. El mundo tienen que hacer que el ciudadano se entusiasme
por la organización de la vida para que tome una presencia más permanente en
los diversos escenarios de poder. Precisamente, lo que mantiene a una sociedad
unida son sus ciudadanos, no sus ejércitos, y en base a que el bienestar de sus
miembros sea profundamente igual. Sin duda, por consiguiente, la calidad
pacifista de las democracias no está tampoco directamente vinculada a la
absurda carrera armamentística, sino a su capacidad para crear ciudadanía
comprometida con su pueblo. Una sociedad en la que la mayoría de sus moradores
goza de derechos ciudadanos, donde el ejercicio de ellos es posible en todos
los sectores, conforma lo que llamamos una sociedad de bienestar, que para nada
necesita de los ejércitos militares para convivir.
Ahora bien, no sólo del voto viven las democracias,
sino de la ciudadanía, a la que debe alcanzar el mayor bienestar posible, lo
que comporta una justicia ejemplar y ejemplarizadora entre su colectivo
ciudadano. No desconozcamos que el ejército es un portador de armas, mientras
el ciudadano es un activista de sueños, un actor de derechos que juegan en
campos distintos; al primero, la vocación del arma es el blanco, mientras el
segundo, la vocación del actor ha de ser la solidaridad. Una ciudadanía
solidarizada, en suma, es una ciudadanía auténtica, promotora de la paz y
motora de convivencias.
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