Por Dr. Marcelo Gioscia
La resolución administrativa por la que, la Intendencia Municipal de Montevideo dispuso, permitir el acceso a unidades de todos los medios de transporte de personas no videntes, que viajen acompañados de sus perros guía o lazarillos,(vocablo que tiene su origen en el diminutivo del nombre propio del antihéroe Lázaro Gonzalez de Tormes de la novela anónima del Siglo XVI español) y además, permitirles ingresar a lugares públicos y privados, (y permanecer en estos lugares acompañados por éstos) obligará modificar el Digesto Municipal, así como la conducta de los montevideanos.
Pero sin lugar a dudas, la decisión vale la pena.
Montevideo avanza así, hacia una efectiva neutralización de las desventajas que provoca en este caso la incapacidad visual, que debiera extenderse a todo tipo de disfunción que requiera este tipo de asistencia canina, al permitir lo que hasta ahora, en nuestra ciudad (“capital cultural del MERCOSUR”) resultaba impensable.
Aunque no existan hoy en nuestro país, tantas personas que puedan contar con este especial tipo de asistencia, ni de personas capacitadas para adiestrar perros guía y se publicite que se comenzarán a recaudar fondos para la fundación de una escuela para cría y capacitación de lazarillos –hasta ahora inexistente-, bueno es reconocer que, “principio quieren las cosas”. Saber hoy, cuántos serán los discapacitados que puedan contar con tal auxilio, ya sería motivo de otras consideraciones.
Lo cierto es que, sin desconocer las carencias de todo tipo que a diario advertimos y padecemos en la principal ciudad de nuestro país, (desde el mal estado de las veredas hasta la colocación de los contenedores de basura; desde la falta de iluminación al descuido de los espacios públicos, por no mencionar los altos tributos con que contribuimos al presupuesto municipal) no podemos dejar de destacar lo positivo de la noticia.
Tampoco podemos dejar de señalar que, otros conciudadanos han alzado voces en contra.
Y es positivo que así sea, pues nos lleva por un lado, a conocer otras opiniones y a reflexionar…sobre el grado de prejuicios y de discriminación de los que no estamos libres y por otro lado a que, los responsables de instrumentar la legislación correspondiente, agucen su criterio para establecer los derechos y las obligaciones de cada quien.
Nos permitimos pensar que las voces en contra, sean producto quizá, del desconocimiento y falta de información. Sabido es que la ignorancia, no hace más que infundir temores y hacer prevalecer preconceptos. Tal vez, desconozcan la rigurosa selección que debe efectuarse antes de elegir al perro que se transformará en compañero del no vidente las 24 horas del día y que ese entrenamiento, lleva muchísimas horas de intenso adiestramiento, (por parte de los profesionales encargados de la tarea que deben trabajar muchas veces con sus ojos vendados), pero que será el discapacitado visual quien terminará de entrenar a su lazarillo y controlarlo ante motivos de desconcentración o ruidos.
Quienes hayan tenido la experiencia de compartir espacios o medios de transporte públicos con no videntes y su perro guía, en otras latitudes, darán fe de lo asombroso y a la vez conmovedor, que resulta presenciar esa necesaria relación de cooperación mutua (verdadera interacción) que se advierte en las personas que deben contar con este tipo de asistencia y compañía.
En una ciudad donde, lamentablemente, se perciben cada día menos gestos de urbanidad, y de buenos modales, vaya si se requieren decisiones de este tipo, sin olvidar que se necesitará seguir insistiendo en educación. Pues con una mejor formación e ilustración desde la educación inicial, se buscará e intentará corregir hasta el comportamiento de los propios usuarios “normales” de esos medios de transporte, o lugares públicos o privados donde habrán de ser aceptadas, paulatinamente, las modificaciones que la resolución municipal que comentamos, va a introducir.
Por cierto que se requerirá la comprensión y solidaridad de los eventuales compañeros del trayecto de ruta, o de la utilización del mismo espacio ciudadano, donde la eventual coincidencia que ocasionalmente experimentemos, será a la postre, una experiencia que sin proponérnosla, nos volverá más humanos y atentos.
Sin dudas nos permitirá advertir otras realidades, y en definitiva crecer incluso, en la observancia de valores que hacen a la vida en democracia.
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