César García Acosta
Entre bombos y platillos se anunció la edición de un nuevo libro del periodista Diego Fischer, hombre alineado filosóficamente al Partido Nacional que a modo de “operador político” intenta desempolvar historias de casi un siglo, dándole al texto y al contexto un sentido interesado que inexcusablemente debe ser rebatido por todos los medios posibles.
Fischer es presentado como el periodista que “patea el tablero de la historia y cuestiona la versión sobre el duelo entre el ex presidente colorado José Batlle y Ordoñez y el diputado blanco Washington Beltrán Barbat”.
Tomando como base de su investigación “… expedientes judiciales, que … permiten sostener que Batlle estuvo cuatro días preso luego del reto y que en los juzgados negó conocer al legislador. En definitiva, se plantea la hipótesis del asesinato y sus motivos ocultos.”
Preguntado Fischer acerca de dar estar dando un giro a los hechos de la historia, como si “todos los historiadores se equivocaron, respondió: “… el Partido Colorado estuvo en el poder durante 93 años. Creo que la versión de esta historia en particular fue digitada; no hubo investigación. No quiero atribuir ninguna intencionalidad a los historiadores porque seguramente no la tuvieron, simplemente son cosas que pasaron inadvertidas o desapercibidas. Hubo una historia oficial: todos sabemos que las medias verdades a fuerza de repetición, terminan siendo verdad para mucha gente. No fue este el caso. Con la muerte de Washington Beltrán se destruyó un proyecto de vida de una familia que recién nacía pero también, y esto es mi interpretación, si se lee entrelíneas la carta abierta que realiza Luis Alberto de Herrera -entonces el gran caudillo del Partido Nacional y presidente del directorio- cuando reta a duelo tiempo después a Batlle, hay una clara denuncia sobre la muerte de Beltrán, sin citarlo. Los documentos son lo que uno lee y la interpretación que se les da.”
Y vuelve la entrevistadora a insistir en su planteamiento inicial: “entonces, quizás sea su interpretación de los hechos”, a lo que el autor afirma: “por esa misma razón transcribí todos los documentos en el libro, intercalados. Quizás haya gente que esté de acuerdo, otra que no, y otra que encuentre aún más cosas que yo no he visto. Pero el libro está absolutamente documentado con informes oficiales. No se trata de servilletas escritas a mano. “
Hasta aquí lo que importa de la autocalificada como una obra literaria “de investigación periodística”, fundada en hechos a los que se les intenta vestir con cierto grado de verosimilitud que, al decir del autor, es del orden del 95% en hechos y apenas 5% en permisos literarios para favorecer, fantasía mediante, su obra.
Cuando observo -actitudes políticas- como las de Fischer (porque de eso se trata reinterpretar la historia tantas veces escritas por expertos de una y otra tendencia política), más me afilio a la posición de los descreídos en los posibles acuerdos pre electorales con el Partido Nacional, para juntar a quienes supuestamente pensaban y sentían igual, contra los que pensaban y sentían distinto. Aclarando términos, estoy citando concretamente y sin ambages a los alegatos de Carlos Maggi, quien ha insistido hasta con la impertinencia política de quien opina desde afuera del sistema partidario institucional (votando libremente pero no jugándosela por una colectividad), a que sumados los votos de blancos y colorados era posible despojar al Frente Amplio del Gobierno. Estas actitudes sumadas a las Fischer ahora, en un caso de un blanco confeso y en el otro de alguien con antecedentes batllistas muchas veces reivinidcados, su opinión llama la atención cuando las dos se funden en una clara filosofía antiballista, que ahora Fischer pretende remontar contra viento y marea.
Pero más me preocupa, y en esto me reafirmo plenamente, es en los conceptos manejados por el autor de que hay dos visiones de democracia, que la historia oficial ha sido un manifiesto en el batllismo, y que el “duelo” entre Batlle y Beltrán, más que un debate por el honor, fue un simple asesinato. Y ni qué hablar del silencio oprobioso del autor sobre la desigualdad provocada en el duelo como instituto político para los legisladores amparados en sus fueros parlamentarios, y el crimen para todos los demás, para el almacenero, el docente, el policía o para el ex Presidente.
Nada de esto surge aisladamente. Difícil resulta desempolvar historias para transformarlas en –hechos- como si se tratara de pura casualidad. Nada es casual, quizá no se trate de algo políticamente orgánico, aunque sí esencialmente político.
El Partido Colorado ha sido durante un siglo atacado y mansillado por hechos descontextualizados, sin duda no imputables a esta colectividad política como tal, por el solo hecho de haber intervenido, en esos hechos, personas allegadas a él. Una dictadura como la de Terra generó la muerte de Baltasar Brum inmolado como mensaje al Gobierno para detenerlo en su afán totalitario. ¿Quién acepta su propia muerte para transformarse en un mensaje eterno como lo hizo Brum?
Pero una diatriba estaba faltando: el batllismo como filosofía logró traspasar sus fronteras políticas hasta ser reivindicado por sectores de otros partidos, como sucedió en el Frente Amplio. Quien no ha oído hablar de que “hay más batllismo en el Frente Amplio que en el Partido Colorado”; hay quienes creyeron que esto era así y hasta formaron columnas coloradas hasta detrás de la candidatura de Mujica.
El batllismo sigue dando qué hablar y aquello del “regreso a casa” y “retomemos las banderas”, son algo más que simples eslóganes.
Y tan sólo por eso había que atacarlo.
Los comicios departamentales y municipales le dieron al Partido Nacional un empuje significativo para levantarse el ánimo después de la derrota electoral en la que Mujica salió Presidente. Esto no lo digo con ingenuidad, sino observando el texto y el contexto al que aludíamos líneas arriba, formado por las declaraciones blancas de que hay que reposicionar al Partido rumbo a la competencia electoral (Heber da Rosa), o que hay que seguir rumbo a la conquista del Gobierno de Montevideo, como si tan solo con sus votos los blancos pudiesen lograr el poder gubernamental del Palacio de Ladrillo.
Esto de Fischer se transforma en una intentona por desvirtuar la verdad histórica, interpretando que por haber estado cuatro días o cinco minutos declarando en un Juzgado e incluso procesado aunque nunca condenado, Batlle había protagonizado un crimen y no un duelo. El duelo, con ley o sin ella, era más que una ley escrita para esa época, era el modo como la sociedad laudaba los litigios de honor. En realidad no puede haber otra interpretación de ese hecho puntual que “el duelo” a favor de las ideas e implícito en ella el honor.
Interpretar -con el diario del lunes- lo sucedido, es aventajar a la historia y a la cotidianeidad de un modo injurioso que de no debemos admitir.
Con los ojos de hoy no podemos juzgar las cosas del ayer.
Interpretar aisladamente “intercalando documentos”, como alega Fischer en su libro, una serie de comentarios interpretativos, es precisamente lo que puede derivar en una verdad a medias que en el corto plazo puede constituirse en la peor de las mentiras. Noventa y tres años de historia gubernamental, como la que tuvo el Partido Colorado durante el proceso de construcción del país, no pueden ni deben admitir el agravio de la “historia oficial”. Cualquier historiador blanco bien pudo, antes que Fischer, haber frenado el atropello de avasallar la historia escrita a la medida. Eso sí que es la ingenuidad puesta al servicio del interés personal.
Para los liberales no hay más virtud que la suma de opiniones aunque éstas sean opuestas; lo inadmisible es el agravio a la credibilidad de alguien que está más allá de la circunstancial estrategia política del creer, como muchos blancos han creído, que el Partido Colorado y el Batllismo eran cosa perimida.
Quizá haya duelos no contados en este país dignos de ser sabidos, pero el significado de Batlle y Ordóñez, como el dejado por Baltasar Brum, están más allá del tiempo y de la simplista interpretación de los hechos.
Tiempo atrás sobre hechos que nada tienen que ver con éstos que aquí narramos, un ex Presidente colorado me decía: “los blancos apelan a la mística y a la pasión, los colorados a la razón”.
El lector del libro “Que Tupé”, que acabo de leer, sabrá juzgar hasta dónde pueden llegar los límites de la pasión.
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