Fernando HENRIQUE CARDOSO
Sociólogo y escritor, fue presidente de
Brasil (1995-2003)
El problema no es la falta de candidatos,
sino que a éstos no los alienta la llama de un ideal. ¿Qué queremos hoy? ¿Ganar
las elecciones? ¿Para qué? He ahí el enigma.
En las últimas dos semanas han aparecido
algunos artículos en los medios que resaltan el silencio de las oposiciones
como un riesgo para la democracia. Es innegable que se está operando una
"despolitización" de la sociedad, no sólo aquí en Brasil, sino en
general.
El "triunfo del mercado" puso
contra las cuerdas a las coloraciones políticas. Parece que todo debe medirse
por el crecimiento del producto interno bruto.
En los países afortunados, aunque llenos de
defectos, no hay voz que resuene contra los gobiernos. En los que caen en
desgracia sin haber hecho su "tarea" -sin haber administrado un
"superávit primario"- ahí sí, los gobiernos en ejercicio pagan el
precio. Caen porque son considerados incapaces de garantizar el buen pago a los
mercados. No importa que la coloración sea más progresista o más conservadora.
Caen no porque haya habido un debate político-ideológico que mostrara sus
posibles debilidades, sino porque el rencor de las masas, generado por el
malestar económico-financiero, se abatió sobre los líderes del momento.
Brasil hasta ahora ha estado al abrigo de la
tempestad que azota los mercados de Estados Unidos y de Europa. Por más que se
equivoquen nuestros gobiernos, los decibeles de las voces de la oposición son
insuficientes para conmover a las multitudes. Peor todavía cuando esas voces
están roncas o prefieren susurrar. Como a partir de 2004 entramos en cielo
sereno -tanto por las virtudes de lo que hicimos en el decenio anterior como
por los aciertos posteriores, y con la ayuda de los chinos-, hacer oposición se
convirtió en un acto de contrición.
Pero, ¿qué importa? También fue así en el
periodo del milagro de los años '70, durante el régimen militar. La oposición
no podía esperar nada, salvo censura, cadena o tortura. No obstante, no calló.
Cosechó derrotas electorales y políticas, y resistió hasta que, en otra
coyuntura, venció.
Hoy, la situación es infinitamente más fácil
y confortable. Sólo que falta lo que antes sobraba, la llama de un ideal:
queríamos abrir el sistema político. ¿Qué queremos hoy? ¿Ganar las elecciones?
¿Para qué? He ahí el enigma.
No faltan candidatos. Recientemente, en una
plática analítica que tuve con una periodista de la revista The Economist,
resalté que hay varios y no solamente en el Partido de la Social Democracia
Brasileña (PSDB). En éste, el más conocido y sólido, el ex gobernador del
estado de Sao Paulo, José Serra, madurado en los éxitos y las derrotas, no
consiguió dejar claro su mensaje en 2010, aunque haya obtenido 44 por ciento de
los votos. El aislamiento en el que transcurrió su campaña -dadas las
disonancias internas del PSDB y las dificultades para establecer alianzas
políticas- impidió la victoria. Si el candidato hubiera expresado con más
fuerza sus convicciones, incluso sin considerar lo que las encuestas de opinión
señalaban como la demanda del electorado, hubiera podido haber sensibilizado a
las masas.
Quizá por este camino se descifre el enigma:
hablar a la sociedad, con fuerza y vehemencia de todo lo que se siente, en
especial la indignación por la corrupción, por la incompetencia administrativa.
Y, sobre todo, por el escándalo de una sociedad que se hace más rica con un
gobierno que distribuye muy poco, que hace propaganda de lo que no concretó por
entero y que coloca en el altar a los "vencedores", aun cuando éstos
ganen a costa del dinero del pueblo, que paga impuestos cada vez más
regresivos.
Otro candidato probable y más obvio, el
economista y senador Aecio Neves (PSDB, Minas Gerais) y a su estilo de hacer
política, está en fase de prueba. ¿Transmitirá un mensaje que salte los muros
del Congreso y llegue a la calle? ¿Encarnará el cambio con la energía necesaria
y el desinterés que es el motor de la osadía, atreviéndose a decir verdades
incómodas, y aparentemente costosas en términos electorales, para que el pueblo
sienta que existe "otro lado" y confíe en él para abrir mejores
perspectivas?
Me he referido a ellos dos porque son los más
mencionados por el momento. Pero no son los nombres lo que ahora importa sino
la disposición de correr riesgos y de salir de la trampa de la lucha
partidista-electoral, para entrar en la gran escena de la opinión pública y,
hagamos la distinción, de la opinión popular.
Es evidente que el gobierno, cualquier
gobierno, lleva ventaja, principalmente desde que el estilo del ex presidente
Luiz Inacio Lula da Silva y el Partido de los Trabajadores (PT) instauró la
regla de que todo se vale para mantener el poder: clientelismo, propaganda
abusiva, uso continuo de la maquinaria pública, etcétera. No obstante, también
en el régimen militar el gobierno llevaba ventaja. Pero nosotros luchábamos no
para ganar al día siguiente, sino para crear un gobierno de alternativas.
La elucidación del enigma requiere
perseverancia y valor. Yo gané dos elecciones en la primera vuelta contra Lula,
el entonces candidato presidencial, porque tenía un mensaje: el de la
estabilización de la economía con el real y el inicio de la distribución de los
ingresos. Aun sin hacer propaganda, la pobreza dejó de afectar a más de 15
millones de personas con la estabilización de los precios y la política de
aumentos reales del salario mínimo, que empezó en 1994.
No fue fácil ganar los apoyos para poner en
acción el Plan Real; tuve que batallar mucho. Lula ganó porque predicó, al
principio en el desierto, ser el portador de un mensaje que llevaría a un mundo
mejor. Perseveró, recorrió Brasil, abandonó la tribuna parlamentaria y, al
principio, despreció a los medios. Se mostró audaz, desprendido y generoso. Si
era sincero o no, eso es otra cuestión. Su Carta a los Brasileños, (el
documento con el que en 2002, reafirmó su compromiso con la estabilidad
económica), está a disposición de los historiadores para que juzguen. Pero el
pueblo le dio crédito.
Ésa es la verdadera cuestión de la oposición
y debería ser la preocupación de los precandidatos: zambullirse en los problemas
del pueblo, hablar de modo simple de lo que sienten y de lo que se puede hacer.
Sin medias palabras y sin insultos. Sin falacias, con mucha convicción.
Politizar la escena pública para asegurar la democracia. Decir quién es bueno y
quién es mejor, lo que es bueno y lo que es malo.
Pero decirlo en las universidades, en las
organizaciones populares, en las asociaciones profesionales, en las ciudades
pequeñas y medianas. Preparar en ellas el mensaje del discurso, para después
hablar con credibilidad en la gran escena nacional. Quien lo haga tendrá la
oportunidad de ser el candidato de la oposición y, posiblemente, de ganar las
elecciones. Eso es independiente de las maniobras cupulares, de las simpatías y
los intereses mezquinos.
No se piense que nuestra realidad será
siempre lo que ahora parece ser: una sociedad conforme, en la que las leyendas
electorales se disputan mayordomías en el toma y daca entre el gobierno y los
congresistas, y la voz del gobierno retumba como trueno divino, ante el cual
todos se pliegan obsequiosos. Es sólo cambiar la coyuntura y la escena cambia,
si la oposición presenta alternativas.
Y aunque no cambie, nada debe alterar
nuestros valores y convicciones. Continuemos con ellos pues, "gota suave
en piedra dura, tanto cae hasta que cala".
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