Nuestro futuro por mar y aire




Démonos una oportunidad. La precisamos como jamás. La ONU nos invita a reflexionar sobre el medio ambiente (el 5 de junio es el Día Mundial del Medio Ambiente) y sobre nuestros mares (el 8 de junio es el Día Mundial de los Océanos). Ciertamente, los pulmones del mar y del aire cada día están más contaminados, por nuestra manera de vivir, por nuestra pautas de consumo despilfarradoras e irresponsables. Por ello, es preciso tomar conciencia de nuestra relación con el hábitat y ver la manera de rectificar costumbres y de ratificar convenios internacionales para la mejora de la vida humana.
Tanto el mar como el aire son vitales para el avance y desarrollo de la humanidad. En los últimos tiempos, mucho se habla de un futuro más ecológico, pero los hechos son los que son y no se pasa de las palabras a los hechos. Sabemos que es una necesidad gestionar estos recursos de mar y aire de forma clara y contundente. Ha llegado el momento, porque nuestro mar y nuestro aire no pueden esperar más, de exigir garantías. La cuestión no es de darnos baños de economía verde, que bien pudieran ser azul o transparente, el tema es de entender lo que nos estamos jugando con nuestro comportamiento alocado e imprudente a todas horas.
Los riesgos ambientales, por mar y aire, se producen y reproducen a una velocidad de vértigo. Dicho lo cual, lo que menos parece importarnos es el daño ecológico que estamos causando a las generaciones que nos sucedan. A pesar de que este año se cumplen los cuarenta años de reflexión del Día Mundial del Medio Ambiente y el veinte aniversario del Día Mundial de los Océanos, tenemos que reconocer que dichas celebraciones han servido para bien poco. Por muchas actividades que hayamos ofrecido, seguimos siendo los mismos necios de siempre. La necedad de no orientar bien nuestra existencia causa estos males. Todo se agrava porque lo que sucede es que, desde la misma cúspide de los diversos poderes, se dice una cosa y luego se hace otra.
La permisibilidad de los poderes económicos es tan brutal, que cuesta sostener los pilares de los buenos propósitos. Continuamente, se caen ante la potestad de los mercados. Se pide a la ciudadanía de todo el mundo un consumo sostenible y, los líderes mundiales, obran de manera contraria a lo que predican. Nadie detiene la descarga de sustancias tóxicas que exceden la capacidad del aire o del mar para convertirlos en inocuos. Los Estados tampoco se ponen de acuerdo para fijar la eliminación y destrucción total de armas nucleares. La generación de energía, saben los dirigentes mundiales que es un tema central para el desarrollo y también para el medio ambiente, y no se ponen de acuerdo. Todos al fin, más los poderosos que los pobres, hemos derrochado el capital natural, empeorando la pobreza de muchos seres humanos.
Desde luego, la humanidad tiene que tomarse la vida mucho más en serio, lo que conlleva ser mejores administradores de nuestro propio medio ambiente. Hay que ir más allá del ecologismo de palabra y concretar acciones. No se pueden seguir degradando tierras y bosques, quedar pasivos ante la pérdida de hábitat y de biodiversidad, mostrar indiferencia ante un objeto que expulsa humos sin cesar. En el caso de las empresas ligadas a la producción de objetos con automotores, habría que ser más exigentes. Nos causa pavor ver a un medio de locomoción saltarse las señales de tráfico y, sin embargo, vemos que contamina en exceso el aire y la autoridad no lo detiene.
Igual sucede con la contaminación marina, es producto de nuestras actividades humanas. Se modifican cauces de ríos, se altera el flujo del agua, para levantar rascacielos. En las zonas costeras se ha permitido todo tipo de comercio especulativo sin importar para nada la destrucción marina. A este universo de despropósitos, habría que sumar el agotamiento de los recursos pesqueros. En suma; la actividad delictiva, originada tanto en mar como en aire es tremenda, merece algo más que meras reflexiones, que también, pero ha llegado el momento de pedir sensatez y de que paguen su ineptitud los que debieron actuar con el deber de su cargo.
Por mar y aire, nuestro futuro queda en entredicho. Ya está bien de vivir en la duda permanente.  La no contaminación del mar y del aire, evidentemente es un deber individual y colectivo, pero la comunidad internacional debería ser más contundente con sus denuncias. ¿Hay que generar un cambio, pero quién lo genera?.  Hay cosas que dependen de cada uno de nosotros, y otras no.  Pues empecemos por las primeras, las que nosotros podemos cambiar, y quizás, después, surjan líderes para propiciar esa mutación. A veces sentimos que lo que hacemos es tan sólo una gota de brisa en el aire, pero una brisa también mueve las olas y hace mar.
Sin duda, es tiempo de unirse para dar vida a unos recursos naturales que deben preservarse más allá de las buenas intenciones. Debemos tomar partido en realidades que hagan justicia. Ningún Estado o institución internacional, pues, debe permanecer indiferente ante la justa lucha de los pueblos que se levantan contra todo tipo de contaminaciones. El dicho de que quien contamine más, que pague más,  ha de hacerse efectivo para que pueda repararse el daño. La situación actual es peligrosa por su variedad de contaminantes. En cualquier caso, lo peor que nos puede ocurrir es quedarnos sentados, sin hacer nada, a ver lo que pasa.

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