Alberto MEDINA MÉNDEZ
Escritor y periodista argentino
Los errores del oficialismo se hacen evidentes y
realmente no parece necesario hacer demasiados esfuerzos intelectuales para
identificarlos, tanto en sus formas, como en su profundidad.
Lo cierto es que tanta queja, tanto reclamo, no
siempre tiene el correlato que merece, ni la autoridad moral ( y política )
suficiente, como para decir con solvencia lo que se piensa hacer, si la
ciudadanía los colocara a los opositores en el lugar del que gobierna.
Por eso, es que muchos oficialismos se perpetúan en
el tiempo, se consolidan en el poder, solo porque se han dedicado con
vehemencia a ello, pero también porque los adversarios no son capaces de
construir una alternativa seria, creíble, confiable.
Lograr esa posibilidad implica alguna cuota
significativa de esmero, de habilidad, de talento y sobre todo de capacidad
para entender integralmente la dinámica de la política y lograr el resultado
esperado para cambiar el estado de situación en un sentido diferente al actual.
Pero muchos creen que eso solo consiste en señalar
sistemáticamente los yerros del gobernante, las equivocaciones del poderoso,
las contradicciones propias de cualquier gestión.
Y habrá que decir que eso es importante, es parte
relevante por cierto, pero de ningún modo la llave que conduce al cambio de
rumbo que se supone pretende plantear quien se enfrenta al modelo actual.
Pocos hacen los deberes en esto. Muchos, demasiados
tal vez, se ocupan de recorrer el espinel crítico y creen que eso es
suficiente. El tema es claramente más complejo y la abulia política de algunos
los hace creer que con poco alcanza, que la tarea política del gobernante es
tan evidentemente mala, que la gente se dará cuenta y mutará con solo
percibirlo.
Ninguna sociedad se arriesga a dar saltos al vacío.
Por irracional que parezca, no huir hacia cualquier lado cuando la cosa se
complica, cambiar de destino, debe ser algo que entusiasme, que convoque, que
genere esa mística que antecede a cualquier triunfo.
Pero para eso, a la crítica, al señalamiento del
error, se le debe sumar mucho trabajo, un discurso inteligente, apoyos desde
diversos sectores de la sociedad civil, financiamiento adecuado, equipos de
trabajo a la altura de las circunstancias, propuestas superadoras y candidatos
que tengan la llegada potencial para hacer su parte y seducir a los votantes
con convicción.
Muchos prefieren, por comodidad, no hacer la labor
correcta, otros porque se sobreestiman a sí mismos y creen que esto es un juego
de niños, o porque subestiman al rival de turno, y otros, los mas, porque
esperan que algún hecho fortuito, contextual, modifique las cosas y se ocupe de
generar las condiciones imprescindibles para la derrota política del partido
oficial.
Endeble como estrategia para que sea suficiente
para vencer a quienes disponen de los medios económicos estatales, esos que
usan como propios, confundiendo convenientemente Gobierno, Estado y Partido,
para provecho de la cruzada oficial.
Quien es opositor corre con muchas desventajas,
pero sumar algunas ingenuidades, a esa lógica distancia de recursos es cuanto
menos infantil, y demuestra que quien pretende el poder no está a la altura de
sus pretensiones políticas.
Estamos como estamos, porque los que gobiernan
cometen errores, equivocan el diagnóstico y no tienen soluciones concretas para
los problemas estructurales que acumulan décadas.
Pero no menos cierto es que los opositores, los que
están en la vereda de enfrente, abusan del discurso que juzga, que reprocha
compulsivamente, y que tampoco tiene las ideas esperadas para contrarrestar la
inoperancia.
Si las tuviera, si realmente supiera cómo salir del
embrollo presente, de los asuntos que preocupan a la sociedad toda, lo habría
explicitado con claridad y convencería a casi cualquiera sin tanta resistencia.
Los opositores tienen una importante responsabilidad
respecto de la fotografía actual. No solo no han sabido superar electoralmente
al gobernante que pretende eternizarse, sino que no han sabido construir una
opción seria para contrarrestar el impulso inercial de quien conduce.
A no confundirse. No todas las culpas están del
lado de quienes parecen mover los hilos del poder. La inacción que se ubica del
otro lado del mostrador, es absolutamente funcional al status quo que no
permite avanzar en los asuntos que importan.
Por eso, cuando de analizar la realidad se trata,
hay que resistir la tentación de quedarse en la anécdota, mirando solo una
arista del presente. Cada protagonista de esta historia tiene su cuota de
responsabilidad, y no marcarla como corresponde, es no comprender lo que
sucede.
Si queremos convertir la realidad, debemos estar
dispuestos a hacer lo que nos toca como ciudadanos, enfocándonos en tener
siempre disponibles las opciones políticas que garanticen que el poder siga en
manos de la sociedad, sin que esta termine siendo rehén crónico de la
partidocracia.
Exijamos al oficialismo la parte que le toca, la de
gobernar adecuadamente, pero nuestro reaseguro democrático, es garantizarnos
que los opositores trabajen mucho y seriamente, para la construcción de una
alternativa.
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