Parte I
Nuestro análisis se centró de
manera principal en la búsqueda de los elementos identitarios de la ideología
del Partido Colorado de hoy, con un sistemático esfuerzo en su proyección hacia
un horizonte de por lo menos dos décadas, tal como el “Programa de Principios”
definido en 1984 en su Propuesta “Por un Uruguay para todos”, guió la acción
del Partido en el complejo período de restablecimiento de la democracia y la
paz, luego de la derrota impuesta por el pueblo uruguayo a la dictadura.
Período en el que la tarea a llevar adelante no sólo consistía en
redemocratizar la vida del país y la sociedad en todos sus aspectos, hacerlo en
paz y aventando todo tipo de posibilidad de volver a situaciones de violencia y
de rupturas institucionales, sino además rediseñar la inserción del Uruguay a
un mundo nuevo globalizado, caracterizado por profundísimas transformaciones
políticas, económicas, culturales y tecnológicas, al tiempo de promover y
concretar en nuestro país un conjunto de reformas estructurales que posibilitaran
esa inserción.
Y en esa tarea, al igual que en
la de la recuperación de la democracia, la centralidad del Partido Colorado fue
fundamental y decisiva. Porque la fuerza del Partido no se basa solamente en
sus sucesivos programas de gobierno que cada momento el país reclama, sino que
se mantiene vivo a lo largo de 170 años porque su accionar se sustenta en
principios y en el ensamblaje de varias corrientes de pensamiento y de
tradiciones, que le han marcado como un Partido alejado de los dogmatismos, un
partido de diálogo abierto, de búsqueda permanente, propenso siempre a los
cambios, de construcción inacabada e inacabable, de una República liberal y
democrática.
A través del rico y participativo
debate que hemos realizado hasta ahora, parecería que la más adecuada
definición ideológica del Partido sigue siendo la de BATLLISMO, como la más
genuina expresión de un proceso específicamente uruguayo que fue capaz de idear
la utopía de “Un país modelo” y concretarlo en la vida misma de la sociedad
uruguaya a lo largo de las 3 primeras décadas del siglo XX, constituyendo punto
de referencia en aquel momento y de estudio a lo largo de todo el siglo por
dirigentes políticos y analistas de los más avanzados en el mundo. Batllismo
que no monopoliza el espectro partidario, sino que advierte y genera el espacio
para quienes no se sienten representados por él. Para decirlo con palabras de
Don José Batlle y Ordóñez, “Se puede ser colorado sin ser batllista, pero no se
puede ser batllista sin ser colorado”.
Tan genuinamente uruguayo es el
Batllismo y tan profundas y globales fueron su concepción y su obra en el país,
que hoy vivimos la paradoja de ver a buena parte de sus enemigos históricos
pretender arrogárselo, desde una izquierda de raíz marxista a la que el propio
Batlle combatió ideológica y políticamente. Lo que sí es indiscutible que el
Batllismo, abanderado de la democracia, de la libertad, de los derechos
humanos, de la justicia social, de los principios republicanos, hundió sus
raíces en lo más profundo del ser nacional. Y estamos muy orgullosos por ello.
José Batlle y Ordóñez, referente
principal de una pléyade de estupendos estudiosos y combatientes por las ideas
más avanzadas de su época, entre muchas virtudes que lo singularizan, nos dejó
como una de sus principales enseñanzas que la síntesis más fecunda para una
sociedad resulta de afirmarse bien en las tradiciones propias, mirar sin dogmas
ni anteojeras el mundo, bosquejar en la mente qué tipo de sociedad se anhela y
definir el campo de las ideas y la lucha política cotidiana como el ámbito y el
método para ganar la conciencia de las grandes mayorías y operar así las
grandes transformaciones.
Y de eso se trata hoy, una vez
más. Como se trató a la salida de la dictadura, cuando el Partido Colorado, al
tiempo de luchar contra ella, comprendió a cabalidad los fenomenales cambios
que se estaban produciendo sin vuelta atrás en el mundo, bosquejó las
transformaciones que era insoslayable llevar a cabo en el país y emprendió la
tarea de concretarlas. Así, desde la infraestructura a la reforma de la
seguridad social, desde la diversificación productiva a la apertura al mundo,
con la ley de forestación y el reconocimiento y establecimiento de relaciones
con la República Popular China en 1987, primer país en América en hacerlo, como
ejemplos paradigmáticos de la vigencia del Batllismo.
Una vez más también vale reiterar
que el Partido Colorado ha sido desde sus nacientes, abanderado del liberalismo
igualitario, de la democracia tanto política, como cívica y social, del humanismo
enemigo de la pena de muerte y protector de los más débiles y desvalidos, de
los derechos de los trabajadores y de las mujeres, de la educación para todos y
a todos los niveles, de la laicidad, de la libertad religiosa, de la privacidad de las personas y
de las familias. Pero también el Partido Colorado ha sido el gran abanderado del
republicanismo, que cobra con Batlle y el Batllismo un enorme impulso. Un
republicanismo que si en los tiempos de la “República batllista” debía combatir
a marxistas por un lado y a liberales conservadores por otro, hoy debe recoger
el guante que le arroja al país el populismo, en un contexto de una nueva ola
populista en Latinoamérica.
Por supuesto que el populismo en
el Uruguay de hoy no es asimilable al que galopa, infelizmente, en otros países
del Continente; sin perjuicio de ciertos rasgos comunes a ellos, este que
vivimos hoy en nuestro país no puede escapar a las características de nuestra
sociedad, al punto de que a muchos conciudadanos le resulta a veces difícil
percibirlo.
La tendencia a concentrar poder
día tras día en torno a la figura del Presidente de la República; el
persistente hostigamiento a los medios de comunicación que, a su juicio, no le
son fieles; las intermitentes pretensiones de someter a la Justicia, como, por
ejemplo, la expresión pública de altos dirigentes y legisladores del entorno
del actual Presidente amenazando con no votarle recursos al Poder Judicial e
iniciar juicio político a los Ministros de la Suprema Corte de Justicia si
éstos se inclinaban por declarar inconstitucional la ley que introducía el
IRPF; el desconocimiento de las instituciones estatales existentes, buscando
sustituirlas por la militancia partidaria propia, como en el caso del “Plan
Juntos” de vivienda; la brumosa relación cultivada antes y ahora desde el
Estado y el Gobierno con las “empresas compañeras”; el traslado a las
estructuras de Estado y de Gobierno la sociedad existente entre “la fuerza
política” y las organizaciones sindicales, propio, inherente, a la concepción
leninista del “partido como vanguardia” y los sindicatos como “polea de
trasmisión” de éste a la sociedad y viceversa, son algunas de las expresiones
más frecuentes y nítidas del populismo “a la uruguaya” con eje central hoy en
el Poder Ejecutivo.
He aquí, entonces, uno de los
desafíos mayores que el Batllismo enfrenta hoy y con la vista puesta en el
futuro del país: cómo pasar a una nueva etapa de desarrollo del republicanismo,
es decir de la distribución del poder en nuestro país, en lucha contra el populismo
y el conservadurismo opuesto a los cambios necesarios, y todo ello a través de
democracia y más democracia.
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