David ALANDETE
¿Qué fue del petróleo de Afganistán?
¿O era oro? Porque, si no era un material valioso, ¿qué podía llevar a EE UU a
una guerra tan larga y con tantas bajas? Perdonen que recurra a teorías de la
conspiración. Pero es que el otro día, hablando aquí en Washington con un
empresario norteamericano, de afiliación republicana, me dijo: “Usted que es
periodista, ¿sabe si ya estamos explotando aquel material tan valioso por el
que estábamos en Afganistán?”. No sabía de qué me estaba hablando, por
supuesto. Más tarde me acordé del famoso informe del litio.
No se preocupen. Puede que ustedes
no hayan oído hablar jamás del informe del litio. Pero aquí en Washington,
donde se respira política, es un informe bastante conocido. En junio de 2010,
el Pentágono quiso regalarse con una pequeña dosis de optimismo filtrándole a
la prensa de EE UU un memorando en el que aseguraba que había en Afganistán
materiales minerales por valor de un billón de dólares. Se trataba de acero,
cobre, cobalto, oro y, sobre todo, litio, mucho litio (un material muy usado
para baterías de ordenadores y móviles).
Permítanme insistir: el informe era
del Pentágono, y su filtración no era una casualidad. Creaba la ilusión de que
un día el ejército norteamericano se podría ir de Afganistán tranquilamente y
aquel país podría ser hasta una nación estable y hasta rica.
Lo novedoso en esta anécdota es que,
normalmente, son los detractores de EE UU -o Michael Moore- quienes que ven
oscuros intereses en todas las misiones bélicas del Pentágono. No hace falta
repetir la teoría de que en Irak nunca hubo uranio enriquecido (algo que es
cierto) y de que George Bush derrocó a Saddam Hussein para obtener crudo barato
(algo que no parece plausible, dado que Irak es aun el séptimo país en
importaciones de petróleo de EE UU, con 403.000 barriles al día, muy por debajo
de Canadá, Arabia Saudí o Venezuela).
Pero lo cierto es que, con 1.846
soldados fallecidos y un coste de 444.000 millones de dólares, hay
norteamericanos que esperan algo a cambio de la guerra, aunque muy pocos lo
admitan abiertamente. Sus esperanzas pueden verse ahora truncadas.
La primera gran licencia para
explotar esos materiales, en un abundante yacimiento en Hajigak, cerca de
Kabul, se la ha llevado, esta semana, el gobierno indio. Un consorcio de siete
empresas, aglutinadas por Nueva Deli, invertirá 14.000 millones de dólares en
explotar la mina de hierro, algo que comenzará a hacer dentro de los próximos
cinco años. La mina de Hajigak es la joya de la corona de los recursos afganos
y es sintomático que el presidente Hamid Karzai se la haya concedido a India,
enemigo eterno de Pakistán en la región. Hace cuatro años, Kabul ya le concedió
la explotación a otra mina, en Mes Aynak, a China, el máximo antagonista de EE
UU en la escena mundial.
En 2001, nada más comenzar la
guerra, todo tipo de medios, incluidos los más serios, se preguntaron si la
invasión de Afganistán obedecía a la voluntad de construir oleoductos o
gaseoductos que comunicaran Azerbayán con el océano Índico. Muchos analistas
(los más razonables) llegaron a la conclusión de que esa teoría rayaba en el
absurdo. Primero, porque Afganistán no tiene salida al mar, y las supuestas
tuberías dependían, también, de Pakistán, un país que no fue aliado nominal de
EE UU hasta 2001. Segundo, porque precisamente ese era el mismo argumento con
el que los teóricos de la conspiración criticaban a Washington antes de los
ataques del 11-S: por no actuar ante el régimen tiránico de los talibanes por
ver si arañaba permisos para construir tuberías.
¿Recuerdan 1997? Aquel año una
delegación de talibanes visitó Washington con mucha pompa. ¿Saben quién les
trajo? Unocal, una empresa energética. ¿Y qué quería Unocal de los talibanes?
Su permiso para construir un gaseoducto para transportar gas natural de
Turkmenistán a Pakistán. Los representantes del emirato afgano llegaron a
visitar el Departamento de Estado. Ya había hablado sobre el asunto, un año
antes, Robin Raphel, la Subsecretaria de Estado para el Sur de Asia:
"Tenemos una empresa americana
que está interesada en la construcción de un gaseoducto desde Turkmenistán a
Pakistán. Este proyecto de gaseoducto será muy bueno para Pakistán y
Afganistán, ya que no sólo ofrecerá oportunidades de trabajo, sino también
energía a Afganistán".
Aquellos oleoductos y gaseoductos
nunca se materializaron. Lo cierto es que poco hay que ganar en Afganistán. Su
producto interior bruto es de 8.000 millones de euros (el de EE UU es de 10’8
billones). Sólo el 20% de las carreteras están asfaltadas. No hay más que 200
metros de vías de tren. La industria nacional es casi inexistente, después de
tantas décadas de guerra. La esperanza de vida es de 44 años. Y el Banco
Mundial acaba de anunciar que le viene una recesión encima. ¿Qué se puede extraer
de un país en ese estado?
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