José Luis Ituño
El General Pedro Aguerre
desempolvó la gorra del “mea culpa” e instó a terminar el pacto de silencio
entre sus tropas. “Si es que existe” dijo el principal del Ejército Nacional, a
sus subordinados en conferencia, en una suerte de “acto de reconciliación” y
tratando de desmarcarse de los militares que cometieron atrocidades.
Cabe decir, que
actualmente, casi todos quienes revisten en las fuerzas armadas, tuvieron
escasa participación en la dictadura, en la medida de que la inmensa mayoría de
lo activos de hoy, estaban recién egresados de las escuelas o aún en ellas, o
sea no fueron precisamente quienes con su firma decidían quien vivía y quien
moría.
Los dichos de Aguerre,
fueron a consecuencia del hallazgo de los restos del Maestro Julio Castro
asesinado en 1977 y enterrado en el tristemente célebre Batallón 14 a casi dos
metros de profundidad.
Los restos de Castro
evidenciaron signos de tortura y de ejecución, un método hasta el momento
desconocido entre los militares de la dictadura, aunque el “pajarito” Silvera,
preso en Domingo Arena, negó que ese fuera el sistema de ejecución de los
militares golpistas.
MENSAJE DEL GENERAL
Aguerre no se anduvo con
chiquitas y en la mesa sentó a todos los generales en actividad y a los dos
coroneles que ascienden el 1ro. de febrero, como forma de comprometer a todo el
mando castrense con sus palabras.
Lo de Julio Castro un
indefenso maestro sexagenario, enfermo, secuestrado, torturado y ejecutado, ha
causado indignación hoy, 34 años después, porque no se trataba de ningún
guerrillero o asesino (tampoco se hubiera justificado tal atrocidad), se
trataba de un simple periodista, con ideas de izquierda y eso fue lo que le valió
la muerte. Ideas que se compartan o no, son eso: simplemente ideas.
Castro jamás empuñó un
arma contra un uniformado, ni colocó una bomba, ni robó, ni secuestró, como si
hicieron los tupamaros.
¿QUIÉN DECIDÍA LAS
MUERTES?
Retrotrayéndome 34 años
atrás, y conociendo la verticalidad del mando militar, me hago algunas
preguntas por ejemplo ¿Qué oficial dio la orden de encarcelar a Julio Castro y
evidentemente ejecutarlo? o ¿qué criterios utilizó para determinar si vivía o
moría?.
¿El oficial llegaba a su
despacho, preparaba su mate, leía los titulares del día, firmaba alguna orden
de servicio y luego en una suerte de ruleta rusa, elegía con su dedo a quien
secuestrar y ejecutar, como si se tratara de la faena de una vaca en el medio
del campo?
¿Ese oficial a la hora de
decidir el destino de una persona como si fuera esa vaca, se imaginaría que esa
persona tenía hijos, nietos, esposa, hermanos, sobrinos, etc. o evaluaría el
grado de peligrosidad de la persona?
LA VACA QUE RENGEA
Hace algunos años, asistí
a una faena en el campo.
El carnicero del pueblo
llegó con su Toyota 4 x4 al potrero de la estancia.
Las vacas ya estaban
apartadas todas en grupo custodiadas por 5 jinetes. Ellas sabían que ese hombre
de blanco era quien decidiría el destino de una de ellas.
Los jinetes aguardaban la
orden hasta que unos minutos después, el carnicero gritó “la que renguea”
(hablaba de una gran vaquillona Hereford con un importante renguera en su pata
delantera derecha).
Luego de varios minutos
en que la vaca corrió por todo el potrero tratando de salvar su vida, los
jinetes se lanzaron sobre ella tirándole el lazo varias veces, hasta que uno
logró hacerla caer y entre todos la maniataron hasta que se acercó el carnicero
y con un certero golpe de marrón en su cabeza la dejo tirando espuma por la
boca. Aún con el corazón latiendo le asestó una puñalada que terminó por
liquidar al animal en unos minutos.
Después fue todo rápido,
dos puntales rollizos a los costados de las costillas para dejarla patas para
arriba, un cuchillo bien afilado, un serrucho y en menos de una hora estaba el
animal en pedazos en la caja de la 4 x 4 lista para el gancho de la carnicería
del pueblo.
Todos supimos (las vacas
también) que quien decidió la muerte de la vaca renga, fue el carnicero, quien
a la postre, se convirtió también en su verdugo.
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