Mario PIRIZ
“Erigir los baluartes de la dignidad humana en la vida
de cada día no es una utopía. El humanismo es una promesa que debemos cumplir”.
Irina Bokova, directora Unesco
Cada día llega con la sorpresa de una nueva cuota de
deshumanización derramándose sobre nuestra discreta sociedad uruguaya. El mayor
atentado a la vida, la muerte provocada y deliberada, impunemente persiste
carcomiendo los cimientos de nuestra existencia comunitaria. Desde la
confirmación del ajusticiamiento por motivos ideológicos hasta la muerte de una
joven por un padre atemorizado, lo cierto es que la muerte y el desprecio por
la vida, como una sombra maldita se ha instalado en todos los ámbitos de la
vida comunitaria.
Junto con la legítima preocupación crecen las tesis
interpretativas y se ensayan las más dispares soluciones. Más allá de la
inmediatez de algunas propuestas, hay consenso en atribuir tanto dolor a un
colapso en el sistema de educación de los seres humanos. Y Educación entendida
como sistema de construcción, de formación del ser humana; que arranca en el
vientre de las madres y se extiende, como proceso vital, durante toda la
existencia hasta la tumba.
Reducir la educación
pública a los ámbitos de escuelas, liceos y universidad es legitimar la
hipocresía y la irresponsabilidad individual y colectiva que todo ser humano
tiene, con el presente y el porvenir de la especie humana. Y hasta altura de la
civilización confundir educación pública con instrucción pública, no es por
ignorancia, sino por deliberada mala fe de una concepción globalizada
instaladas en el Estado que transforma la vida en mercancía y sustituye el
humanismo por el marketing.
En estos momentos se ha iniciado un proceso oficial de
debate educativo que como los anteriores, amenaza con pasar una mano más de
barniz, cambiando la imagen y eliminando fracturas, pero preservando el cerno.
Y aún sabiendo que es imprescindible un nuevo humanismo y una reformulación de
un proyecto de vida compatible con los valores propios del ser humano. Aunque
parezca heroico y mesiánico, ese saber evocado, viene de la propia experiencia
colectiva.
En estos días conmemoramos el 60º aniversario de un
hecho singular realizado luego de la mayor catástrofe humanitaria ocurrida en
el planeta en toda su historia. El mundo acababa de salir de una terrible
guerra mundial que había hecho perder todo crédito en el progreso tecnológico y
el propio ser humano. Entre el 13 y el 20 de diciembre de 1951, en Nueva Delhi,
la capital de la India, se celebró el “Encuentro de pensadores y filósofos
sobre las relaciones culturales y filosóficas entre Oriente y Occidente”.
En un documento final denominado “Hacia un nuevo
humanismo”, los participantes de aquel encuentro sostuvieron que al hombre “los
desvíos de la inteligencia le habían hecho perder su conciencia” ocasionando lo
que definieron como una “crisis del humanismo” preconizando una “revolución
espiritual”. En marzo de este año 2011, la UNESCO convocó a una reunión de Alto
Nivel sobre la Paz y el Diálogo entre las Culturas sosteniendo en sus
conclusiones que “la empresa de iniciar una nueva reflexión sobre la paz y la
reconciliación debía ir al unísono con la búsqueda de un nuevo humanismo para
el siglo XXI”. Afirmando asimismo que el
objetivo del nuevo humanismo debe ser “la creación de un clima impregnado de la
sensibilidad hacia el Otro, de un sentimiento de pertenencia y de una
comprensión mutua”.
Según Cristovam Buarque, - senador y profesor de la
Universidad de Brasilia, Ministro de Educación en 2003 - participante de la reunión “El desafío para
el nuevo humanismo será proporcionar a cada niño una educación de calidad, sin
atender a criterios de raza, riqueza o lugar de residencia. El
“derrame“prometido por el capitalismo no vendrá ya del mercado, sino de un
movimiento ascendente inducido por la educación”.
Sortear el profundo dolor social habrá que removerlo
desde la raíz, transformando la educación de la mano de un nuevo humanismo, que
ponga la vida y el ser humano es su sitio.
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