No todo debe admitirse, Hasta la libertad tiene límites

Por César García Acosta
Desde hace más de 10 años en Montevideo los gobiernos nos ofrecen mejores situaciones para la vida cotidiana, más amplias de concepto, y hasta quizá, por que no, vanguardistas en su esencia.

Sin embargo mirando de reojo a la ciudad podemos advertir la ocurrencia de algunos cambios, aunque no siempre asemejados al bienestar, y mucho a un disfraz caracterizado de actitudes y preconceptos que nos hagan sentir mejor. Todo gira alrededor de un marco liberal que dista mucho de respetar la igualdad entre los distintos y deja entrever, a las claras, de una euforia por el “destape” al estilo español de los ochenta, que aunque hayan pasado 30 años y el Internet nos acerque a todos de modo tan eficaz como impredecible, no deja de asombrar.

Algunos salen a la opinión pública a reivindicar su derecho a la igualdad, ante lo cual apelan a publicidades en los ómnibus, por ejemplo, de gays y lesbianas profesando sus opciones sexuales, como si se tratara de algo sobre el que piensa distinto, igualmente tiene la obligación de consumirlo, sin considerar que lo apegado a lo cotidiano, y porque no, ajustado a lo que es y ha sido nuestro Estado de Derecho, tampoco anda –publicidad mediante- admitiendo actitudes heterosexuales escandalosas por el solo hecho de ser heterosexuales.

Por eso, insistimos en que aquello que puede hacerse debajo de las sábanas por sí mismo no es válido de ser reproducido ante los ojos de todos, de los niños, de los ancianos, de quienes aceptan y de quienes no aceptan las tendencias no convencionales de la opción sexual.

Y pensar que todo empezó por la reivindicación de la libertad, a modo de derecho igualitario, dándole un nombre a una plaza, para después, dar paso a la reivindicación del escenario de la opinión pública a los derechos comunes de quienes hacen una vida en común, y enseguida, sin vacilar, traspasando el límite del matrimonio y de ahí al derecho a la adopción de menores.

Todo parece natural. Unos se ocultan tras el silencio cómplice de quien pensando distinto no se anima a levantar su voz en contra de que una pareja de un mismo sexo adopte a un niño, mientras otros pasan a justificar la actitud con el argumento de que es mejor una vida así que una en soledad y sin otras oportunidades.

De lleno, y casi sin quererlo, la sociedad se mete literalmente en el camino de la incertidumbre borrascosa de no debatir la esencia de lo oculto como tampoco la naturaleza de las sombras.

Pero sepa el lector que esta crónica no tratará de “opciones sexuales”, ni de gays ni de lesbianas; todo lo contrario. Ellos pueden tener claro que sus libertades deben ser protegidas y que así será. Pero, claro está, esto sólo debería darse dentro de ciertos márgenes íntimos además de otros filosóficos, políticos y de actitud ante el colectivo social.

Después de todo es válido reivindicar mayor energía contra el delito, reclamar más seguridad en todos los órdenes de la vida. Lo que no es justo, y jamás podrá serlo, sea cual sea el escenario ante el que nos encontremos, es hacer apología del delito argumentando el castigo supremo del “ojo por ojo y diente por diente”.

Ni la opción sexual ubica a los unos y a los otros en el buen o el mal camino, ni todo lo que se plantea como opción de vida debería considerarse fundamento suficiente como para que se permita a cualquiera, por ejemplo, la opción suprema de la adopción.

Hasta aquí un contexto nada menor, aunque en definitiva la libertad es libre.

Pero observemos, como decíamos líneas arriba, a la Montevideo que se nos viene, a la Montevideo del provenir, y veremos no sin asombrarnos que usos y costumbres están variando inesperadamente y sin limitaciones, rumbo al “destape”, en algunos casos sexual –asumido como un consumo corriente- muy desenfrenado e inconscientemente admitido, aunque regulado y penado por la ley.

Un ejemplo de esto son los escaparates de los quiscos de diarios y revistas del Centro de Montevideo, y porque no, de las ciudades capitales del interior del país, donde en sus terminales de ómnibus difícilmente se encuentren otras opciones que no sean revistas porno con exhibiciones claramente obsenas. Años atrás, recuérdese bien, la venta de estos productos estaba admitida y era libre con dos condiciones: el reparo de que las revistas debían estar envasadas con envoltorios que impidieran verse las imágenes de sexo explícito de sus portadas, y que la venta era para mayores de 18 años con particular advertencia de esto en su tapa. Hoy eso ya no sucede y la normativa legal no ha cambiado. Entonces, ¿qué ha cambiado?

Alcanza con recorrer el Centro para verificar que los sexshop han florecido en calles como Convención a una cuadra de 18 de julio, en donde hasta se ofrecen “cabinas” que a modo de cine –íntimo- dan la posibilidad de la recreación sexual en un ambiente cerrado para ver un video porno sólo o en compañía. La intimidad parece estar a resguardo por aquello de “ojos que no ven, corazón que no siente”, pero la publicidad de estos locales es lo que los hace puertas de acceso a un mundillo de complicaciones y alteraciones al orden de vida cotidiano elegido durante décadas por los uruguayos.

Ni qué hablar de los parques y de la rambla costanera una vez entrada la noche. Esa rambla, desde Luis Alberto de Herrera en el puerto del Buceo, hasta Carrasco, es una vitrina explícita de servicios sexuales a cargo de prostitutas muy jóvenes que utilizan la cartelería luminosa de las paradas de los ómnibus para confrontar con ellas y así resaltar sus siluetas en la noche.

Hasta los “besódromos” tradicionales dejaron de ser seguros; hoy siguen existiendo pero bajo el síndrome de la delincuencia, como en el Faro de Punta Carretas, donde ahora conspiran el “secuestro Express”, ese que se ha dado a conocer con personas que estando en sus automóviles fueron retenidas mientras los delincuentes los obligaban a entregar dinero y bienes de sus casas a cambio de devolverles la libertad.

Montevideo está cambiando y es un hecho.

La cuestión será, sin miramientos ni estereotipos, entrar por la senda del debate que nos asegure un modo de vida más allá de la frontera irremediable de los cambios.

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