Por un mundo donde

"Uno fuera para todos y todos fueran para uno"

Mario Piriz,

Esa tan poco original expresión de deseos del título fue una espontánea manifestación del pasado fin de semana de Pascuas cuando, en compañía de un maravilloso sol otoñal, la “aldea” que se estremecía de alegría, paz, solidaridad y vida, recibía en carne propia, los misiles de la muerte sembrando sangre y dolor en el otro extremo del planeta.

No podemos cerrar los ojos al dolor ajeno, ni atribuirlo a razones ajenas a nuestra cotidianidad. Ese dolor del universo pasa todos los días por nuestra puerta. Habitualmente revestido de sencillez no le prestamos atención, transformándonos de hecho en cómplices y sembradores del mismo a escala planetaria. El egoísmo no tiene límites y solo cada tanto nos afligimos, cuando se producen estallidos de muerte y dolor como los que están ocurriendo en los escenarios de Oriente.

Sin dudas que hermoso sería vivir en un mundo regido por las normas de los mosqueteros donde la razón justiciera diera libre flujo a la fraternidad y lo mejor de los seres humanos. Mundo donde lo humano, como valor, se considerara por encima del dinero, posición social u otros “tesoros” que se pudieran adquirir para "engordar" bolsillos. Sí, que bueno sería vivir en ese espacio utópico donde, como en los tres mosqueteros, "Uno fuera para todos y todos fueran para uno".

Lamentamos que gran parte del mundo contemporáneo haya dejado atrás esos libros de capa y espada, sus valores y enseñanzas, para hundirnos en los mares de los superhéroes cibernéticos, del consumismo y el individualismo superlativo. Los escenarios cotidianos impulsados por la velocidad en todas las cosas no dejan ni un solo segundo para pensar en los demás, porque el tiempo, tradicional coordenada de la vida, hoy “vale oro” según la consigna de la hora.

Es una lástima que niños y jóvenes padezcan de esta enfermedad que transformada en epidemia amenaza cubrir con su manto alienante las mentes de todos. Y es ahí en las pequeñas cosas cotidianas donde silenciosamente se instala. Ya no es usual ceder el asiento, decir “por favor” o dar las gracias por cada acción que nos beneficie. No son visibles, a menudo, la caballerosidad, el respeto mutuo y mucho menos el "usted primero", u ofrecer disculpas ante alguna disputa equívoca.

Esta acción invisible desempeña un rol muy importante en nuestra carrera por la vida, pues ser útil significa además, sentirse a gusto con lo que trabajamos y hacemos, es la filosofía misma del amor propio para con nuestros semejantes.

Ser útil para ese "otro", significa que te necesiten, que seas importante, que desaparezca toda barrera ante cada palabra o acción concreta expresada sin temor ni titubeos. Nuestra utilidad debe radicar en la necesidad, la satisfacción o conformidad ajena, tanto laboral como cotidiana.

Y aunque algunos piensen en galardones, la recompensa debe encontrarse mucho más allá de lo mundano, pues cada acto de buena fe eleva el espíritu, engrandece el alma y ennoblece. Ser útil es tener varias buenas cualidades. No somos súper héroes, no tenemos poderes especiales y, mucho menos, podemos hacer todo cuanto quisiéramos. Sin embargo, sí podemos ser capaces de modificar para bien el entorno que habitamos. La virtud radica en cuánto podemos hacer, y en el número de vidas o corazones que hayamos impactado con nuestra acción.

Pensemos por un momento ¿qué pasaría si todos los días expresáramos una frase amable o realizáramos una buena acción hacia las personas con las cuales convivimos, trabajamos o que transitan a nuestro lado?

Tal vez una anciana esté necesitando que alguien la lleve al supermercado, un niño requiera que alguien le dedique una hora de su tiempo para jugar o enseñarle algo nuevo. Puede que una mujer o un hombre precisen de una frase alentadora que les recuerde que valen la pena, y que aunque todo parezca desmoronarse, siempre habrá una nueva mañana.

Pienso que en esta sociedad cotidiana, convulsa y cambiante a su vez, quizás ya sea tiempo de caminar esa distancia extra, y acomodar en nuestras agendas un espacio en el que nos olvidemos de nosotros mismos.

El camino de un ser humano por la sociedad es siempre efímero, si no se dejan huellas en él. Inmortalicemos entonces esas huellas. Hagamos hoy todo el bien posible a los demás, para que otros lo multipliquen en el día de mañana.

M.P.

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